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Portugal consuela a Cristiano

Sin su máxima estrella en la cancha, por lesión de Cristiano Ronaldo, al minuto 8, el equipo de Fernando Santos les aguó la fiesta a los locales.

Redacción Deportes
11 de julio de 2016 - 02:00 a. m.
Cristiano Ronaldo levantó el trofeo de campeón de la Eurocopa, tras vencer 1-0 a la selección de Francia.  / EFE
Cristiano Ronaldo levantó el trofeo de campeón de la Eurocopa, tras vencer 1-0 a la selección de Francia. / EFE
Foto: EFE - FILIP SINGER

La final de la Eurocopa 2016 no la decidió el portugués Cristiano Ronaldo, fuera del partido entre las lágrimas en el minuto 25, ni el francés Antoine Griezmann, sino el luso Éder, el protagonista inesperado que entró al campo en el minuto 79 y logró el histórico gol de la victoria en la prórroga.

El fútbol da tantas vueltas que Portugal ganó en París a la griega, como aquella inopinada Grecia que la derrumbó en Lisboa en la final de 2004. En un partido de bancarrota, que sólo rebobinarán los portugueses, y quizás únicamente los muy fanáticos, Portugal se sobrepuso a un impacto tremendo, la prematura lesión de Cristiano Ronaldo. Sus sollozos, los de la frustración y los del triunfo quedarán como póster del torneo. Una Eurocopa hueca de buen fútbol coronó a una selección que se las fue apañando sin mucha púrpura, pero a la que la historia le debía un tributo, por la memoria de Eusebio, por Coluna, por Futre, por Chalana, por tantos buenos futbolistas. En Saint-Denis tuvo mucho mérito al derrotar a Francia con el golpe demoledor de perder a CR muy pronto. Un gol en la prórroga de Eder dejó helada a toda Francia, cuya selección fue de largo la más atlética, no la más poética ni de buen gusto futbolero. El forro muscular no le bastó. El balón, al que pocos trataron con mimo, eligió sin remedio al modesto Eder.

El arranque pareció un simulacro de final, con errores groseros, sobre todo por parte de Portugal. No fueron pocas las veces que la pelota estuvo a punto de sufrir un esguince o una lesión fatal. Controles pifiados, pases dislocados y punterazos a las polillas que invadían el césped del Saint-Denis. Cualquier cosa menos una final de Eurocopa, un partido con cascotes. Si el encuentro ya era chato de por sí, peor aún con la lesión de Cristiano, justo después de que el otro actor principal de la noche, Griezmann, forzara con un cabezazo una gran intervención de Rui Patricio.

Descolgado en la banda derecha del ataque luso, en la zona templada de medio campo, CR hizo un control, Payet llegó sin frenada, tocó el balón, pero le golpeó con la pierna de apoyo en la rodilla izquierda. Dio la impresión de que al portugués la entrada le pilló con los músculos anestesiados, sin tensión. No esperaba el atropello. Era el minuto nueve y tras la primera atención médica el hombre quiso seguir. Cristiano es de esos tipos que no dejan la plaza salvo por una cornada tridimensional. En los ocho minutos más que soportó sobre la hierba se le vio molesto, renqueante, con el gesto torcido, mira que mira la rodilla, soba que soba. Hasta que en el minuto 17 casi se rinde. Se fue al suelo con un reguero de lágrimas. Otro tratamiento médico y, ya con la zona vendada, de vuelta al juego. Nada, imposible, en el minuto 23 la rodilla dijo basta y a CR se le vino el mundo encima. No había forma de consolarle y se fue del Saint-Denis en camilla, con un llanto infinito y el aplauso de todo el estadio. Una conmoción para todo Portugal. Una desgracia para el fútbol.

Con la baja de CR7, Fernando Santos tiró del veterano Quaresma, Renato se fue al eje junto a Adrien Silva y William Carvalho, y el equipo se perfiló de otra manera, con un 4-3-3. Apenas encontró salida, más aplicada en controlar el juego sin balón. Francia, más obligada por su condición de local y la rebaja de su rival sin CR, se limitó a alguna chispa de Griezmann y Payet, y la exuberancia física de Sissoko, que cuando mete el turbo no es un futbolista, es una tuneladora. No siempre saca el provecho debido a su imponente motor, pero se acercó al gol tras un buen amague que desvió Rui Patricio.

A Portugal le quedaba colgarse de su portero, y echarse en brazos de gente como Pepe o exprimir la intendencia de William Carvalho. Es decir, aferrarse a su andamiaje defensivo. Y no sólo por el infortunio de su grandiosa estrella y capitán. Es una selección predispuesta al tajo y la trinchera con Cristiano como punto final. En Saint-Denis no tuvo un punto seguido. Nani, que parecía exiliado del fútbol de primer nivel, ha hecho un estupendo campeonato, pero no es lo mismo.

Sorprendió que Deschamps retirara pronto a Payet, que ha sido uno de sus sostenes en el torneo y quien mejor interpreta el juego francés junto a Griezmann, autor, ya en el segundo tiempo, de otro gran cabezazo interferido por Rui Patricio, en París, el mejor centinela portugués. Con y sin Payet, Francia seguía entrecortada. Precisa ejecutar todo al máximo volumen, juega a fogonazos, tiene más piernas que pies. Sissoko, como exponente. En otro supersónico acelere casi bate al meta luso.

Complacida con su papel de resistente, Portugal era feliz con tal de que menguara el tiempo. Para nada le disgustaba el horizonte de una prórroga y, llegado el caso, unos cuantos penaltis. Casi lo evita Gignac, que tras mandar a la lona a Pepe con un regate, disparó al poste derecho de Rui Patricio. Era el tiempo añadido antes de prolongar la trama otra media hora. En las prórrogas el pánico se multiplica, un traspié suele ser terminal. Como pudieron serlo un testarazo de Pepe, en fuera de juego, y otro de Eder, bien atajados por Lloris. Y Guerreiro, con una falta, mal señalada por el árbitro, que se fue al larguero. Con la pelota detenida no hace falta el juego para ser una amenaza. Pero el fútbol es tan intrigante que la bomba salta cuando menos se la espera. Un jugador telonero, Eder, reserva, militante del Swansea cedido al Lille y que solo llevaba tres goles en 28 partidos internacionales, cazó un disparo raso y lejano al que no llegó Lloris. Charisteas, el griego que crujió a Portugal en 2004, vestido de portugués. Todo un consuelo para Cristiano en un día en el que tanto lloró de rabia como de felicidad. El fútbol quita y da en una misma noche. Al final, el desconsuelo fue francés.

Por Redacción Deportes

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