Un leproso en Barcelona

Cinco años atrás, un grupo de periodistas argentinos recordaba que el entonces presidente de Newell’s Old Boys iba a sus reuniones con un revólver y que lo dejaba sobre una mesa para comenzar a conversar. Por aquellos años, Gerardo Martino dirigía la Selección de Paraguay que clasificaría al Mundial del 2010. Newell´s, su equipo, donde creció y se hizo hombre, donde jugó con el 10 en la espalda 509 partidos, donde ganó y perdió pero dejó su sello de distinción y claridad, de honestidad y protagonismo, de carácter, se debatía entre permanecer en primera o descender, pero más allá de eso, simples estadísticas, se debatía entre la dignidad y la trampa. Martino solía decir y repetir que jamás volvería a Newell’s mientras Eduardo López estuviera en el club. “Entre esos tipos y yo hay algo personal”, como decía Juan Manuel Serrat.

Fernando Araújo Vélez
27 de julio de 2013 - 09:00 p. m.

Pasados cuatro años, regresó. Volvió una noche, como en el tango. Ya López se había ido, y la nueva administración lo buscó para rendirle un homenaje al futbolista que más partidos jugó con la camiseta roja y negra, al hombre que encarnaba el mote de leprosos que le habían colgado al club a comienzos del Siglo XX, un domingo en el que promovieron un partido para ayudar a financiar el leprocomio de la ciudad. Su eterno rival, Rosario Central, se negó a jugar. Desde entonces, a Newell´s lo llaman La lepra, y a Rosario, El canalla. Martino fue leproso desde niño, por color, por juego y por carácter. Y cuando volvió aquella noche, recibió, tembloroso, una placa con la que se le informaba que en el estadio del club, la cancha del Parque Independencia de Rosario, habría una tribuna con su nombre: Gerardo Martino.

 Pocos días más tarde, asumía como técnico. Su misión era rescatar a Newell´s de las garras del fantasma del descenso. Su discurso, conciso. Su claridad, su propuesta, sus logros (seis títulos con Libertad y Cerro Porteño, de Paraguay), su pasado como jugador y discípulo de Marcelo Bielsa, su carisma y su trabajo lograron que en 15 días su equipo jugara a lo que él quería. Sin las famosas adaptaciones, sin los eternos tiempos que demandan algunos para conocerse, Newell’s y Martino comenzaron a plasmar un estilo, y a ganar. El equipo presionaba lo más adelante posible para recuperar la pelota rápido; intentaba jugar en terreno contrario; salía desde atrás con la pelota a ras de piso. Jugaba con punteros; abría la cancha. El descenso se alejaba. Newell’s impactaba. Al final, obtuvo el título argentino y llegó hasta semifinales en la Copa Libertadores. Perdió por penaltis ante el Mineiro, pero la crítica fue unánime en señalarlo como el mejor cuadro de la copa.

Cuando lo buscaron para homenajearlo, como lo habían hecho antes con Libertad, con Cerro y con Paraguay, dijo: “El jugador de fútbol es el más importante. No me gusta ser el más reconocido. Los entrenadores siempre podemos estar mejor o peor en función de los jugadores que nos toca elegir”. Luego soltó una de sus máximas: “A nadie se le cae la corona porque venga un jugador y le haga ver algo que hay que cambiar. El conductor es el que pone la música y los otros bailan al compás de la música, pero esto no significa que no se pueda aceptar otra idea si así el equipo está mejor”. Al final, aclaró que no le gustaban las especulaciones y menos los especuladores, y que si podía, elegiría siempre a jugadores con carácter.

El domingo pasado el diario Clarín, de Buenos Aires, anunció que Martino sería el nuevo técnico del Barcelona para reemplazar a Tito Vilanova. Lo que se había iniciado como un rumor, terminó siendo una certeza. Martino había sido recomendado por Lionel Messi, dijeron. Los dos nacieron en Rosario y crecieron en Newell’s, pero sólo se vieron una vez en la vida, 18 años atrás, cuando Martino se retiraba como jugador y Messi era recogebolas. Ese día, el Parque de la Independencia era un fiesta en rojo y negro. Bombas, bengalas, humo, papelitos, cientos de miles de papelitos y pancartas que decían “Tata, jamás te olvidaremos”, “Martino para siempre”. Cuando se terminó el primer tiempo, Messi salió a la mitad del campo a hacer piruetas con la pelota. El público se puso de pie y grito Maradoooo, Maradoooo. Martino sonrió.

Por Fernando Araújo Vélez

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