En el corazón de una pelea de artes marciales mixtas en Las Vegas

Estuvimos en Las Vegas para ser testigos de la pelea del año de las artes marciales mixtas, el regreso de Anderson 'La Araña' Silva. Esta es nuestra crónica.

Luis Fernando Mayolo
21 de febrero de 2015 - 09:03 p. m.
En el corazón de una pelea de artes marciales mixtas en Las Vegas

En Las Vegas todos los casinos compiten por tener el mejor show, ese es el espíritu de la ciudad, por lo menos el que le venden al visitante. La oferta va desde ‘Kumanity’, el show sensual del Circo del Sol, pasando por los homenajes a Michael Jackson y Los Beatles, hasta el montaje de Britney Spears. Todo en un mismo fin de semana.

Nosotros estábamos ahí por un espectáculo completamente diferente, tal vez el único capaz de robarle un poco de atención al Super Bowl, que se realizaba en Arizona al día siguiente. El regreso esperado de Anderson ‘Spider’ Silva a una pelea de artes marciales mixtas de la UFC era todo un acontecimiento, luego de partirse la tibia y el peroné en 2013 en su pelea con Cris Weidman, el único rival que lo derrotó en siete años.

Algo de morbo contaminaba el ambiente, ¿‘La Araña’ tendría los huevos para pararse nuevamente en el octágono? ¿Físicamente estaría preparado para vencer a Nick Díaz, un peleador que se había enfrentado a los mejores perdiendo solamente por decisión? Lo único claro es que existía una fanaticada enloquecida necesitada de héroes y el brasileño Silva era uno de ellos.

Héroes que ayudaron a construir un deporte que en sus principios era catalogado con una pelea de gallos humana, que exaltaba la violencia como si se tratara de una lucha en el Coliseo Romano y se publicitaba como un combate en la que valía todo, incluso hasta la muerte.

Así lo reportaba también la prensa colombiana en su momento, incluso hasta Pirry viajó a Canadá para ser testigo del enfrentamiento entre el legendario Georges St-Pierre y Matt Serra en 2007, presentándolo como una práctica violenta desconocida en nuestro país, algo así como el apocalipsis del deporte.

Hoy las cosas han cambiado bastante y aunque fue sobre estos cimientos en los que se popularizaron las artes marciales mixtas, la indignación que produjo en cierto sector de la sociedad americana llevó a esta práctica más al terreno de lo deportivo, con reglas claras para la protección de los involucrados, y la búsqueda del perfeccionamiento de la técnica por encima de la agresividad desbordada.

De eso fuimos testigos ese fin de semana en el combate pactado en la arena del MGM, un hotel gigantesco ubicado en la tradicional Las Vegas Boulevard, con más espacio para sus restaurantes, bares, discotecas y casino, que sus propias habitaciones. Un monstruo edificado para el entretenimiento desbordado, al mejor estilo de ‘The Hangover’, condición ideal para un evento de estas magnitudes.

¿Se romperían le jeta? Seguro que sí, porque aunque los golpes en los testículos y otras artimañas callejeras son parte del pasado, el atractivo de las artes marciales mixtas siguen siendo las patadas, los puños y el sometimiento, el ver la superioridad de un peleador por encima de otro en el conocimiento del mayor número de disciplinas y su combinación dentro de un estilo personal. Por eso el estar ahí era todo un privilegio.

La publicidad del enfrentamiento estaba por todas partes, incluso hasta en las tarjetas de ingreso a nuestras habitaciones. Una imitación a escala del octágono estaba en el lobby conteniendo al clásico león de la MGM y la imagen de las estrellas de este deporte invadían las pantallas digitales de las iluminadas calles de Las Vegas, compitiéndole a los anuncios de Rock in Río, Billy Idol e incluso al show homenaje a Michael Jackson.

La programación incluía además una serie de batallas previas, dentro de las que llamaba la atención una de chicas, Miesha Tate vs. Sara McMann. Aunque suene un poco machista, no deja de sorprender el poderío de sus peleas, que en el mercado de la UFC alcanza una popularidad casi tan grande como la de los hombres.

En Las Vegas hablamos con Paige Vanzant, una exmodelo convertida en luchadora, quien nos confesó que las peleas de mujeres son a veces mucho más agresivas que las de los hombres. Según sus palabras los hombres siempre terminan abrazándose y en la mejor buena onda. “Nosotras entramos y terminamos mucho más enojadas los combates”, dice mientras sonríe con un poco de picardía. Ahí está un atractivo adicional.

Figuras como Ronda Rousey ya son icónicas y su leyenda llegó hasta el cine, en donde hizo parte del elenco de ‘Los Mercenarios 3’, junto a Silvester Stallone, y pronto lo hará en ‘Rápido y Furioso 7’.

Pero como en todo gran show, lo primero es pensar en la previa, por eso el evento imperdible era el pesaje. Las jornadas de la UFC hay que mirarlas como todo un paquete de entretenimiento. Por eso se dan el lujo de vender paquetes hasta en 5000 mil dólares, con el derecho de vivir una experiencia VIP, con puestos preferenciales, merchandising, fotos en el octágono con el cinturón de campeón y dependiendo del plan con pasajes, hotel y alimentación.

En el pesaje los peleadores deben demostrar que están dentro del peso adecuado para su categoría, si no se exponen a una sanción, ya que un kilo de más puede darle ventaja sobre su oponente. Ahí estábamos en las graderías, escuchando el bullicio del público cuando cada uno de los rivales se posaba sobre la pesa, en su mayoría en ropa interior, para luego lucir una mirada amenazante frente a su rival de turno.

Aprobado el requisito todo estaba dicho para el día siguiente. Un sábado de fiesta deportiva, que contaría con la presencia de personalidades como Charles Barkley, Anthony Kiedis, Demi Lovato y Forresst Griffin, una leyenda de las artes marciales mixtas, entre otros.

La mañana del sábado el hotel parecía más agitado que de costumbre, cientos de personas perdían miles de dólares en el casino, mientras otros se empezaban a agolpar en las afueras del recinto deportivo. Los primeros en entrar fueron los emocionados dueños de los pases VIP, quienes tuvieron la oportunidad de subir al escenario y tomarse la foto respectiva. Hasta las escarapelas eran de lujo y coleccionables. El MGM Arena lucía aún más gigantesco con las gradería vacías. En los alrededores los bares estaban full, mientras nosotros seguíamos al pie de la letra el código de vestimenta que estaba en las invitaciones: business casual, algo así como blazer con jean.

Llegamos a tiempo para ver como Miesha Tate hacía rendir a su oponente. Aunque estábamos relativamente cerca, las pantallas de alta definición se presentaban como una mejor opción para apreciar cada uno de los detalles. Algunos dirían que no tiene sentido ir a ver televisión a ese templo de deportivo, pero no hay que olvidar que tal vez lo mejor de la experiencia es el escuchar. Escuchar el golpe de los puños sobre la piel, los gritos de la gente apoyando a su luchador pidiendo más agresividad sobre el escenario o el escuchar las canciones que utilizan las estrellas de la UFC para hacer de su ingreso al combate una experiencia mística. Algunos lo hicieron al ritmo de Deftones y otros con los acordes de Bob Marley, mientras los fanáticos a su paso parecían perder la cordura.

Las chicas con diminutos trajes comenzaron a trabajar, clásico en este tipo de espectáculos. En sus manos el cartel del primer asalto anunciaba la inminencia de la batalla. Las pantalonetas y licras de los peleadores aprovechaban hasta el más mínimo espacio para publicitar sus patrocinadores. Ese es el negocio socio, porque en algunos casos los más célebres enfrentamientos entregan bolsas de hasta seis ceros. Hay mucha gente viéndolo por televisión y las marcas lo saben. Millones de espectadores pegados a las pantallas bajo el sistema ‘pague por ver’ en Estados Unidos, Canadá y Europa y en Latinoamérica a través de alianzas estratégicas con importantes cadenas de televisión. Como dato curioso hay que destacar a Brasil y México como los países en donde alcanza mayor popularidad, incluso hasta existe un reality llamado Ultimate Fighter, en donde varios luchadores de las artes marciales mixtas se ven sometidos al demonio de la convivencia y a los retos propios de su disciplina. En la versión estadounidense de uno de estos formatos salió una de las peleas más recordadas por los fanáticos, gracias al sentimiento y la entrega que Forrest Griffin y Stephan Bonnar dejaron sobre el ‘ring’.

Como ellos, esa noche en Las Vegas estuvo cargada de gloria para Thiago Alves, Thales Leites, Al Iaquinta y Tyron Woodley. Cada uno ellos sacó del camino a su oponente, antes de darle la bienvenida al duelo central de la noche.

Se acabó la espera, a lo que vinimos. ‘La Araña’ Silva de licra amarilla lucía confiado y Díaz, intentaba descifrarlo con la mirada. El reloj comenzó su cuenta regresiva, para una pelea pactada a cinco asaltos. El show no dio espera y el estadounidense intentó sacar de casillas al excampeón brasileño burlándose por no ir a la ofensiva. Un par de golpes contundentes y un intento de tirarlo a la lona fracasó. Esta pelea no se definiría con técnicas de combate del Jiu-jitsu. Silva no se mostraba contundente, pero tampoco con signos de debilidad. Así pasaron los minutos de una pelea muy conservadora, hasta que un golpe hizo sangrar Nick Diaz. La superioridad era evidente y el excampeón no tuvo que esforzarse demasiado para saber que la decisión final estaba a su favor. La necesidad de someterlo o de fulminarlo no estaba en el libreto, y el arriesgar demasiado no pasaba por la mente de ninguno de los contrincantes. Al final no hubo sorpresas y por decisión Anderson Silva volvería a la UFC con un triunfo. Las lágrimas se apoderarían del luchador, quien agradecería a Dios y a todos, la nueva oportunidad.

El escenario quedaría desalojado en minutos y la experiencia había llegado a su fin, no sin antes hacernos el anuncio que este año el fiel propósito de la UFC es seguir creciendo en Latinoamérica y por qué no, entrar con mayor fuerza al mercado colombiano, que ya cuenta con varios peleadores dispuestos a convertirse en leyendas.

Por Luis Fernando Mayolo

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