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La vida a traviesa, una historia en el desierto del Rally Dakar

Del 5 al 19 de enero, 770 pilotos atravesaron el desierto del país árabe en disputa del “rally” más importante del mundo. Allí estuvo El Espectador.

Hugo Santiago Caro
28 de enero de 2024 - 01:00 p. m.
El piloto español Carlos Sainz y su copiloto Lucas Cruz, de Team Audi Sport race, durante la etapa 1 del Rally Dakar 2024, de Alula a Al Henakiyah, Arabia Saudita, este sábado.
El piloto español Carlos Sainz y su copiloto Lucas Cruz, de Team Audi Sport race, durante la etapa 1 del Rally Dakar 2024, de Alula a Al Henakiyah, Arabia Saudita, este sábado.
Foto: Red Bull Content Pool/EFE - Marcelo Maragni

Después de la cuarta hora de camino seguida entre Hail y Al Ula, en el noroccidente de Arabia Saudita, más cerca de Jordania y del mar Rojo que de Irán o Yemen, la sensación de incomodidad se vuelve cada vez más notoria y cada vez hay menos posiciones en el asiento de la camioneta en las que las piernas no comiencen a doler. O por lo menos esa fue mi experiencia acompañando la novena etapa del Rally Dakar 2024.

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Claro está que no tengo la preparación de ninguno de los pilotos que están en competencia. Tampoco recorrí los 639 kilómetros que ellos recorrieron a campo traviesa, más bien fueron más de 400 entre los puntos de control de la salida y el último punto de tiempo cronometrado. Sin embargo, con cada curva prolongada en medio del desierto las anchas dunas comienzan a parecer una sola y cada roca es más parecida a la anterior. Pero mientras yo anhelo un alto en el camino, en los asientos de adelante del vehículo dos personas miran inmóviles la carretera y solo se desvían para hablar entre ellos en francés y dar pequeños chequeos al GPS que nos marca el camino.

Se trata de Thierry Delli-Zotti, quien maneja el vehículo, e Isabelle Patissier. Por una semana, fueron ellos quienes me llevaron atravesando Arabia por carretera. No siempre fue Thierry quien manejó, pues hasta hace poco más de diez años él era el copiloto y mecánico de Isabelle cuando ambos eran pilotos profesionales de rally y participaban en el Dakar. Este 2024 cumplieron 10 años desde su retiro de competencia, corriendo por última vez en Argentina, cuando la carrera se realizaba a este lado del mundo. Ahora ambos trabajan para la organización llevando y trayendo invitados, como yo.

Al ser una carrera itinerante (el primer evento de este estilo que toca las tierras originarias del islam), el Dakar cuenta con un campamento que constantemente se traslada como base de llegada para los pilotos, el bivouac, que traduce, palabras más, palabras menos, un campamento temporal. En una de las llegadas a este campamento, en medio de las caravanas de mecánicos y fisioterapeutas que asisten a los corredores entre etapas, le pregunto a Isabelle si hacer estas travesías en otro tipo de carros —ella solía correr en buggies—, siguiendo las carreteras, es diferente que hacerlo en sus épocas de competencia.

“Cuando corres, te preparas todo el año para el Dakar. Los pilotos corren durante el año y entrenan parte de la carrera, luego es lo más importante. Aquí es diferente porque tenemos la misión de acompañar a los invitados”, me responde con cierta aceptación de su nuevo rol. También me atrevo a preguntarle si las cinco o seis horas que andamos a diario en carretera le pesan diferente a como era en carrera, pero un gesto desinteresado me corta el impulso y se limita a decir que incluso cuando está en su casa está acostumbrada a manejar por varias horas diarias.

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Si para mí esas horas pesan y para Isabel son cotidianas, para los equipos y entornos de cada corredor son de plena angustia. No solo son horas en las que compiten etapa por etapa por la clasificación general de la carrera, también son cientos de kilómetros jugándose la vida.

Quien me lo explica mejor es Javier Vélez, el único piloto colombiano en Arabia en 2024: “Uno solo piensa que ojalá no nos vayamos a encontrar un accidente, que no nos vayamos a accidentar. Hay que estar muy pilas con el coche y la navegación. Es vital porque si no ves un hueco, un bache, alguna cosa te puede matar fácilmente”. Del otro lado, desde el entorno de los corredores, Norberto Benavides, el papá de Kevin y Luciano (quinto y séptimo en la clasificación de motos de este año), lo resume en una palabra: “¡Cagazo!”. Con Norberto y Juan Carlos Puga, padre del piloto ecuatoriano Juan José Puga, vi la llegada de la etapa 11 del Dakar cerca de Yanbú, ya cerca del mar Rojo. Durante la primera semana de competencia Benavides le había confesado a El Clarín que su vida sería mucho más tranquila si sus hijos dejaran de competir.

“Mientras ellos están corriendo la etapa, yo le ruego a Dios. Muchos creen que estoy mirando los tiempos, que estoy pendiente de cada etapa. No me interesa nada, solo quiero que lleguen bien”, les dijo. Me fijo más en su semblante mientras comienzan a llegar las primeras motos, en los mismos tiempos de los pilotos. Benavides ni se mueve mientras busca, avisado por el ruido de los motores, si la moto que viene es la Husqvarna de Luciano o la KTM que conduce Kevin, quien llegaba este año como campeón de motos en 2023. Hasta que por fin aparecieron y primero fue Luciano.

Antes habían pasado Ross Branch, del Hero Motorsport, Ricky Bravec y Adrien Van Beveren, los tres que se disputaban el podio de las motos. Todos habían trastabillado un poco en esa última curva antes de la meta, en la colina donde Puga, Benavides y yo estamos junto con otro puñado de aficionados. Pero Luciano pasó limpio, su padre lo notó más que cualquiera y lo gritó tan pronto la figura del piloto se perdió en la nube de polvo que levantó.

Sin embargo, ustedes ya sabían que, aunque celebró la técnica del hijo, en sus propias palabras “se cagó de miedo”. Esa fue su respuesta después de que pasaran Luciano y Kevin a la pregunta de cómo se sentía. Y eso que era la penúltima etapa, ya llevaba en esas casi 20 días. Lo cierto es que razones no le faltaban a Norberto, pues un par de días antes habíamos recibido la noticia de la muerte de Carles Falcón, un motociclista español que se había caído en la segunda etapa de la carrera. Si, como contó Isabelle al principio, se preparan todo un año para venir, para él la competencia y su vida terminaron en dos días. El equipo con el que corría dijo que sufrió daños neurológicos irreversibles como consecuencia de un paro cardiorrespiratorio tras la caída.

Con esta perspectiva, el portugués Joaquim Rodrigues tuvo suerte, pues un día antes que Falcón también se cayó, en los primeros 80 kilómetros de toda la carrera, pero para él solo fue una fractura de dos dedos en la mano izquierda. Teniendo a su disposición poder volver a su casa, decidió acompañar a su equipo, el Hero Motorsports, como miembro de la delegación.

Aunque dice que el tiempo pasa mucho más despacio que estando en carrera, sí está probando una nueva etapa en su vida, una visión del Dakar a la que no está acostumbrado, como sí puede estarlo a estas caídas. “Una caída puede pasar en cualquier momento. En 2018 hice cinco kilómetros y tuve una caída fuertísima (se fracturó una costilla y tuvo que ser retirado en helicóptero) en Perú. Al final es carrera, sabes, las cosas tanto pasan al inicio como al final; pero tenemos que superarlo, aceptarlo y continuar”, explica. Puede que tenga la mentalidad de que si sobrevive, de inmediato hay que continuar, pero la caída que más le costó superar no fue suya, sino de su cuñado, Paulo Goncalves. Afirma, sin vacilar, que fue la batalla más dura de su vida.

En el Dakar de 2020, entre Riyadh y Wadi al Dawasir, más al centro del país que donde estamos Joaquim y yo, Goncalves, que también corría para el Hero, fue encontrado en el kilómetro 276 de la carrera por el australiano Toby Price. Ya estaba sin vida y no es muy claro cómo ocurrió la caída, pero la muerte del piloto destrozó a todo el pelotón. “Fueron los ocho minutos más largos de mi vida. Sentí que fueron como una hora. Los médicos respondieron bastante rápido (...) fue un duro día para el mundo del motociclismo perder un gran amigo y un gran compañero”, le contó Price al diario español Marca.

Para Rodrigues el impacto fue doble. No solamente era su compañero en el Hero, también estaba casado con su hermana y era el padre de sus sobrinos. Cuenta que cayó en depresión y pensó en dejar las motos, que pasó por tratamientos con psicólogos y psiquiatras antes de volver siquiera a pensar en conducir. “Yo estaba ahí, miré todo lo que pasó. Es como un despertar para la vida que demuestra que hoy estás bien, pero mañana se va todo. Entonces tienes que disfrutar el tiempo que tienes aquí y hacer lo mejor que puedas. Eso es lo que aprendí”, sigue contando.

Javier Millán, periodista español que también está cubriendo el Dakar, me explica que la muerte de Goncalves fue especialmente difícil para todo el entorno de las motos porque se trataba de un tipo carismático. En eso coincide Jordi Grau, el coordinador del equipo Hero. “Como persona, era un diez, pero aparte Joaquim es su cuñado, Felipe, que es el mecánico de Joaquim, es uno de sus mejores amigos, con Wolfi (el director del equipo) tenía una amistad muy grande. Es como una familia y es un giro. Tardamos dos años en recuperarnos del todo”, dice.

A decir verdad, noto el impacto cuando recuerdan el tema. Todos los equipos del Dakar suelen ser cerrados con los periodistas, se toman muy en serio la competencia. En el Hero me dejan entrar en su campamento sin problema y todos me responden entre risas, pero el impacto de aquella muerte les cambia el tono cuando me lo cuentan.

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Grau explica que en ese riesgo de cada etapa las cosas son tortuosas para ellos desde el bivouac, pues sin un intercomunicador su única alternativa para saber que están vivos y siguen compitiendo es una aplicación que les marca los tiempos de referencia en puntos determinados. El estatus de los pilotos a cientos de kilómetros por hora reducido a una flecha virtual que va hacia adelante y cuando vira hacia atrás les indica que algo va mal. “Lo que se intenta cuando se van por la mañana es no despedirte, pero darles el mayor apoyo, el mayor cariño. Y cuando llegan también; o sea, ellos se juegan la vida”.

Al final la satisfacción les llegó como equipo, pues después de que en las primeras dos semanas perdieran a Rodrigues y a otros dos corredores, el único corredor que les quedaba, Ross Branch, probablemente el único botswano en competencia también, logró colarse por su cuenta en el podio quedando segundo. En ocho años de existencia y después de la muerte de Goncalves, que los obligó a pasar de cuatro a dos corredores por dos años, el Hero de capital indio, pero de sangre portuguesa, germana y española, se coló por primera vez en el podio del rally más importante del mundo.

*Hugo Caro fue invitado especial para acompañar al Hero Motosport durante la carrera.

Hugo Santiago Caro

Por Hugo Santiago Caro

Periodista y productor radial javeriano. Ganador del Premio Nacional de Periodismo del CPB 2021 a mejor tesis de grado. Ha escrito para El Tiempo y Bacánika. @HugoCaroJhcaro@elespectador.com

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