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Natalia Gaitán, la capitana de los sueños de medalla en Brasil

El camino de Natalia para ser futbolista profesional ha estado plagado de situaciones difíciles. La discriminación hacia el fútbol femenino y la falta de apoyo de las instituciones deportivas del país, no han logrado menguar sus sueños y aspiraciones. De pequeña, la lucha se centró en derrotar una leucemia.

Miguel González*
04 de mayo de 2016 - 04:58 p. m.
Cortesía.
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Mientras la mayoría de niñas de once años solo quieren jugar con muñecas y sueñan con cuentos de princesas, Natalia Gaitán Laguado era quien acompañaba cada fin de semana a su papá y hermano a los partidos de fútbol. “Ellos me llevaban y me ponían a jugar con un balón en la línea o me ponían a correr alrededor de la cancha”, recuerda Natalia. Sin embargo, su contacto con dicho deporte no se daba únicamente en esa situación. En casa, Guillermo y Juan Pablo (padre e hijo respectivamente), son hinchas del Independiente Santafé de Bogotá; primer campeón del fútbol colombiano. Tienen camisetas, fotografías de los diferentes equipos a través del tiempo y probablemente no se pierden un solo partido que trasmiten en televisión. Religiosamente, su padre encendía el televisor con la particularidad de dejar totalmente anulado el volumen emitido por el aparato y llamaba a su hija para que lo acompañara, según él, para que aprendiera todo sobre el deporte que lo apasionaba.

Durante la época de vacaciones, Natalia pasaba la mayor cantidad de tiempo con Libia, su abuela paterna, quien vivía en un conjunto cerrado integrado por seis edificios de diez apartamentos cada uno, dos zonas de parqueadero al aire libre y dos zonas verdes rodeadas de árboles altos y frondosos. Allí había una cancha de fútbol grande en donde diferentes niños pasaban sus días pegándole a la pelota. “Jugar en el conjunto de mi abuela era un reto para mí, siempre lo hacía (no sin antes amarrar primero el guayo derecho que el izquierdo) rodeada de hombres, ser la única mujer era duro; recuerdo que normalmente jugaba en el mismo equipo con un primo, siempre terminábamos jugando los dos contra el resto. Los del otro equipo entraban con fuerza y siempre se molestaban porque yo tapaba, defendía e iba a hacer el gol. Particularmente había uno llamado Martín, quien cada vez que perdía contra mí lloraba tanto que parecía más niña que yo”, resalta la capitana de la Selección Colombia.

Su abuela Libia recuerda que “cada vez que terminaba de jugar en la tarde o entrada la noche, subía a la casa con las piernas moradas, con la ropa manchada de color verde por el pasto y literalmente, con tierra hasta los dientes”.

Debido a que este tipo de situaciones se repetían constantemente y al ver lo activa que era ella, sus padres decidieron probar y la inscribieron a clases de natación y tenis. A pesar de ello, lo que la motivaba era el fútbol, así que en una reunión familiar se tomó la determinación de que a los doce años hiciese parte del Club Internacional, único club de fútbol netamente femenino para el año 2003. “De esa forma comencé mi carrera como futbolista y comencé a ver este deporte como mi proyecto de vida”, ratifica Natalia. Aunque su madre pensaba diferente: “No me gustaba que mi niña siguiera los pasos de su papá y hermano, pero cuando ves que es feliz no hay nada qué hacer”.

Dos años después es convocada a la selección Bogotá para jugar como defensora central obteniendo el título nacional en 2007 y 2009. Es en ese último año, viaja a Estados Unidos tras haberse graduado del colegio para estudiar en la Universidad de Toledo, gracias a una beca deportiva otorgada por la misma institución. Durante su estadía logra el reconocimiento a mejor defensa de la liga universitaria durante cuatro años consecutivos (2009-2012), y obtuvo el campeonato en 2010 y 2011. No obstante, para ello primero debió adaptarse a formas de entrenamiento diferentes a las de su país, mientras que en Colombia se enfatiza el trabajo táctico y técnico, en Norteamérica lo esencial era el trabajo físico y de resistencia. La rutina le exigía alternar las horas referentes a la carrera de Administración de Empresas con entrenamientos que comenzaban a las nueve de la mañana y terminaban después de entrada la tarde. Cada vez que entrenaba tenía una misma tradición: ponerse los guayos, amarrar el derecho, luego el izquierdo, entrar al terreno de juego, hacer ejercicios de calentamiento, estiramientos, sesiones de pases, control del balón, abdominales, pesas y gimnasio. Su alimentación era muy básica: comida enlatada, bebidas energizantes y muchas proteínas.

En el 2013 se gradúa y cambia el rumbo de su vida. Su nuevo destino era el Transportes Alcaine de Zaragoza en España, aunque esta vez no fue sola, Orianica Velázquez (delantera de la selección Colombia) también llegó al club. “Era una nueva experiencia para nosotras, “Pepe” (como llaman a Natalia al interior del seleccionado), siempre ha sido muy entregada y disciplinada tanto en la cancha como por fuera. Hace muy bien las coberturas, tiene una muy buena visión del campo y además de una buena pegada, contagia con su carácter”, sostiene Orianica.

Todas las personas que conocen a Natalia reconocen que ella es malgeniada, pero entienden que el hecho de haber tenido que salir de Colombia por falta de oportunidades, apoyo y clubes de fútbol, ha generado que ella tenga un carácter fuerte y no se deje intimidar fácilmente. “Yo creo que el problema de la Selección es de biotipo, nuestra contextura no ayuda en competiciones afuera, porque se requiere más fortaleza”, piensa Natalia. Su paso entonces por Zaragoza termina muy pronto: “El nivel era muy pobre, realmente no estaba cómoda”.

Como lo evidencia un estudio de la FIFA sobre el fútbol femenino publicado en el 2014, donde se abordan temas como el desarrollo general de ligas, gobernabilidad e integración, participación de las mujeres en el fútbol, inversión en el fútbol femenino, divulgación y cobertura mediática, percepción, necesidades y retos, entre otros, la Conmebol (Confederación Suramericana de Fútbol) es la confederación con menor cantidad de federaciones inscritas ante la FIFA, con diez, de las cuales solo seis cuentan con una liga femenina de elite. De igual forma, el estudio refleja que la gestión de ligas de fútbol femenino y sus respectivas fuentes de ingreso no cuentan con algún tipo de apoyo por parte de los gobiernos, los cuales se enfocan solo en buscar una participación más activa sin pensar en los métodos para desarrollar las capacidades de las jugadoras, equipamiento, estado de escenarios deportivos o cubrimiento mediático.

En Colombia se evidencian los problemas y retos mencionados en el estudio. Una muestra de esto es que, en el año 2008, cuando las jugadoras de la selección Colombia sub 20 regresaban tras haber participado en el mundial de Nueva Zelanda, ninguna tenía un club en el que pudiesen jugar. Por eso nace la iniciativa por parte de los padres de algunas jugadoras (entre ellos Guillermo Gaitán) de crear el club de balompié femenino “Gol Star”, último club de Natalia antes de vincularse al Valencia F.C., donde juega hoy en día. Pero para llevar a cabo dicho proyecto fueron necesarios seis meses de trámite con estatutos y documentos legales, “porque como todo acá en Colombia, el número de papeles y requisitos es exagerado”, reclama el padre de Natalia. No fue sino hasta febrero del año 2009 cuando se inician las actividades deportivas en el club, contando con un aproximado de treinta niñas inscritas.

A la fecha, el número de jugadoras supera las trescientas, con edades entre los tres y veintiocho años, separadas en grupos de acuerdo a su edad y siendo preparadas por un entrenador para cada grupo. Entre ellos se encuentra Diego Rodríguez, quien relata cómo se forman actualmente las nuevas “chicas súper poderosas”: “Acá hacemos énfasis en el trabajo físico referente a la resistencia: fortalecimiento con pesas, ejercicios de salto con aros, perfeccionamiento de las diferentes posiciones del pie a la hora de ejecutar pases o disparos, perder el miedo al contacto con el balón y sobre todo en que sean conscientes de que son tan capaces como los hombres para practicar este deporte”.

En cuanto a la competencia a nivel de clubes, se ha pasado de tener una sola categoría de mayores, a categoría infantil, pre juvenil, juvenil y única. Con relación a los torneos, los de mayor importancia han sido la copa Formas Íntimas, celebrada en Medellín en el marco de la Feria de las Flores, y la pre Libertadores, celebrada durante una semana, en donde cuatro o seis equipos se enfrentan para determinar cuál representará a Colombia en la copa internacional. Según un comunicado emitido por parte de la Federación Colombiana de Fútbol durante esta semana, cada club profesional masculino, perteneciente a la liga colombiana, debe crear su filial femenina en donde se les harán contratos a término fijo a las futbolistas, que solo perderán validez al final de la temporada regular. Sin embargo, a pesar de dicho esfuerzo por buscar un equilibrio en este deporte, para algunos expertos el mayor obstáculo para que ellas logren un mayor reconocimiento en este ámbito, radica en que se ha generado un círculo vicioso. Los medios de comunicación, que son los encargados de hacer las transmisiones de los partidos e informar qué pasa con las deportistas, no asisten a los juegos debido a que los patrocinadores no pagan pautas publicitarias en un partido de estas características, pues consideran que nadie los ve. Es decir, no hay quién pague, no hay quién transmita.

El camino de Natalia para ser futbolista profesional ha estado plagado de situaciones complicadas. De hecho, no ha sido sólo la discriminación hacía el fútbol femenino y la falta de apoyo de las instituciones deportivas del país, las que han puesto palos en la rueda de sus sueños, en su momento una situación médica delicada puso a prueba la resistencia de Natalia y su familia.

A los cuatro años de edad fue diagnosticada con una leucemia linfoblástica aguda. Un experto explicó que es un tipo de cáncer, que ataca las células productoras de sangre en la médula ósea (médula central que controla el cuerpo), el interior de los huesos y los glóbulos blancos (anticuerpos). Dichas células atacadas se infectan propagándose por todo el torrente sanguíneo hasta llegar a todo el cuerpo. Este tipo de cáncer afecta principalmente a los niños entre tres y cinco años, de los cuelas solo tres de diez sobreviven, porque su cuerpo queda propenso a enfermedades, virus, hemorragias y cambios físicos.

Los dos primeros años del tratamiento de ella, dirigidos por el doctor Mesa, (oncólogo pediatra) se enfocaron en una quimioterapia intensiva, cuyo objetivo era eliminar tanto las células afectadas como las que se encontraban en perfecto estado, ocasionando la pérdida progresiva de aquellos microorganismos encargados de la conservación y crecimiento del cabello. “Si tú te vas a quedar sin pelo, yo también--le dijo Guillermo Gaitán a su hija en ese momento-- pero nunca se le cayó”. Así, la rutina de Natalia consistía en hospitalizaciones cada seis semanas durante ocho días, la inyección de metrotexate por medio de un catéter ubicado al lado del corazón para no tener que exponer su cuerpo a más de una perforación, la visita de profesoras con cuadernos de compañeros de clase para que se adelantara de los temas vistos, y la compañía de sus padres con quienes construía pirámides con cartas, veía películas e incluso armaba rompecabezas. “La pasábamos hasta divertido allá con la niña”, recuerda su padre. Probablemente dicho proceso le dio a Natalia una fortaleza única, aceptando con mucha entereza los procedimientos y ayudándole a formarse.

Entre el tercer y cuarto año fueron etapas de remisión en donde se hacían controles con cuadros hemáticos (estudio que a través de una muestra de sangre analiza el comportamiento de las plaquetas, los glóbulos blancos, hemoglobina, entre otros) debido a que su nivel de plaquetas llegó a ser de seiscientos cuando el rango normal va desde ciento cuarenta mil hasta cuatrocientos setenta mil. Esto llevó a que el especialista hiciera una transfusión de sangre para elevar la cantidad de plaquetas presentes en la misma. Ya en el cuarto año, el último examen que le realizaron consistía en observar tejido de una parte determinada del cuerpo para identificar el estado de la enfermedad. Al término del mismo, se obtuvo como resultado que la leucemia había desaparecido. “Fue una época dura—ratifica Norma Laguado— ¬¬sin embargo hoy en día la vemos como una enseñanza muy buena”.

En cuanto a su historia en la Selección Colombia, Natalia fue convocada y designada como capitana de la misma por primera vez en 2008 para afrontar el suramericano sub 17 en Chile, en donde quedó campeona y seleccionada dentro del once ideal del torneo. “Al principio nos daban los uniformes que le sobraban a los hombres, por ejemplo los “bakers” (usados debajo de la pantaloneta) tenían el suspensorio para los genitales de ellos, cuando quedamos campeonas todo cambió”, revela Natalia. Luego hace parte del equipo participante en la misma categoría para el mundial de Nueva Zelanda. Posteriormente en 2010 consigue el subcampeonato en la categoría sub 20 en Bucaramanga, Colombia. Con esta última, la selección se clasificó al mundial en Alemania.

No obstante, pareciese que no todo era color de rosa. Las concentraciones para afrontar las competencias con la Selección Nacional se hacían días antes del debut y los rivales en partidos amistosos no eran para ellas muy buenos. Nataly Arias, defensa del combinado y compañera de Gaitán cuenta que “los amistosos no sirven para nada, si no son contra equipos que te sirvan para medir tus fuerzas, eso refleja una falta de compromiso y seriedad de quien toma estas decisiones”.

Después vinieron el mundial de Canadá en 2014 y los juegos Panamericanos realizados en ese mismo país en 2015, campeonatos donde la selección tuvo una actuación más que destacada: en los juegos, llegaron a la final contra Brasil, quedándose así con la medalla de plata, mientras que en el mundial avanzaron por primera vez hasta los cuartos de final, donde perderían con una de las potencias del fútbol femenino: Estados Unidos. El rol preponderante de Natalia con la selección en estos torneos la llevó a ser requerida por el Valencia F.C., en donde milita actualmente, siendo así la única jugadora de la selección mayor que actúa como titular en una liga profesional.

“El estar en España hace un poco más fácil el proceso, sin desconocer las dificultades que he tenido, sin embargo, estoy feliz por jugar en un equipo de renombre como el Valencia. Será duro y mi principal objetivo está dirigido a jugar la Champions (torneo de clubes europeo más importante en el mundo que cuenta con versión masculina y femenina), aportar al equipo, seguir creciendo y dejar en alto el fútbol femenino de mi país”, sentencia. Sus actuaciones en el Valencia y en la selección le valieron ser reconocida como la mejor futbolista femenina colombiana del año 2015, votación que realizan las integrantes del combinado nacional y la Federación Colombiana de Fútbol.

Natalia hoy se siente feliz. Con el cabello recogido acompañado de una balaca amarilla delgada, y su camiseta con el número tres a su espalda, con el logo de la Women´s World Cup sobresaliendo en la manga derecha, piensa que todavía tiene muchas batallas por dar. “Todo ha valido la pena”, piensa y emprende su retorno a España con la mente puesta en los próximos Juegos Olímpicos en Brasil.

*Estudiante de la Universidad Jorge Tadeo Lozano

Por Miguel González*

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