Miguel Ángel Rodríguez luchará hasta ser el número uno

El bogotano de 26 años, octavo mejor jugador de squash en el mundo, creció en las canchas del Club El Nogal en Bogotá. La guía y el sacrificio de sus padres han sido fundamentales en su carrera.

Luis Guillermo Montenegro
01 de febrero de 2015 - 08:32 a. m.
Miguel Ángel Rodríguez, el colombiano que ocupa el puesto 8º en el ranquin mundial de squash. / Óscar Pérez
Miguel Ángel Rodríguez, el colombiano que ocupa el puesto 8º en el ranquin mundial de squash. / Óscar Pérez

Ángel Rodríguez es el pionero del squash en Colombia. Fue campeón nacional durante once años y el encargado de que este deporte trascendiera en siguientes generaciones, con el rol de profesor que asumió unos años más tarde en clubes de Bogotá. Cuando él estaba en el mejor momento de su carrera tenía un compañero inseparable: su hijo Miguel Ángel, quien con tres o cuatro años le animaba y al finalizar los partidos ingresaba a la cancha, cogía una de sus raquetas, que eran casi de su mismo tamaño, y les pegaba a las pelotas de squash como si estuviera jugando hockey. Muchas personas se quedaban mirándolo y se burlaban de él porque era gordito y cachetón.

Cuando Ángel se retiró de la competencia profesional, ingresó como instructor al Club Guaymaral de Bogotá, en donde su hijo se convirtió en alumno. A los seis años le enseñó a Miguel Ángel a coger la raqueta, a hacer el swing perfecto para pegarle a la pelota y las demás técnicas básicas del squash. Se dio cuenta de que su hijo tenía madera, facilidades motrices y talento, y se dedicó a pulirlo. Por eso en 1995, cuando construyeron el Club El Nogal y le ofrecieron irse como jefe del área deportiva, aceptó, pero puso como requisito que le permitieran entrenar a su hijo en las canchas del club y jugar torneos nacionales.

Las jornadas de Miguel Ángel eran largas, porque después de terminar su horario académico en el colegio Calasanz, llegaba al club para entrenar la parte física con Cony, su mamá, y luego entrar a la cancha para mejorar la técnica junto a su padre. A los ocho años jugó su primer torneo en el Club Choquenzá, un evento de menores de 10 años, el cual ganó. Eso lo motivó a seguir entrenando y a los dos años salió por primera vez del país a jugar squash. Participó en el Canadian Open en la categoría júnior y se quedó con el primer lugar. Poco a poco los resultados fueron mejorando y la ilusión de llegar a lugares impensados seguían creciendo. A los 15 años entró a la categoría de profesionales en Colombia y tras ganar muchos títulos e incluso ya integrar la selección de Colombia, tomó la decisión de dedicarle el resto de su vida al squash, por eso se inscribió en la PSA (Professional Squash Association), algo así como la ATP en el tenis, en la que comenzó a ser ranqueado mundialmente. Por esa época, alrededor del mundo eran cerca de 400, así que desde esa posición comenzó a ascender.

Cuando Miguel Ángel estaba cerca de terminar el colegio, sus padres habían organizado todo para que él pudiera ir a Londres a perfeccionar su inglés. Cony, quien en ese momento además de ser instructora del gimnasio del Club El Nogal era la dueña de la tienda deportiva, les había pedido a los directivos del club que apoyaran económicamente a Miguel Ángel y le costearan el viaje y la estadía en Inglaterra. Claro que la noche del 7 de febrero de 2003 lo cambió todo. A las 8:15 p.m. estalló un carro bomba en el parqueadero de El Nogal que terminó consumiendo gran parte de la estructura del edificio. Hubo un total de 36 muertos y más de 200 heridos, entre los que por fortuna, no se encontraban Miguel Ángel, Cony ni Ángel. “Ese día Miguel estaba entrenando, porque pronto tendría un torneo. Inicialmente iba a estar en las canchas hasta las 9 de la noche, pero como a las 7 decidió que estaba muy cansado, que ni se bañaría en el Club y lo haría en la casa. Mi esposo no estaba ese día dando clases y yo, por cosas de la vida, ese día no cerré el local a las 8:30 p.m., como siempre, sino a las 8”, cuenta Constanza Forero, la madre de Miguel Ángel.

Ese atentado provocó que el club se echara para atrás en la decisión de apoyar económicamente a Miguel Ángel, pero como ya el plan de ir a estudiar estaba listo, Constanza y Ángel decidieron vender un gimnasio que tenían en Chía y otras pertenencias para pagar el estudio de su hijo por un año en Toronto, Canadá. Allá llegó Miguel a la casa de una familia conocida, que le brindó todo lo que necesitaba y le hizo el contacto con Jonathan Power, con quien entrenó para no descuidar el nivel de juego. Le vieron tanto talento, que una universidad le ofreció que le pagaría la carrera y un buen sueldo a cambio de que jugara squash representando la bandera de Canadá, a lo que Miguel Ángel se negó porque soñaba con ganar trofeos y medallas dejando en alto el nombre de Colombia.

Cuando regresó al país, con un nivel muy bueno, era el 60 del mundo e iba muy bien. Claro que sintió la presión de que debía estudiar alguna carrera y por eso entró a la Universidad Sergio Arboleda, en donde no duró más de dos semestres porque un día un profesor le preguntó: “¿Usted está estudiando o jugando?”. Algo que lo hizo pensar y tomar la decisión de seguir su carrera como jugador de squash, en la cual poco a poco continuó consolidándose como el mejor de Latinoamérica. En 2005 jugó su primer torneo en Quebec y viniendo de la qualy llegó hasta la final y perdió. Ese mismo año, en noviembre ganó en Argentina. A la fecha se ha quedado con un total de 26 torneos internacionales y es el octavo en el escalafón mundial, claro que esta semana podría ascender aún más gracias al título en el Suburban Collection Motor City Open 2015, en Detroit.

También son destacados sus logros en eventos del ciclo olímpico, ya que ha ganado medalla de oro en Bolivarianos, Suramericanos, Centroamericanos y Panamericanos. Además, en 2013 consiguió su primera medalla en los Juegos Mundiales. “La meta ahora es ganar en los Panamericanos de Toronto más medallas de oro”, asegura Miguel, quien buscará la presea individual y en dobles, haciendo pareja con la bogotana Catalina Peláez.

“Donde no hay disciplina no hay éxito”, le repetía Cony a Miguel Ángel. Esa frase la tuvo que poner en práctica en mayo de 2010, cuando estaba disputando un torneo en Argentina. Ya estaba en la final frente a un americano. Iba ganando 2-1 en games y 10-1 en el que le daría el partido. Fue a contestar una bola y se le dobló el tobillo hacia adentro. Sintió un sonido extraño y no se podía parar; sin embargo, pidió la bola para no demostrarle al rival que estaba tocado. Solo faltaba un punto, pero el dolor era tal que no podía ni moverse. El rival comenzó a remontar. 10-2, 10-3, 10-4… 10-10, pero luego, con fuerzas que no sabe de dónde sacó, el colombiano ganó en tie break y se quedó con el título. Al otro día llegó en silla de ruedas al aeropuerto de Bogotá, porque había sufrido una rotura de ligamentos. El dolor era impresionante y al mes y medio tenía que estar en Juegos Centroamericanos y del Caribe. Los doctores decían que iba a ser imposible que jugara. Aseguraban que tenían que enyesarlo por lo menos dos meses o cirugía.

Pero la berraquera del bogotano salió a relucir, usó muletas una semana y su mamá comenzó a hacerle terapias caseras con plantas medicinales, además tuvo varias sesiones de terapia medular que le sirvieron para que los tejidos se recuperaran de manera más rápida. Tras unas semanas se le había desinflamado un poco el tobillo, pero el dolor seguía siendo fuerte, lo que llevó a que le inyectaran factores de crecimiento y eso hizo que pudiera llegar a luchar por la medalla de oro a los Juegos. Luchó, sufrió, pero se colgó el oro. Esa anécdota la recuerda Miguel para motivarse y sentirse fuerte. Por eso no parará hasta el día que no haya hacia dónde más escalar. Por eso asegura que: “sueño con llegar a ser el número uno del mundo, es algo que no veo muy lejano, porque a los primeros del ranquin ya les he ganado. También, espero poder crear una academia de squash en Colombia para que en el futuro este país sea una potencia en este deporte. Quiero hacer lo que mis padres hicieron conmigo con muchos otros talentos que necesitan apoyo”.

* lmontenegro@elespectador.com / 

 

Por Luis Guillermo Montenegro

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