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Mariana Pajón no es una extraterrestre

A pesar de sus grandes logros ella sigue siendo la niña que se queda dormida en la cama de sus padres luego de ver una película de terror. Aún se despierta y mira con temor su nochero, a ver si allí sigue la medalla que ganó en el BMX olímpico.

Juan Diego Ramírez Carvajal
16 de diciembre de 2012 - 11:44 p. m.
Fotos: Gabriel Aponte.  Asistente: Gustavo Torrijos. Dirección de fotografía:  Nelson Sierra.
Fotos: Gabriel Aponte. Asistente: Gustavo Torrijos. Dirección de fotografía: Nelson Sierra.

Mariana Pajón es humana. A veces se les antoja a los medios presentarla como a un fenómeno y, sin ir más lejos, hasta su papá Carlos Mario ha sospechado de su mortalidad: “Si no hubiese nacido y crecido en mi casa, podría jurar que es una extraterrestre”. Por estos días la asocian con una figura intocable, un modelo a seguir, pero sigue siendo humana, una niña consentida por sus padres que nunca pagó un recibo, que se conforma con dos vinos al año para las celebraciones que lo ameritan y con pasar el día en la piscina de su finca en Santafé de Antioquia.

Logré percibir algo de esa autenticidad sin buscarlo. La noche anterior a la ceremonia del Deportista del Año de El Espectador le cerré el paso en un hotel del norte de Bogotá para buscar una entrevista y poder escribir esto. Antes había notado en su rostro cansado un afán por dormir: se registró en la recepción, rechazó la piña colada de bienvenida y, por supuesto, se opuso a responderme cualquier pregunta. Un rechazo que hizo más angustiante mi indecisión sobre qué escribir de Mariana Pajón, si su vida privada no lo es ni lo será nunca más. Si su biografía, en la que mencionan la primera bicicleta que mantuvo en pie a los cuatro años, en la que la recuerdan en trusa practicando gimnasia y corriendo en autos antes de elegir al bicicrós como opción de vida, es una crónica repetida. Si su hoja de vida, en la que reseñan todos sus títulos, cábalas, belleza humana y física, no es más que un lugar común en materia mediática. ¿Qué ignoramos de Mariana? Nada, pensaba con pesimismo. Para completar, la indecisión se convirtió en desconsuelo al escuchar su argumento: “Mirá las horas que son —11:40 p.m.— y no estoy dormida. Soy humana, ¿no te parece? Debo descansar, compito el fin de semana. Y antes tengo tres sesiones de fotos y entrevistas”.

Desde que ganó la medalla de oro en Londres abandonó la soledad, la prensa la persigue con preguntas de libreto y hasta con errores: “Nos encontramos con Mariana Pajoy. Mariana, ¿Cuántas canchas de bicicrós hay en Colombia?”, le indagaron hace poco. “Mariana, ¿qué se siente haber ganado la medalla de oro?”, no falta en ningún cuestionario y ya ella no sabe qué sentir al oír la obviedad. Perdió la soledad y la intimidad porque se sabe casi todo sobre ella, los colores de sus medias favoritas que usa como agüero de competencia, sus uñas del color de la bandera de Colombia, la manilla con dijes en forma de bicicleta, el tatuaje en su muñeca con los anillos olímpicos y el que no se ha hecho por falta de tiempo: una frase en cursiva en la que se leerá “Campeona Olímpica”.

Además, desde que ganó en el BMX olímpico, el 10 de agosto pasado, los colombianos la acechan. “Por una foto me han jalado el pelo, empujado, estrujado”, confesaría luego sin mucho agrado. “Un día una señora me pasó el celular, dizque su abuela me quería saludar”, añadiría entre risas, con los hoyuelos de sus mejillas bien pronunciadas. “Doña María, qué rico que me llamó... ¡Ay!, muchas gracias por rezar por mí…”: la paciencia como instrumento de supervivencia. Su nombre le ha servido, claro: ya no hace demasiadas filas y los policías ya no la requisan. Pero el precio por el final de los trámites incluyó su intimidad: hace poco decidió ir a ver la película francesa Amigos y la gente en el teatro se acercaba agachada hasta su puesto para robarle una firma.

Este año nació un grupo de fans a su nombre: Los Pajonistas, seguidores de Colombia, Brasil, El Salvador y otros países que llevan el nombre de su agrupación tatuado en la muñeca, más su firma en el antebrazo, y la acompañan a competencias y eventos. Además, en su casa han descubierto en la correspondencia hojas de vida y cartas románticas para aplicar como su pareja o para pedirle, de una vez, el matrimonio.

“‘Tengo buenas condiciones económicas, mi nombre es tal y me gustaría salir con Mariana’. Eso decía la última, imagínate. Y uno le dice a ella: ‘hija, por qué no salís con este muchacho’. Y ella dice ‘no’, que no tiene tiempo, que primero el bicicrós”, diría al día siguiente su papá Carlos Mario. En resumen, Mariana recibe un bombardeo diario contra su privacidad, como una invitación a pasar 24 y 31 de diciembre en eventos, recibir unos 1.000 tweets diarios en su cuenta y conceder —dice ella— al menos cinco entrevistas por día. Por eso comprendí ese “no” irrevocable de contestarme.

La vi ingresar a una sala para cenar con prisa y huir de mí y de la humanidad. Pero su celular volvió a convertirse en su verdugo contra la tranquilidad. Un mensaje le avisó que debía ir al aeropuerto Eldorado, pues una amiga que hacía escala en Bogotá terminó hospitalizada por un dolor abdominal. “¡Necesito un taxi!”, pude escucharle antes de ver a su lado a Carlos Mario Oquendo (medalla de bronce en el BMX de Londres), dispuesto a acompañarla. Mi compañero de sección, Luis Guillermo Montenegro, le ofreció su carro como transporte: en definitiva, debíamos asegurarnos de que al día siguiente no faltara a la ceremonia que iba a ganar. “¿En serio? ¡Uy, no, qué pena!”, dijo, pero luego accedió con la mirada clavada en el piso y explicó la emergencia en el ascensor: “Es Magalie Pottier…”, empezó diciendo con algo de preocupación. Magalie Pottier, la francesa que corrió también en Londres, era una de sus ídolos cuando ella aún no se convertía en leyenda, pero se volvieron amigas en los partidores. “Ella estaba compitiendo en Medellín, en un campeonato el fin de semana, y se enterró el manubrio en el estómago luego de caerse. La tienen retenida en Sanidad de Eldorado y me necesita”.

Tan extraño era sentir en el puesto de atrás a Mariana Pajón como transitar la calle 26 hasta el aeropuerto sin trancones. Era tan inusual como escucharla hablar a ella y no a la que aparece en los medios, porque a veces las entrevistas convencionales no dicen más de lo que deben. En este momento se burló de la bermuda costeña que llevaba su amigo Carlos Mario Oquendo: “Mijo, ¿se le perdió la playa?”. Y le dijo entre bromas que su relación con la nadadora Carolina Colorado era un matrimonio en potencia. Confesó que no es avezada bailando. Luego trató de imaginarse a su amiga Magalie Pottier defendiéndose con su escaso español y recordó que antes de subir al podio tras ganar el oro en Londres, Pottier le entonó con risas el himno de Colombia. La francesa se lo aprendió por tantas veces que ha sonado en los campeonatos mundiales que ha ganado Mariana Pajón (14).

A medianoche Bogotá no es más que un recuerdo tétrico del día anterior y quienes aún no duermen, como los policías y los obreros que nos indicaron las coordenadas de Sanidad de Eldorado, actúan por inercia. Quizá por eso no reconocieron a Mariana, lo que alimentó su versión más original: una joven con buzo morado y jean, caminando entre la oscuridad de las remodelaciones del aeropuerto sin ser asediada por una cámara o un marcador Sharpie. La única prueba de que era Mariana Pajón es que se leía en su maletín personalizado de Totto: “Campeona Olímpica Londres 2012”, más su nombre estampado en uno de los aros del morral.

Luego de caminar por un sector en obra negra encontramos la oficina que destila alcohol etílico y olor a enfermo, y allí estaba Magalie Pottier, tirada en una camilla, con un trauma contuso en el abdomen, pero con su sonrisa intacta. Acaso si se veían ella y sus dos maletas en el piso porque hacía dos horas no había luz, sólo alumbraban el sitio las bombillas de la guirnalda mal puesta y una linterna de emergencia. “¿Por qué están todas las estrellas del bicicrós aquí?”, dijo un médico. “Le tienen que hacer una ecografía”, explicó luego. “¿Está en embarazo?”, pregunté por ignorancia. “¡Hay muchas clases de ecografías!”, respondió Mariana con una ceja levantada y entonces recordé su obsesión futura por estudiar medicina. Y ella conoce muy bien la naturaleza de las ecografías por sus 18 fracturas y porque además de libros de superación personal, Mariana lee sobre medicina, de hecho comenzará en enero —con media matrícula— esta carrera en el CES de Medellín.

“Dame tu dedo —me dice y se lo lleva hacia su muñeca–. ¿Si sentís? —Se refiere a dos platinas y nueve tornillos que dejó un accidente en 2007—. Siempre pito en cualquier detector de metales”.

Su cuerpo ha tolerado tantos dolores como ella ganado títulos por Colombia. Quince días antes de los Juegos Olímpicos, cuando el equipo entrenaba en Francia con Magalie Pottier, Mariana volvió a caerse sobre esa muñeca izquierda que se había fracturado meses antes. Se lastimó dos tendones, era el diagnóstico del médico de confianza en Medellín al ver la radiografía que había enviado Mariana desde Francia. Un dedo se quedó rígido y otro no cerraba del todo, por lo que no podía agarrar con fuerza el manubrio y volver a caerse era un riesgo inminente. “De todas maneras —le dijo el médico a su mamá Claudia— no le diga nada. Esa china es una berraquita y podrá ganar así”. Y sí.

De regreso al hotel, Mariana insistió —sin éxito— en llenar el tanque del carro como agradecimiento. Nos preguntó Carlos Mario Oquendo si iríamos al estadio a ver la final Millonarios-Medellín y Mariana interrumpió para decir que prefería al DIM porque Hernán Darío El Bolillo Gómez es un antiguo amigo de la familia. A la 1:00 a.m. o algo así se bajaron del carro y al día siguiente, antes de recibir el premio como Deportista del Año de El Espectador, volvió a ser la Mariana Pajón de todos: cuidadosa con sus palabras y paciente ante los autógrafos.

Por Juan Diego Ramírez Carvajal

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