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Jorge Eliécer Julio, del rechazo a la gloria olímpica

Una decisión cuestionable que recibió uno de los abucheos más estruendosos de la época, puso fin a los sueños de Colombia de llevarse una medalla de oro en boxeo a través de la destreza del deportista en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988.

Paula Casas Mogollón
29 de julio de 2016 - 10:46 p. m.
Jorge Eliécer Julio Rocha regresó al país como un héroe, ya que fue el único atleta colombiano que logró estar en el podio de esas olimpiadas.  / AFP
Jorge Eliécer Julio Rocha regresó al país como un héroe, ya que fue el único atleta colombiano que logró estar en el podio de esas olimpiadas. / AFP

La delegación olímpica de Colombia venía de lograr una sola medalla, de plata, en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, Estados Unidos, en 1984. El responsable de esta hazaña fue Helmut Bellingrodt en la modalidad de tiro. 
 
Era necesario prepararse mejor para las siguientes olimpiadas que tenían como sede Seúl, Corea del Sur. Ya corría el año de 1988 y los colombianos dudaban que algún compatriota estaría en el podio, pues de los 81 integrantes de la embajada deportiva que partía, sólo 44 eran deportistas. 
 
Las esperanzas estaban enfocadas en el tirador Bernardo Tovar y en los boxeadores, debido a que los puños de estos últimos tendían a salvar la patria en los Olímpicos. Y no se equivocaron. En las manos potentes de Jorge Eliécer Julio Rocha, de la categoría peso gallo, estaba la oportunidad de que se coreara el himno colombiano en tierra asiática. 
 
Jorge Julio, de 19 años de edad, llegó a Seúl por sus propios medios; el Comité Olímpico Colombiano (COC), en cabeza de su presidente Fidel Mendoza Carrasquilla, no le ofreció apoyo a ningún boxeador. Los habitantes de Barranquilla fueron los que se encargaron de recaudar dinero para poder pagar los tiquetes aéreos, alimentación, preparación y hospedaje de Jorge Julio, su compañero Simón Morales Mejía, de la categoría peso mosca, y el entrenador Jorge García Beltrán.
 
La primera pelea oficial que tuvo este peso gallo en las olimpiadas fue contra el filipino Michael Hermillosa, quien no aguantó más sus poderosos puños y fue derrotado. Le siguieron el puertorriqueño Felipe Nieves, el alemán René Breitdarth, subcampeón mundial, y el japonés Katsuyoki Matsushima, campeón asiático, que no lograron resistir la potente embestida que nació de los guantes de Julio. 
 
Sólo le quedaba un rival más, el búlgaro Alexander Hristov, para llevar la presea dorada al país que no lo apoyó. Si perdía tendría que conformarse con la de bronce, era bastante pero no suficiente para su ambición y capacidad. Era 28 de septiembre de 1988 y todo estaba preparado para la gran pelea. Tuvo un comienzo complicado ya que el búlgaro tenía al colombiano encerrado, sin poder realizar algún golpe contundente. 
 
Con el paso de los segundos el colombiano empezó a mostrar todo su talento y capacidad. Su rapidez y fortaleza desconcertaron al búlgaro, quien por unos instantes parecía estar débil. Soportó una serie de golpes en el mentón, sus piernas se doblaron y su rostro hacía creer que el colombiano estaba cerca de lograr un nocaut. Fue, tal vez, la situación más movida del encuentro. Desde ese momento la pelea se volvió monótona. 
 
Ya se había acabado el tiempo y aún no había ganador. Las personas que vieron la pelea daban como ganador al colombiano, hasta el mismo búlgaro se veía cabizbajo esperando que levantaran la mano de su rival como único vencedor. Sin embargo, las cosas no fueron así. La decisión de los jueces Osvaldo Bisbal de Argentina, Bob Kasule de Pakistán y Adolph Elmo de Estados Unidos dieron la victoria al búlgaro, mientras que Kishen Narsi, de la India, y Roderick Robertson, de Gran Bretaña, opinaron que el ganador debía ser el colombiano. 
 
Jorge Julio quedó un poco perdido a la hora de la decisión, porque no comprendía muy bien el idioma y por su desempeño estaba seguro que ganaría. No obstante, quedó desconcertado cuando la mano del búlgaro fue levantada. Le tocó ir a la esquina del cuadrilátero a entender un poco lo que pasaba y con orgullo recibir la presea de bronce. "Yo pensaba que aquí todas las decisiones iban a ser justas, pero no fue así. Los jueces tienen algo de rosca con los búlgaros", aseguró Jorge Julio después del encuentro en 1988.
 
El mundo del boxeo no comprendía la decisión tan errada que se había tomado ese día. El colombiano fue dominante durante casi todo el combate, mostró superioridad, llevó la iniciativa, atacó sin descanso y logró conectar los mejores golpes. En el tercer asalto dominó a su rival de tal modo que a éste le dieron un poco de protección.
 
Jorge Eliécer Julio Rocha regresó al país como un héroe, ya que fue el único atleta colombiano que logró estar en el podio de esas olimpiadas. A un lado quedaba ese niño que salió de El Retén, Magdalena (lugar donde nació), que dedicaba su vida a vender pescados y a ser celador en Barranquilla. 
 
Su sueño siempre fue ser boxeador, era algo que llevaba en la sangre. Es primo de un campeón mundial, Fidel Bassa, y de un campeón nacional, Carlos Rocha. "Fui a ver a Fidel Bassa y allí empezó a gustarme el boxeo. Mis tíos me dijeron que si me quería meter, me conseguían la inscripción", aseguró Julio hace tres décadas. 
 
Jorge Julio dejó la vida de boxeador profesional con un récord de 49 peleas, 44 ganadas y solo cinco pérdidas. Fue cinco veces campeón nacional, dos veces internacional y ganó tres veces el título al boxeador más técnico.
 
Aunque desde hace años está apartado de los medios, en una entrevista con El Heraldo en 2014 aseguró que sueña con regresar al país, ya que desde el 2000  vive en Estados Unidos. No descarta la idea de ser entrenador porque asegura que tiene los conocimientos necesarios para desempeñarse en este cargo. 
 
Mientras continúa su trabajo lejos de sus siete hijos y sus nietos, mantiene vivo el recuerdo de esa medalla olímpica, esa que nadie creía que iba a ganar. Tanto así, que cuando llegó en 1988 aseguró que en su cabeza siempre iba a estar la frase que le dijo a su entrenador antes de partir en el completo anonimato: “profe, no se preocupe, hoy salimos por la puerta de atrás pero al regreso lo haremos por la puerta grande, y ahí sí estarán todos los periodistas”. 
 

Por Paula Casas Mogollón

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