La primera dama de Colombia

Su mamá fue jinete, su padre y su hermano mayor, automovilistas. Ella montó su primera bicicleta a los cuatro años. Perfil.

Juan Diego Ramírez C.
10 de agosto de 2012 - 07:42 p. m.
Tras cruzar la meta, Mariana corrió a celebrar con su entrenador.  / AFP
Tras cruzar la meta, Mariana corrió a celebrar con su entrenador. / AFP

Encontró la bicicleta roja que habían usado su tía, su papá y su hermano Miguel tirada en un rincón de la casa aún ubicada en el barrio El Poblado de Medellín. Mariana Pajón —tres años, con vestido y zapatos de charol— se subió, apenas sosteniéndose, y ese primer paseo en cicla marcó su vida por siempre.

A los cuatro años hizo sus primeros entrenamientos en pista y a esa misma edad corrió su primera competencia. “Me inscribí sola. Yo, que era la más tímida del mundo, fui hasta donde los organizadores y les dije que quería correr con los niños de cinco y seis años porque no había una categoría para mi edad, ni mucho menos para niñas. Cuando llegaron mis papás les informé: ‘Voy a correr el sábado’, y ahí me compraron mi primera bicicleta, una rosada”. Y luego sería campeona.

Allí vivió su primera entrevista. Se ve en una pista, junto a su bicicleta rosada, celebrando con sus padres el título. El periodista se le acercó, la felicitó y le lanzó algunas preguntas que la niña contestaba con timidez y mirando siempre al piso. “¿Qué quieres ser cuando seas grande?”, dijo el entrevistador. “Campeona mundial”, respondió ella sin titubear.

Los hombres de la casa se negaron en principio por el peligro que significaba. Caídas sobre pistas de tierra, golpes contra y por el escarabajo, todo sugería un riesgo para la niña de la familia. Pero Mariana, en esencia, es eso: pura adrenalina.

“Todo el embarazo de Mariana lo pasé en una pista de motocross, viendo a mi esposo Carlos Mario (Pajón) correr durante su etapa de automovilista. Por eso ella nació deportista”, dice su madre, Claudia Londoño, que fue campeona nacional de equitación. Desde que se convirtió en madre, hace 23 años, padeció las peripecias de Miguel, el hijo mayor, en pistas de karts. Y las de Mariana y Daniel en las de bicicrós.

Doña Claudia quería sentir orgullo de madre al ser emulada en equitación por su única hija, pero los caballos hacían llorar a Mariana. Tampoco logró incitarla a la gimnasia, porque la niña se detestaba en esa trusa ridícula. Y el gusto por los karts de su hermano y su padre no superó el amor desmedido por el bicicrós.

Los temores familiares se cumplieron cuando Mariana tenía cinco años y sufrió su primera lesión. La carrera masculina —y de ella— ya había acabado. Abrieron la pista. Alguien venía en contravía y le cayó encima. Fractura de clavícula, le diagnosticaron.

Pero las alegrías y triunfos tras la recuperación fueron doblegando el estupor colectivo en la casa. La llamaron La barbie del bicicrós por la bicicleta y el casco y los guantes rosados, porque en muchas competencias era la única niña sobre la pista y porque se esmeraba por lucir lo más femenina posible en un deporte rudo.

“Me arreglo, e incluso me maquillo para entrenar y correr. Un deporte extremo no te cambia como mujer, así deba ser agresiva en la pista”, dice Mariana, que se graduó de bachiller en 2010 del colegio Montemayor Sagrado Corazón de Medellín y decidió posponer su sueño de estudiar medicina por el bicicrós.

El primer título, el más importante, lo obtuvo en el 2000, en Argentina, antes de convencer a los jurados de dejarla participar por ser la única mujer. Tenía nueve años entonces. “Nos llamaron a avisarnos —cuenta doña Claudia— y nos pusimos a llorar de la emoción. Entendimos que estaba valiendo la pena todo el miedo de dejarla correr”.

Con los años se impuso como campeona nacional en Estados Unidos en varias ocasiones. “¿Qué cuál ha sido mi competencia más dura? En 2004, cuando tuve que correr en la categoría de 18 años y tenía apenas 14. Competí con las más duras, eran gigantes. Y me la gané. Ahí rompí el mito de que era imposible ganarles a mis ídolos, como Magalie Pottier (la francesa que derrotó este viernes), y les gané”, dice con delicadeza.

El resto es imagen repetida: Mariana sobre un podio, con un trofeo, sonriendo tímidamente porque siempre la intimidaron las cámaras (los periodistas también). Ya son 14 títulos en cuatro años a nivel mundial y ese retrato, así como las medallas de oro en los Juegos Panamericanos y la de este viernes en los Olímpicos.

Lo logró a su estilo: para competir se puso las medias de diferente color y los guantes distintos de la suerte. El día antes se había pintado las uñas de color dorado (“porque yo sabía que era el día dorado”, dijo). Cuando llegue al país se tatuará, al lado de los anillos olímpicos que se estampó como augurio en 2010 en su muñeca, unas letras de láser para leer: “Campeona Olímpica”.

Por Juan Diego Ramírez C.

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