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Viaje al corazón del sumo, un deporte enigmático

Ojerosos y pesados, los luchadores deben cumplir con una brutal disciplina si quieren convertirse en reconocidos campeones de esta práctica.

Redacción deportiva
01 de junio de 2015 - 02:20 p. m.
Viaje al corazón del sumo, un deporte enigmático

En países como Colombia, y algunas naciones vecinas, el conocimiento que se tiene sobre el sumo es limitado. Las primeras imágenes que se vienen a la mente cuando se menciona esta práctica son de personas de ascendencia oriental, bastante pesadas y cubiertas con telas en su cintura.

Sin embargo, no se sabe que el sumo es un deporte cubierto de espiritualidad. Los historiadores creen que el sumo empezó en el período Kufun, alrededor del siglo III d.C., cuando las peleas se incorporaron a los rituales y se hacían en los templos, bajo la presencia de sacerdotes y otras figuras religiosas.

Muchas de sus prácticas derivan del sintoísmo, la religión oficial de Japón. En el siglo XVII, cuando las peleas se llevaban a cabo para recaudar fondos para proyectos de construcción pública, los rituales se convirtieron en un evento deportivo. La celebridad de los luchadores creció de la mano de la venta de impresiones en madera con peleas famosas, y el deporte secreto se convirtió en el opio de las masas japonesas.

Poco a poco el heroísmo tangible de los luchadores empezó a ensombrecer los poderes abstractos de los dioses, y el sumo se convirtió más en un espectáculo que en una forma de oración. El sumo es muy tradicional, y todo lo que se ve tiene un significado más profundo. Los recuerdos del pasado se manifiestan en objetos físicos.

Por eso la BBC acompañó a varios rikishi (luchadores) en un establo en Japón, lugar donde viven y entrenan, y reveló como es su rutina.

El establo que visitó el periodista Matthew Bremner, se llama Arashio y se encuentra en la ciudad japonesa de Osaka. Allí, la actividad empieza a las 5.30 de la mañana, en medio de un tremendo frío. Tras salir de sus camas, los luchadores se lavan y se visten para la práctica, recogiéndose el pelo en resbaladizos chonmage (moños) y atando el mawashi (taparrabos) de tres metros de largo alrededor de sus gigantescas cinturas. Lo que espera son horas de práctica y de crujir huesos. No comen desayuno, para ralentizar sus metabolismos y aumentar el apetito, y empiezan el día con el ruido de los borboteos de sus estómagos vacíos. Los luchadores se mueven como una flota de barcos entre altas olas, lanzándose y haciendo rodar sus cuerpos por una estrecha escalera y hacia la pequeña marquesina de fuera.
Allí, se ponen a preparar el dohyo, el sagrado anillo circular en el que se llevan a cabo los combates de sumo .Tras barrer el suelo de arcilla y marcar bien los perímetros del anillo, los luchadores tapan con cinta sus viejas heridas, se aprietan los taparrabos y empiezan a estirar.

Empiezan los combates, los rivales buscan mantenerse en pie y luchan por respirar. Cuando uno de los dos cae, se sacuden el polvo de encima y se hacen una amable reverencia. No hay decepción en la pérdida ni tampoco petulancia en la victoria, sino solo una vuelta silenciosa y respetuosa a sus posiciones.
Este sentido del respeto aumenta con la llegada al establo del luchador más experimentado."Todos los jóvenes luchadores quieren ser sekitori (un competidor de alto rango), pero no tienen posibilidad de pelear contra un luchador de ese nivel en competición", dice Soujokurai, uno de los luchadores más populares de Japón. "Por eso están tan motivados para ganarme en la práctica", añade.

Es por ello la jerarquía resulta tan importante en el sumo. La mayoría de los luchadores son reclutados a los 15 años, directamente de la secundaria, y llegan al sumo en busca de gloria y riqueza. Quieren vivir la vida de los sekitori, con sus propios clubes de fans, montañas de dinero en premios y un séquito de sirvientes.
Sin embargo, lo que se encuentran es una poco envidiable combinación de agotamiento y humillación. "La vida de un joven luchador de sumo es dura", señala el propio Soukokurai. "Debes ser paciente, fuerte y disciplinado, y si eres estas tres cosas, quizás lo consigas".

Sobre el mediodía, con su abundante carne todavía temblorosa por horas de batalla, los rikishi se sientan a comer. De nuevo se aplica la jerarquía: los luchadores senior comen antes.

Al no haber un límite de peso en el deporte, los competidores buscan la ventaja a través del tamaño. Pues en el tablado, ambos competidores se agarran, se golpean y se machacan hasta que uno pierde el equilibrio y es expulsado del ring.

Cabe anotar que el luchador promedio consume entre seis y 10 platos por comida, alrededor de 10.000 calorías, aunque un luchador retirado. Takamisugi. Se hizo famoso cuando comió 65 platos de comida de una sola vez.

La rutina de estos deportistas es agobiante. Ellos saben que cada mañana el castigo va a continuar. Solo pueden esperar que su gloria futura haga que valga la pena.

(Aquí puede leer el artículo completo http://www.bbc.com/travel/story/20150508-the-life-of-a-sumo-wrestler )

Por Redacción deportiva

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