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La pasión de Nadal

El español, que ganó su título número 60, su decimotercer Grand Slam, lloró como un niño en Nueva York.

Olga Lucía Barona T. *
10 de septiembre de 2013 - 09:26 p. m.
La editora de deportes de El Espectador con el campeón del US Open.
La editora de deportes de El Espectador con el campeón del US Open.
Foto: EFE - JASON DECROW

Estadio Arthur Ashe de Flushing Meadows, en Nueva York, a reventar. Tres horas y 21 minutos de juego. La gran final del US Open 2013 entre Novak Djokovic y Rafael Nadal, números uno y dos del mundo, respectivamente. Última bola del partido para decretar el cuarto y definitivo set 6-1 a favor del español: Rafa, campeón.

Y él, como un chiquillo, como si se tratara de su primer título importante, se tira al piso, se acuesta bocabajo y llora. Llora mucho. Se para de nuevo y festeja a la grande, como lo grandes. Pero no, no es su primera corona, es nada más ni nada menos que la número 60 de su carrera como profesional, la decimotercera de un Grand Slam, su segunda en Nueva York. Pero Nadal celebra así, sencillamente porque el motor de su vida es la pasión. Y punto. Y también porque la temporada pasada estuvo más de siete meses alejado de las canchas debido a una lesión de rodilla y este año regresó por la puerta grande, con diez títulos, 22 triunfos seguidos en los torneos de pista dura y ni una derrota.

“Por un par de cosas, esta temporada es probablemente la más emocionante de mi carrera”, dijo un emocionado Nadal, en rueda de prensa en la que estuvo presente El Espectador.

Su sonrisa de entonces de oreja a oreja contrasta, sin duda, con la dureza de su rostro cuando juega, cuando está en concentración absoluta, cuando no da por perdida ni un sola bola, cuando batalla casi hasta el dolor. Es un hombre simpático, pero serio. Sus respuesta son claras, contundentes e inteligentes.

“Es lo mejor que me ha ocurrido, después de todo por lo que he pasado. Estoy muy feliz y agradecido. Mi misión en la vida es tener la opción de superarme a sí mismo”, dice el nacido en Manacor, Mallorca, el 3 de junio de 1986, mientras prueba un sorbo de agua de una botella que le instalan justo enfrente de la mesa donde todos los tenistas atienden el llamado de la prensa en Flushing Meadows. Y así llega mi turno de preguntar, un momento emocionante para una fiel seguidora de Rafael Nadal.

¿Su pasión algún día tendrá techo?

Lo que pasa es que en un momento o se pierde la pasión o se pierde el físico o el tenis. Esa es la ley de la vida y no hay nadie que se salve de eso, no hay nada que dure toda la vida, nos llega el día de decir adiós y ese día aparecerá cuando tenga que llegar. A algunos les llega por falta de pasión o físico, lo importante es intentar siempre que ese día se tarde lo más posible, y justo eso es lo que trato de hacer. Hay que mantener la ilusión por el deporte y la ilusión de ser mejor.

Claro, hay que añadir otras cosas como mantener la regularidad, llevar el deporte en la sangre y la pasión en cada partido y entrenamiento.

Sí, está claro, la pasión es su motor. Y por eso, el español, que casi siempre viaja en compañía de su tío y entrenador Toni, sus padres Ana María Parera y Sebastián; su hermana menor, María Isabel, y su novia Xisca, aprovechó el momento para mostrar su bronca porque Madrid perdió la sede de los Juegos Olímpicos de 2020 con Tokio, aunque advirtió que no hay que dramatizar: “No queda más que aceptarlo y seguir preparándonos para estar mejor en el futuro, aunque no sé si se puede estar mejor. Me sorprendió que nos descalificaran en la primera ronda. Uno trabaja con un objetivo y una ilusión, y por eso cuando te la van quitando tantas veces, todos somos humanos y la ilusión se va perdiendo. España pasa por un momento complicado y a los del COI les falta sensibilidad por todo el esfuerzo que hizo Madrid y no nos han dado ninguna oportunidad. Si esto es así realmente, que nos avisen que no podemos ganar. Es duro, es agotador para todos, porque todo el país trabajó mucho para tener esta oportunidad. Creíamos que nos lo merecíamos”. Directo y contundente.

Rafael Nadal no se detiene. Y mientras aún sus piernas tiemblan por la dureza del juego final, sabe que en España lo esperan para unirse al equipo de Copa Davis, que desde este viernes se enfrentará a Ucrania en la Caja Mágica de Madrid, en la eliminatoria por la permanencia en el Grupo Mundial. Y él, claro, lo hace gustoso, porque no hay cosa que más lo apasione que jugar por la bandera de su país.

 

* Invitada por ESPN.

Por Olga Lucía Barona T. *

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