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Pedalea para llegar al cielo

Pasan los años y ‘Rigo’ entrena más fuerte, con más ganas; sé que cada vez está más cerca de su papá, que nos cuida como un ángel. Ahora es todo un campeón y mantiene su humildad, sigue siendo un caballero.

Aracelly Urán
14 de diciembre de 2014 - 02:13 a. m.
/ Luis Ángel - El Espectador
/ Luis Ángel - El Espectador
Foto: LUIS ANGEL

Riguito, mijo, ese lunes 26 de enero de 1987 mi vida y la de su papá, Rigoberto de Jesús, cambiaron para siempre, no sé si alguna vez se lo había dicho pero su llegada a este mundo nos hizo entender que las bendiciones llegan cuando menos se esperan, pues traen consigo felicidad y la fortaleza necesaria para afrontar las adversidades.

Vivíamos en Urrao, un pueblo antioqueño pequeño, hermoso y calmado. Allí, su papá vendía chance y rifas en la plaza principal, aunque también iba por todos los barrios ofreciéndolo de casa en casa, siempre sobre su bicicleta roja en la que pedaleaba y pedaleaba para mantenernos a nosotros dos, y luego a Martha, su hermana y mi otra razón de vivir. Mientras tanto yo me encargaba de las labores domésticas y de cuidarlos, pero qué lucha tan tenaz con usted, desde pequeño ya era un loco, corría por toda la casa, iba de aquí para allá, era un terremotico.

Poco a poco fue creciendo y su papá se veía reflejado en usted, estaba tan emocionado y lleno de orgullo con el nuevo miembro de la familia, que decidió ponerle un pequeño sillín a esa cicla roja para que lo acompañara a vender el chance por todo el pueblo. Creo que le quedó gustando el asunto porque le cogió amor a montar en ella y vea ahora, dándole duro por allá en Europa.

Con el tiempo le conseguimos su primera bicicleta, en ella se volvió un niño hiperactivo, me tocaba llamarle la atención para que se calmara porque era muy loco. Cogía esa bicicleta y nadie lo paraba. Me llegaba todo ‘aporriado’ y siempre tenía que decirle que debía comportarse porque le iba a pasar algo grave. Como ese día en que estaba montando afuera de la casa y se cayó, pues venía a toda velocidad, se abrió la cumbamba contra el suelo. Fue horrible, parecía que tenía dos bocas, me angustié tanto que nos fuimos corriendo para el hospital, le cogieron puntos y gracias a Dios se recuperó pronto. Casi me mata del susto ese día mi muchacho.

Tampoco voy a olvidar su cara de emoción cuando tenía 10 años y empezó a ver a esos muchachos que formaron el club de ciclismo en Urrao. Empezó a entrenar más fuerte, siempre con su papá al lado, por Dios que parecían inseparables. Dejaban las calles del pueblo y se iban a una que otra vereda cada vez más lejos y con recorrido más difícil.

Sin embargo, todo cambió esa tarde de agosto de 2001, en la que sentí que el mundo se acababa. Usted estaba en el colegio y ese día no había salido a entrenar con su papá. Él y dos compañeros más fueron hasta la vereda El Tigre, se suponía que regresaban en la mañana, pero pasaron las horas y no volvieron.

Un vecino llegó corriendo hasta la casa y me dijo, Aracelly, ¿cómo le parece que mataron a Rigo? En medio de la confusión y el desconcierto le pregunté que a cuál de mis dos Rigobertos le había pasado eso, si a mi esposo o a sumercé. Me dijo que al papá. Sin aliento bajamos hasta el río donde me dijeron que podía encontrarlo. El cuerpo estaba en la orilla; un grupo armado lo había matado. Luego lo arrojaron desde el barranco y para evitar que la corriente se lo llevara, un señor lo sacó. Nos contaron que a Rigoberto de Jesús lo bajaron de la bicicleta, lo obligaron a arriar un ganado robado y luego lo asesinaron.

Pensé que mi vida llegaba hasta ahí, que todo se derrumbaba y que no podríamos hacer más, que quedábamos en el aire y desamparados porque él era la fuerza y la guía de nosotros. Pero nos tocó seguir adelante, la muerte de su papá nos dio más fuerza y más amor. Recuerdo que usted nos juró que pedalearía más duro, hasta llegar al cielo, al lado de ese hombre que siempre nos apoyaba y que ya no estaba.

En ese momento descubrí que era un caballero, un hombre de verdad porque asumió la obligación de cuidarnos. Y no le miento, para mí fue muy duro ver cómo, con 14 años, tuvo que empezar a trabajar de lleno, además de estudiar y practicar ciclismo, pues en esa época ya había corrido dos carreras. Me hacía sentir muy orgullosa y me ayudó mucho en ese momento de profundo dolor que sólo Dios comprende.

Cuando usted se va yo me quedo en el aire, la casa se siente vacía, pasan los meses y no regresa, pero cuando llega todo el mundo lo visita y vuelve la alegría. Y siento felicidad, pero a la vez nostalgia, porque yo vi cómo empezó en Urrao lavando carros en una bomba de gasolina, vendiendo chance con su papá o recogiendo botellas de aguardiente por las que le daban $50. Ahora es todo un campeón y mantiene su humildad, sigue siendo un caballero. Y lo más importante es que ha cumplido su promesa, pasan los años y pedalea más fuerte, con más ganas; sé que cada vez está más cerca del cielo, de Rigoberto de Jesús que nos cuida desde allí como un ángel.

Lo ama, su mamá. 

*Adaptación hecha por Theo González Castaño.

Por Aracelly Urán

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