Pep Guardiola, que Dios te pille confesado

El fútbol de choque, de caóticas idas y venidas, que caracteriza lo que vemos en la Premier, contrasta con el fútbol pausado del Barcelona.

John Carlin
07 de febrero de 2016 - 11:01 p. m.

Cuando pienso en Pep Guardiola me viene a la mente la película La misión, la historia de un jesuita español, interpretado por Jeremy Irons, que se instala en Paraguay en el siglo XVII para introducir al Dios cristiano a los indígenas guaraníes. El parecido físico con el personaje de Irons —delgado, ligera barba, intenso— es notable. Lo veo a Guardiola, vestido con sotana, formando parte del elenco misionero junto a Irons y el otro protagonista de la película, Robert de Niro.

Tras confirmarse que Guardiola entrenará al Manchester City la temporada que viene, hay más motivo que nunca para asociarlo con aquella película. Llega a Inglaterra con una misión civilizadora: traer el refinamiento que patentó en el Barcelona a una nación donde el fútbol sigue, si no exactamente en la Edad de Piedra, en la época victoriana.

El fútbol de choque, de caóticas idas y venidas, de constantes pérdidas del balón que caracteriza lo que vemos en la Premier cada fin de semana, contrasta con el fútbol pausado, geométrico, basado en la posesión que ha definido tanto al Barça como a su actual equipo, el Bayern Múnich. El fútbol inglés es salvaje y descerebrado; el de Guardiola, pulcro y medido. En el fútbol inglés priman la fuerza física y la valentía defensiva; el de Guardiola se adapta mejor a jugadores bajos y delgados, como Andrés Iniesta o Lionel Messi, que saben defender mejor con el balón que sin él. El fútbol inglés es bélico, bruto, militar; el de Guardiola es arte, inteligencia y amor al balón.

Si todo esto suena cruel o insultante, la verdad es que no se aleja tanto de la percepción que tienen los propios ingleses del tipo de fútbol desplegado en su tierra.

Cuando Guardiola llegó a Alemania, hace dos temporadas y media, fue recibido con recelo por ciertos sectores. En plan, “¿quién es este español para venir a darnos lecciones de fútbol a nosotros, los eficientes teutones?”. Algo de eso persiste hoy, cuenta gente cercana a Guardiola. Inglaterra es otra cosa. Todo indica que será recibido con mucha más humildad, que los nativos prestarán solemne atención a su mensaje evangelizador, ávidos de oír la palabra de Pep.

Un repaso a los diarios ingleses hoy, tras el anuncio de su próximo destino, podría llevar a uno a pensar que la metáfora misionera se queda corta; que se trata de algo más parecido a la segunda llegada de Cristo.

Los tabloides no controlaban su histeria. “El City se prepara para el dominio mundial”, rezaba un titular nada atípico. En cuanto al sobrio Times de Londres, su jefe de fútbol arrancó su historia de la siguiente manera: “La confirmación de que Pep Guardiola llegará en el verano es uno de los momentos más significativos en la historia del fútbol inglés. Este delgado colector en serie de trofeos y visionario táctico subirá el nivel en el Etihad (el estadio del City) y en todo el país”.

O sea, que nada de presión, pues...

Hablando en serio, tanto la presión como la expectativa sobre Guardiola son y serán enormes. Ni en el Barcelona ni en el Bayern se esperó tanto de él. Le piden que transforme el destino del City y de paso que lidere, ni más ni menos, una especie de nueva revolución industrial en el rústico fútbol inglés. Será el reto más enorme al que se habrá enfrentado. La decepción, si fracasa, sera épica. Como quizá hubiera dicho el personaje de Jeremy Irons en La misión: que Dios le pille confesado.

Por John Carlin

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