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Milagro de último minuto

Tras un intenso partido, que se definió en el segundo tiempo complementario con gol de Ángel di María en una magistral jugada de Lionel Messi, Argentina venció 1-0 a Suiza y se clasificó a cuartos de final del Mundial.

Daniel Avellaneda, Sao Paulo, Brasil
02 de julio de 2014 - 02:51 a. m.
Argentina celebró su paso a cuartos de final de Brasil 2014. /AFP
Argentina celebró su paso a cuartos de final de Brasil 2014. /AFP
Foto: AFP - ANNE-CHRISTINE POUJOULAT

El corazón se acelera frenéticamente, los minutos se disuelven como la arena del reloj, junto con la esperanza de un triunfo que apague el sufrimiento. Se jugaron casi dos horas, pesan las piernas, afloran la tensión y los nervios porque los penales suelen ser carne del azar. Entonces aparece Leo, genio. Es Messi, claro. Es argentino como el papa Francisco, un dios del fútbol. Y sin mirar a Di María abre la pelota del centro del campo a la derecha. Y ahí está el Ángel que tiene esta selección. No abre sus alas, sino la cara de su pie izquierdo. Y dispara a un rincón, al único lugar donde no podía llegar Diego Benaglio, Maradona del arco en la tarde paulista. Y explotan los argentinos. Se grita el gol de manera desaforada, con furia, con la certeza de que los cuartos de final son una realidad, más allá de ese fútbol que está lejos de ser una garantía. Pero Argentina tiene a Messi, a Di María, un conmovedor Marcos Rojo, un notable Javier Mascherano y una virgencita que aparece en la agonía del partido. ¿O acaso no hubo una ayuda divina para que ese tiro de Blerim Dzemaili pegara en el palo? Y emociona Fideo, el pibe que nació en un barrio humilde de Rosario, el galáctico del Real Madrid. Llora cuando termina el suplicio, cuando afloja el cuerpo. Son lágrimas de felicidad, la de estos argentinos que siguen en pie.

Y ahora que la garganta pica por semejante grito de gol y las pulsaciones vuelven a su ritmo normal, hay que hacer un frío análisis. Argentina es un grupo de buenos jugadores, pero no termina de transformarse en un equipo. Son chispazos individuales. Ayer Messi, Di María y hasta Rodrigo Palacio, que entró en el segundo tiempo y ganó una pelota decisiva. Después carece de una estructura que afirme las pretensiones de candidato con las que llegó la selección celeste y blanca a Brasil. Sufrió más de la cuenta con Suiza, un rival ordenado, con carencias ofensivas, que pudo haberle hecho pasar un mal trago desde los doce pasos. Y hasta vulneró a una defensa con unos cuantos desacoples, especialmente entre los dos marcadores centrales argentinos.

Resultó incómodo el partido para Argentina. En todo momento. Porque recién en ese final infartante pudo despegar Messi. Omar Hitfield, el entrenador alemán, programó a Valon Behrami para que asfixiara al crack del Barcelona. No se trató de una marca personal. Al rosarino lo presionaron de forma escalonada, con orden, mientras Ezequiel Lavezzi y Di María no podían generar desequilibrio por los costados. El Pocho, reemplazante del desgarrado Sergio Agüero, empezó estacionado por la derecha, haciendo la doble función de volante y delantero. Sin embargo, no había pasado un cuarto de hora y sintió el ahogo del calor. Se desgastó el atacante del PSG francés. Entonces rotó posiciones con Di María, un zurdo con el perfil cambiado, pero ideal para aprovechar la diagonal. De todos modos, apenas pisó el área con peligro Fideo y estuvo lejos, al menos en los primeros cuarenta y cinco minutos, del gran nivel que exhibió contra Nigeria en Porto Alegre.

Tuvo una pelota parada Argentina, que no aprovechó Gonzalo Higuaín porque cabeceó por encima del travesaño y un par de disparos débiles de Di María, que controló sin problemas Benaglio. Suiza, en cambio, contó con las situaciones más claras. Hubo una jugada que armaron por la derecha, donde Rojo mostró flaquezas, y Granit Xhaka definió de primera, pero Romero, uno de los puntos altos de la selección albiceleste en esta Copa del Mundo, tapó abajo, con el pie izquierdo, casi sobre la línea de sentencia. Se salvó Argentina. Y tuvo otra el equipo europeo. Xherdan Shaqiri metió un pase en cortada para Josip Drmic, que se filtró solitario, entre los dos zagueros centrales, y se apuró cuando quedaba cara a cara con Chiquito. Se la entregó en las manos al arquero.

Mucho marketing tiene Shaqiri, quien nació en Kosovo, pero el mejor futbolista suizo es su capitán, Gokhan Inler. Permítanme la licencia. El volante del Nápoli es un relojito. Emprolija el mediocampo de su equipo, reparte el juego, en definitiva, lo que se le exige a Fernando Gago, ausente en la selección. Inler metió un pase bárbaro para Shaqiri, quien asistió a Drmic, pero el disparo del atacante se perdió por encima del travesaño. Y al ratito, Romero controló en dos tiempos un tiro libre con mucha rosca de Shaqiri.

Entonces se animó Argentina. Empezó a generar mayor desequilibrio por las bandas. Sin embargo, Di María por derecha perdía panorama. Quedó demostrado con ese desborde en el que intentó una rabona porque la pierna menos hábil la tiene para apoyarse. Fideo volvió a rotar con Lavezzi, que armó una buena jugada con Messi que terminó en un remate cruzado de Rojo que tapó Benaglio. El lateral del Sporting Lisboa mejoró en el segundo tiempo, ya volcado en ataque con decisión. Fue el jugador más importante de la selección celeste y blanca. Y de su pie izquierdo llegó ese centro que Higuaín conectó en el corazón del área. Otra vez se lució Benaglio.

Suiza se estancó. Fue una decisión propia. Le empezó a tomar el gusto al empate y los cambios de Hitzfield denunciaron intenciones. Gelson Fernándes reemplazó a Xhaka. Prescindió de un volante ofensivo por otro de contención. Sin embargo, Argentina le rodeó la manzana. Sabella, después de tanto dudar, sacó a Lavezzi y mandó a la cancha a Rodrigo Palacio. Refrescó el ataque, pero no desarmó el 4-4-2 con el que había empezado el partido. Aunque nunca tuvo claridad, le faltó brillo a la selección. Sólo los chispazos de Messi permitieron ilusionar a los argentinos. Un zurdazo que pasó a centímetros del travesaño y otro que bloqueó Benaglio. Y pareció enojarse Leo cuando chocó con Behrami. La gente en las tribunas, los periodistas en el palco, todos pensaron que iba a surgir el astro en todo su esplendor antes de los noventa, pero no hubo caso. Y el partido, inexorablemente, fue camino al tiempo suplementario.

Suiza se metió cada vez más atrás, con la fórmula de los iraníes en Belo Horizonte. Cerraron filas y Argentina no le pudo entrar por ningún lado. Pareció que la única idea que se le cayó a la selección celeste y blanca fue aprovechar los envíos aéreos. Palacio metió un nucazo que Benaglio, de una tarde inspirada, controló sin problemas. Después no hubo luces, ni siquiera las de Messi. Y los suizos jugaron para los brasileños, que aquí no se mostraron tan contemplativos con los argentinos. “Ole, ole, ole”, gritaban en las tribunas del Arena Corinthians, disfrutando el morbo argentino. Mientras tanto, los futbolistas suramericanos no levantaban las piernas, sólo las corridas de Di María, jugador de cuatro pulmones, y el temperamento de Mascherano mantuvieron algo de vitalidad. El cansancio empezó a sentirse cada vez más. Por eso en el segundo tiempo suplementario, Pachorra mandó a la cancha a Lucas Biglia en reemplazo de Gago, muy descolorido, fastidioso.

El zurdazo de Di María que tapó Benaglio, volando con una mano abierta para mandar la pelota al córner, pareció ser el tiro de la resignación. Pero no se dio por vencido ni aun vencido Fideo, con espíritu de Almafuerte. La recuperó Palacio, se la entregó a Messi, que dejó dos suizos en el camino, y Angelito bajó del cielo, justo en el momento en el que más lo necesitaba Argentina.

Por Daniel Avellaneda, Sao Paulo, Brasil

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