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Murray toca el cielo

77 años después de Fred Perry, el escocés se convierte en el primer hombre británico campeón de Londres, al derrotar a Novak Djokovic.

Juan José Mateo / El País de España
07 de julio de 2013 - 09:00 p. m.
El escocés Andy Murray celebró a lo grande su título en Wimbledon.  / AFP
El escocés Andy Murray celebró a lo grande su título en Wimbledon. / AFP
Foto: AFP - GLYN KIRK

Para convertirse en el primer británico que gana Wimbledon desde 1936 (6-4, 7-5 y 6-4 ante Novak Djokovic) en categoría masculina, Andy Murray combatió un buen puñado de demonios, regateó a unos cuantos fantasmas y le enseñó al número uno lo que es vivir en el infierno. Nole empezó con tres bolas de break en contra. Los dos contrarios tardaron 20 minutos en llegar al 2-1, media hora en alcanzar al 3-2 y una hora en negociar el primer set. Hubo intercambios de 25 golpes, el sol castigó con 33 grados y la grada apretó como una orquesta de lobos hambrientos. Djokovic, cocido ya por las 4 horas 43 minutos que consumió en semifinales, en comparación con las 2:52 que empleó su contrario, acabó frito. Disparado en los errores. Precipitado en las decisiones. Derrotado entre los rugidos de la grada (“Let’s go Andy!”), que celebró que Wimbledon ya tiene su rey británico. Al cuarto punto de partido y tras superar tres de break en el último juego, Murray hizo buena la cábala: 77 años después del último título británico masculino (1936, Perry), y sabiendo que el último llegó en 1977 (Virginia Wade, en el cuadro femenino), el escocés celebró el suyo el 7 del 7.

Se compitió sobre hierba, pero a veces se jugó como si la pista fuera de tierra. Estos dos tenistas intercambiaron 31 juegos sin break en la final del Abierto de Australia 2013. En Wimbledon, no. En Londres, teórico reino de los sacadores, el resto se impuso abrumadoramente al servicio y fueron cayendo los breaks, que dinamitaron cualquier ventaja, obligaron al cuerpo a cuerpo y pusieron a la final el precio de lo prohibido. La tensión maniató a los dos rivales. Murray, ciclotímico como pocos, protestó de una zapatilla, se quejó del abanico de un espectador, caminó a veces entre resoplidos, como un muerto viviente, agotado, roto, parece. Djokovic, tantas veces graduado como competidor implacable, no aprovechó esas señales.

A Nole le pudo, quizá, el cansancio y le carcomió la moral de la tribuna. Acabó superado por la caldera de Wimbledon. El serbio se enredó en la trampa. Gritó. Chilló. Miró al cielo mientras soltaba demonios por la boca, y en una ocasión dirigió su ira contra el juez de silla. Finalmente, tomó una decisión. “Andy! Andy!”, tronaba la grada, y Djokovic que decidió que el mejor antídoto para que el público no jugara el partido era impedirle entrar en los peloteos. Él, que es el rey del ritmo, el patrón de la cadencia y el juego de fondo, enlazó varios minutos de juego relampagueante. Intentó algún saque volea. Tiró muchas dejadas, intentando que Murray abandonara su zona segura. Quiso acabar con el debate de tiro en tiro. Desenfocado, empezó a contar ocasiones perdidas: 4-1 en la segunda manga; 4-2 y saque en la tercera manga, tras remontar un 0-2… el número uno llegó a perder ocho de nueve juegos.

Murray, también presa de los nervios, como demostró la indigestión que le causó verse 6-4, 7-5 y 2-0, consiguió eso con inteligencia. En la medida de lo posible, el escocés intentó negarle los ángulos a Djokovic, porque sabe que ahí Nole es un asesino. Murray, que vive cómodamente anclado en la línea de fondo, donde defiende todo lo defendible, buscó pelotazos profundos y centrados; bolas difícilmente atacables que obligaron a su contrario a arriesgar muchísimo para abrirse la pista por los laterales. Negada una de las claves de su juego, Djokovic rebuscó en sus otras señales vitales. Está la defensa, y bien que defendió, pero se resbaló y besó la hierba más veces que en el resto del torneo junto. Está la derecha, y bien que la utilizó, pero en varios momentos fundamentales la tiró a la red y el pasillo, esposado por la grandeza del momento. Está, finalmente, el resto, pero en eso dependió mucho de Murray, que encontró sus mejores saques cuando de verdad importaba.

“Murray! Murray! Murray!”, gritó la grada. “Murray!, Murray!, Murray!”, rugió el gentío, cuando, finalmente, el escocés se alzó con su segundo grande y cerró una sequía histórica para su país en Wimbledon. Ocurrió en 3 horas y 10 minutos: una tarde de sol para enterrar 77 años de fantasmas.

Por Juan José Mateo / El País de España

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