Santa Fe: No más Arangos, mejor Salazares

Campeón hace apenas seis meses, el equipo cardenal fracasó en su intento por defender el título local y también en la Copa Libertadores. Tiempos de cambio.

Fabián Mauricio Rozo Castiblanco
28 de mayo de 2017 - 09:22 p. m.
En apenas una semana, Santa Fe quedó eliminado de la Libertadores y de la Liga local.
En apenas una semana, Santa Fe quedó eliminado de la Libertadores y de la Liga local.
Foto: MAURICIO ALVARADO

¿Cómo un plantel que fue capaz de levantarse de varios fracasos para terminar dando un vuelta olímpica, apenas seis meses después, ante un panorama similar y con más recursos en nómina, se dejó llevar por la crisis hasta tocar fondo?

Muchas pueden ser las razones, desde las directivas, pasando por las técnicas y por supuesto las futbolísticas, para explicar el fracaso de Santa Fe en este semestre, en el que no tenía la nómina para pelear la Libertadores ni mucho menos la Liga con un Nacional que está varios escalones arriba. Sin embargo, con cinco participaciones continentales seguidas y el rótulo de campeón a nivel local, tenía la obligación de superar la fase de grupos en Copa y alcanzar por lo menos las semifinales en el rentado.

El técnico Gustavo Costas así lo sabía y pretendía, pero esta vez no pudo transformar las eliminaciones en oportunidades, porque el semestre pasado armó un equipo, mientras en esta oportunidad tuvo individualidades con diferentes propósitos. Varios pensaron en recorrer su propio camino, desviándose del principal. Y así es imposible llegar lejos.

Para ser compacto se necesita de tiempo y un líder. El argentino lo es de sobra. Pero por más iniciativa y voluntad, un simple factor negativo puede echar al traste todo. Y la manzana de la discordia —por no decir podrida— tiene nombre propio: Johan Arango. Con fútbol de sobra, pero indisciplina en igual o mayor proporción, no dividió, reventó por completo la plantilla.

Sus reiteradas faltas, calificadas públicamente como “contracturas”, agotaron la paciencia de todos. De Costas, el cuerpo técnico y el propio grupo. La apuesta del presidente César Pastrana se perdió en la semana más importante del semestre. Tras el triunfo en Lima, que dio la inmejorable opción de depender de sí mismo, al único jugador diferente del equipo le pudieron más la noche y el licor que la ilusión de seguir en la Libertadores y cotizarse internacionalmente.

Lo mismo había pasado en la semifinal de la Suramericana 2015 con Luis Quiñones, casualmente compañero frecuente de fiestas de Arango, pero en esa oportunidad el DT Gerardo Pelusso salvaguardó algo sagrado del vestuario: lo colectivo por encima de cualquier talento. Se fue el fútbol, es cierto, pero el grupo entendió que había que defender con más dientes que gambeta la oportunidad que terminó dándole la otra mitad de la gloria continental.

En esta ocasión, con todo y que las lesiones se ensañaron para sacar del camino a los dos mejores del equipo, Tesillo y Gordillo, el bajo nivel de varios y la falta de compromiso de otros, Costas quedó maniatado para recuperar la autoestima del vestuario albirrojo. Por un lado, la sugerencia directiva de obviar las reiteradas faltas de Arango para concretar un posible negocio en el exterior, y por el otro, un plantel resquebrajado ante la injusticia de cumplir con la disciplina y no tener las mismas opciones.

Ya cada quien entonces pensó en lo suyo. Se preocuparon por el salvavidas, no por la balsa que los sacara a todos a flote. Naufragio inevitable que se dio en cuestión de días. De martes a sábado, Santa Fe tuvo dos finales, con su hinchada incluso, pero los rivales fueron los únicos que las afrontaron como tal.

Ya la fórmula del presidente debe revaluarse. Más allá de la política de contrataciones y no refuerzos, Santa Fe no puede ser más un centro de rehabilitación. En lugar de insistir con aves de paso, por qué no volver a la esencia que lo llevó a allanar el camino más exitoso de su historia. La génesis de esta época dorada fue la determinación de Arturo Boyacá para promover a los Meza, Roa y compañía.

Hoy no importa si es más por convicción o necesidad. Puede que ante el descalabro financiero que conllevan las eliminaciones, la cantera sea la solución a la mano. Si tanto se precian en Santa Fe de ganar torneos de liga en sus menores y hoy tienen un equipo en Suiza y otro próximo a viajar a Suecia, pues que el plantel profesional se nutra de la base, como corresponde.

¿Hace cuánto no consolida un jugador de sus fuerzas básicas? El más reciente fue Sebastián Salazar, de lo poco rescatable en el último tiempo. De eso ya pasaron tres años, por lo que va siendo hora de que surjan un central, un lateral derecho, un volante de primera línea, alguien de talento del medio hacia adelante.

Así también el sentido de pertenencia podrá ser rescatado. Porque el Santa Fe de hoy perdió hasta su tradicional garra. Claro que en cualquier momento podía aparecer la derrota, como ahora, por ejemplo, pero la cuestión pasa en la manera de afrontarla. A varios jugadores les da lo mismo perder, ganar o empatar, o lo que es aún peor, cambian el chip según el premio.

Santa Fe está en un momento que obliga a cambios. Radicales si se quiere. Retomar el camino puede costar demasiado. Paciencia no sobra ante la costumbre de dar vuelta olímpica cada año desde 2012, pero ahí también entrará a jugar la hinchada. Con humildad, hay que aceptar la transición, sin olvidar que pasaron casi cuatro décadas de ayuno. Que la reingeniería empiece por casa. Y la cantera debe ponerse la 10.

Por Fabián Mauricio Rozo Castiblanco

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