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Primer logro olímpico

Anecdotista consumado, recuerda sus comienzos atajando ladrones, sus peripecias para no consumir comida japonesa y lo único que ganó corriendo: 20 pollos.

Ricardo Ávila Palacios *
25 de agosto de 2014 - 02:19 a. m.
Con sus logros, Pedro Grajales  marcó el atletismo de la década del 60 en Colombia. /Archivo El Espectador
Con sus logros, Pedro Grajales marcó el atletismo de la década del 60 en Colombia. /Archivo El Espectador

Este hombre, tan caleño como Jaime Aparicio —de quien el 19 de agosto publicamos su perfil deportivo— también dejó su impronta en las pistas, con un hito importante: hace casi 50 años, el 16 de octubre de 1964, Pedro Grajales —a sus 24 abriles— fue el primer atleta colombiano en superar la ronda eliminatoria en Juegos Olímpicos.

En su serie de los 200 metros planos, en Tokio-64, fue tercero con registro de 21.4 segundos. Escoltó al trinitario Edwin Roberts (20.8) y al australiano Bob Lay (21.3). En cuartos de final terminó séptimo entre ocho corredores con tiempo de 21.7 segundos, insuficiente para avanzar a la final, ganada por el estadounidense Henry Carr (20.3).

En los 400 metros planos fue el único iberoamericano, con 47.2 segundos, en avanzar a la siguiente serie, donde fue eliminado con 47.8. José Gregorio Neira, entre tanto, llegó séptimo en su eliminatoria en 800 metros (1:55.6), y no pasó a segunda ronda. Peter Snell (Nueva Zelanda) se coronó campeón (1:45.1). En los 5.000 metros, Álvaro Mejía quedó último en su ronda (14:41.4). Francisco Gutiérrez, en 100 y 200 metros, también quedó eliminado.

En las olimpiadas de México-68, Grajales también llegó a segunda ronda en ambas distancias. Su campaña olímpica lo llevó a ser reconocido el mejor atleta colombiano en la década del 60.

Grajales, un consumado bailarín de salsa, recuerda que “terminada la competición para el equipo atlético de Colombia, Neira, que trabajaba con Olivetti en nuestro país, nos invitó a Mejía, Gutiérrez y a mí; a la sede de esa firma en Tokio. Tuvimos intérprete y carro con un chofer mejor vestido que nosotros. Visitamos sitios turísticos y nos llevaron a un exclusivo restaurante. Como lo acostumbra la cultura japonesa, antes de entrar al comedor nos quitamos lo zapatos, uno de nosotros tenía las medias rotas. Ya sentados en el piso, comenzó a llegar la comida: de entrada huevo crudo, después una gelatina con un gusano adentro, seguida de tallos gruesos y carne roja y cruda que debíamos mezclar con todo lo anterior. No fuimos capaces de echarle diente a eso, y al intérprete le tocó comerse todo”.

Pero la historia no acaba ahí. “Al llegar la cena le expliqué al intérprete que no podíamos comer más porque en Colombia la religión católica ordenaba hacer ayuno. El japonés, por no quedarse con la atención, nos llevó a un restaurante occidental. De nuevo me tocó frentear porque teníamos hambre. Le pregunté por la diferencia horaria entre Japón y Colombia. Me respondió que el desface era de 14 horas. Yo le dije que como en Colombia era otro día ya podíamos comer. El tipo se puso más contento que nosotros, su honor japonés estaba a salvo. Sólo así nos pudimos desquitar”.

“En 1965, en los Juegos Bolivarianos de Quito, donde se coronó tetracampeón, un señor de apellido Vallecilla —dueño de una famosa granja avícola en Cali y un gomoso del atletismo— me dijo cuando me alistaba para correr los 400 metros: “Pedro, si ganás te doy cinco pollos”. Y yo gané. Cuando corrí los 200: “Pedro, otros cinco si ganás”. Y yo volvía a ganar. Lo mismo me dijo cuando intervine en las postas corta y larga, que también ganamos. Bueno, me gané 20 pollos, pero no fui capaz de reclamarlos todos por física pena. Creo que reclamé cinco no más. De resto, no gané nada más en mi vida como atleta activo, pero el detalle de ese señor vale más que muchos millones de pesos porque son cosas motivantes”.

Fue persiguiendo raponeros como descubrió su enorme potencial para el atletismo. “En vacaciones trabajaba en un almacén Tía y un día el gerente salió corriendo del local. Al saber que un sujeto había robado una caja de medias Pepalfa también salí corriendo y a los pocos metros pasé al gerente. Después, cuando el ladrón se notó alcanzado por mí, tiró su botín al suelo”. Algo similar le ocurrió en Cali, “cuando un ladrón le robó una cadena de oro a una señora. Alcancé al ladrón y recuperé el objeto. Por eso dicen que Pedro Grajales se inició en el atletismo atrapando ladrones”.

Pocos días después de finalizados los Juegos Nacionales de 1960 en Cartagena, Grajales nació como atleta. Era diciembre, y una tarde decidió con su primo entrar al estadio Pascual Guerrero para ver entrenar a un grupo reducido de atletas. Grajales le comentó a su pariente que él era capaz de ganarles a todos ellos. Su profecía se volvió realidad minutos después: enfrentó a esos atletas y, descalzo, los venció. Desde ese momento tomó en serio el atletismo. Tenía 20 años, y el paquete diario de cigarrillos Pielroja que se fumaba y las rumbas sabatinas que terminaban los domingos, quedaron sepultadas en el olvido para entregarse al deporte. Los padres de Grajales no lo podían creer. Don Ignacio vociferaba, entre contento e incrédulo,: “A mi hijo se le apareció la virgen”.

ravila@elespectador.com

@ricardoavilapalacios

* Este texto forma parte del libro ‘Historia del atletismo colombiano’, aún inédito.

Por Ricardo Ávila Palacios *

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