La mujer que revolucionó las artes marciales mixtas

La bella peleadora estadounidense es una de las responsables del vertiginoso crecimiento de un deporte que combina varias disciplinas de combate y que se ha convertido en su negocio multimillonario.

Luis Guillermo Ordóñez Olano
09 de agosto de 2015 - 06:11 p. m.
La mirada de Ronda Rousey intimida. Cuando pelea se transforma en una máquina de tirar puños y patadas, esquivar golpes y hacer llaves. / Inova-Alexandre Loureiro
La mirada de Ronda Rousey intimida. Cuando pelea se transforma en una máquina de tirar puños y patadas, esquivar golpes y hacer llaves. / Inova-Alexandre Loureiro

Cerca de 15.000 personas colmaron el HSBC Arena de Río de Janeiro la semana pasada para ver la pelea por el título mundial de la categoría gallo del Ultimate Fighting Championship (UFC), la organización más importante de artes marciales mixtas en el planeta, entre la brasileña Bethe Correia y la estadounidense Ronda Rousey.

Antes del combate la afición estaba dividida entre la deportista local y la campeona defensora, ya convertida en una celebridad internacional por su talento, carisma e imagen.

Pero luego de 34 segundos, los que pasaron antes de que la norteamericana noqueara a su rival, el coliseo entero se rindió a sus pies. “Rooonda, Rooonda, Rooonda”, le gritaban a la espectacular rubia de 1,70 metros de estatura y 61 kilogramos de peso, quien completó 12 victorias como profesional, ha participado ya en varias películas de acción y es considerada una de las deportistas más bonitas del mundo.

Ronda ha sido luchadora desde que estaba en el vientre de su madre. Nació con el cordón umbilical enredado en su cuello, lo que le generó problemas de comunicación. De hecho, tardó mucho en pronunciar sus primeras palabras. Y cuando apenas comenzaba a superar ese trauma, sufrió un golpe aún más fuerte: el suicidio de su padre Ronald, quien no soportó haber quedado parapléjico luego de un accidente cuando montaba en trineo en compañía de sus hijas.

Ese episodio cambió la vida de Ronda, quien se refugió en el deporte y siguió los pasos de su madre, AnnMaria De Mars, que en 1984 fue en la primera estadounidense en ganar un título mundial en judo.

En Atenas 2004, con apenas 16 años de edad, Ronda fue la deportista más joven de los Juegos Olímpicos. Y cuatro años después, en Pekín, logró la medalla de bronce en la categoría de menos de 70 kilogramos, la misma de la colombiana Yuri Alvear, a quien enfrentó varias veces en Mundiales y Juegos Panamericanos.

Aunque consiguió cerca de 50 títulos y medallas en 10 años de carrera, Ronda decidió retirarse en 2010, tras ganar el campeonato nacional de su país, pues no se sentía satisfecha con el dinero que ganaba.

La primera mujer en el UFC

Durante 2011 Ronda Rousey trató de encontrar su nuevo lugar en el mundo. Asistió a varias universidades, pero se dio cuenta de que la educación formal no era para ella. Trabajó como mesera, asistente de terapia física para perros, y hasta instructora en un gimnasio, antes de incursionar en las artes marciales mixtas.

Por sugerencia de un amigo comenzó a entrenar jiu jitsu, boxeo, karate y kickboxing. Su fama como peleadora creció hasta que Dana White, presidente de UFC, la descubrió. El dirigente vio en ella un diamante para pulir y comenzó a promocionarla como la pionera del UFC femenino. Y en apenas cuatro años se ha convertido en un fenómeno sin precedentes en esta disciplina.

Su superioridad en el octágono es asombrosa. Sus 12 peleas profesionales han durado 15,6 minutos. Todas terminaron antes del tiempo reglamentario y en las tres últimas despachó a sus rivales en 16, 14 y 34 segundos.

“La verdad es que tengo el mejor trabajo del mundo. Realmente amo lo que hago y no me importan los sacrificios que debo hacer para seguir siendo la mejor. Me gusta entrenar, viajar, compartir con los fans”, asegura la peleadora, quien reconoce que ha aprendido a desempeñarse en su rol de estrella. “La gente hace muchos esfuerzos por verlo a uno, por pagar una entrada, por llegar al hotel, el gimnasio o el lugar en donde uno está. Disfruto acercarme a ellos y tomar una foto, firmar un autógrafo, dar un abrazo. De hecho, a veces, como acá en Brasil, paso más tiempo haciendo eso, o en sesiones de fotos y entrevistas, que en los entrenamientos”, explica con naturalidad, mientras su madre la observa y aún se sorprende de ver cómo se maneja frente a las cámaras.

“Es que antes era muy tímida”, cuenta AnnMaria, quien habla español porque su padre era venezolano. “Mis otras tres hijas también hablan un poco, pero Ronda a duras penas aprendió a hablar inglés”, admite con pena.

AnnMaria contó que “en la casa ella es una más. Allá no es la campeona ni la vedette. Si tiene que lavar los platos, lo hace; cuando tiene que ordenar, no pone problema”.

Y destaca que “es una chica que tiene los pies bien puestos sobre la tierra. Sigue trabajando con las mismas personas con las que lo hacía 10 años atrás. Está haciendo buenas inversiones pensando en su futuro. Creo que estará unos tres o cuatro años más y luego se va a retirar, porque tiene muchas ganas de ser mamá, aunque seguirá vinculada al deporte o algo de la farándula”.

Rousey es una de la personalidades deportivas más reconocidas en Estados Unidos. Ha participado en varias películas de acción y ha salido en las portadas de ESPN’s Body Issue, Sports Illustrated y Esquire.

Para su madre, “lo que la hace una fantástica peleadora es su actitud. Tiene una gran técnica, pues trae la base del judo desde niña, es bastante temperamental, pero sobre todo tiene mucha fortaleza mental. Nunca pierde la calma ni el control de las peleas”.

Ronda tiene varios tatuajes en su cuerpo, alusivos al deporte, pero hay uno que considera especial. Dice: “Cada segundo cuenta”, que fue el único consejo que le dio su madre cuando supo que iba a ser judoca. Además, siempre escribe en sus vendas y sus guantes “Mi amado padre”, cuya ausencia siente mucho más ahora que está triunfando.

Su personalidad amable y sencilla, además de esa bella carita de niña buena, se quedan afuera del octágono. Cuando pelea se transforma en una máquina de tirar puños y patadas, esquivar golpes y hacer llaves. Su mirada intimida, así como sus movimientos ágiles y rápidos.

Y después de finalizar su trabajo y atender a sus rivales, vuelve a sonreír y a posar para las cámaras. Comienza a hablar con familiaridad, a mandar besos a quienes la ovacionan, porque sabe que esa es la mejor manera de contagiar a la gente de la pasión por las artes marciales mixtas, la disciplina de mayor crecimiento en los últimos años, en buena medida gracias a ella, y una verdadera mina de oro en la industria deportiva.

Por Luis Guillermo Ordóñez Olano

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