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Un hiperactivo suelto en la pista

Edwin Ávila se decidió por el ciclismo después de pensar en la natación. Hoy es campeón mundial de la prueba por puntos y el deportista revelación del año.

Diego Alarcón Rozo
11 de diciembre de 2011 - 02:02 a. m.

La carrera de Edwin Dávila comenzó en un consultorio:

“Doctor, dígame qué hago. Este muchachito tiene que estar enfermo: ve un árbol y quiere treparse, una reja y quiere ir a saltarla, en la casa todo el día está brincando... De todo lo que yo hago, él me pregunta; quiere saberlo todo, participar en todo... Francamente, creo que ni dormido puede quedarse quieto”.

“Alcibíades, enfermo estaría su hijo si con la edad que tiene no se moviera. Es claro que a Edwin le sobra energía. Por qué no le busca una actividad para canalizarla, así de pronto deje de treparse en los árboles”.

Don Alcibíades Dávila había criado tres hijas, había sido ciclista profesional en la época de Cochise. Era un hombre paciente, pero con su último hijo se le estaban acabando las reservas.

“Edwin, mijo, ¿y usted qué quiere hacer?”.

“Quiero ser nadador”.

Don Alcibíades habría preferido que le hubiera dicho que quería ser ciclista como él, que llegó a ser subcampeón nacional, o como Cochise, o como Martín Ramírez. Era un destino que veía posible: además de su sangre, su hijo tenía la carga genética de la familia Vanegas. Su esposa Gabriela es hermana de Rodrigo Vanegas, otro ciclista de antaño que participó de carreras clásicas y de vueltas a Colombia.

Después de salir del psicólogo, don Alcibíades comenzó a buscar algún lugar para que Edwin aprendiera a nadar. “Yo le dije: si usted quiere, usted puede”. Si no quería ser ciclista, que al menos fuera nadador. Si no tenía los genes de la bicicleta, al menos tenía los de deportista.

***

A Edwin Dávila, su primera bicicleta se la regalaron sus padres a los cuatro años. Era una para niños, sin ruedas auxiliares.

“Si usted hubiera visto… ay, Dios mío... nunca había montado, pero la agarró y se tiró sobre ella como si fuera un caballo y comenzó a andar, de una vez”, relata doña Gabriela Vanegas.

Fue así, como si nada, como si la bicicleta fuera una pieza que engranaba naturalmente con su cuerpo. Entonces don Alcibíades se sintió orgulloso. Semejante facilidad sólo podía deberse al linaje ciclístico del pequeño, “no podía ser de otra forma”. Un tiempo después, no muy lejano, el padre recibiría la noticia de que el futuro de su hijo, al parecer, estaba bajo el agua. “Bueno, a los hijos se les apoya”.

Edwin perfeccionó la técnica de la bicicleta en las calles del barrio Escallón Villa, de Cartagena, en los alrededores de la plaza de toros. Iba y venía con su caballito de metal y pedaleaba rápido como si fuera a llegar tarde. ¿A dónde?, quién sabe. “Si me caí, no me acuerdo”, explica Edwin con un notable acento vallecaucano.

Todos los hijos Ávila Vanegas nacieron en Cali, pero vivieron en Cartagena después de que nació Edwin y hasta que él cumplió siete años. Y de repente don Alcibíades veía la contraparte de vivir en ese lugar: “Algunos fines de semana íbamos a la Ciénaga de Luruaco de paseo. Edwin parecía un pez en el mar. Nadaba lejos y donde nadie más nadaba, no salía del agua”. Al niño no se le veía ningún miedo, por el contrario, tanto arrojo en ocasiones era temerario. Así creció, valiente, como dice doña Gabriela.

Ya lejos del agua de Cartagena y un poco más grande, Edwin se acercó más a don Alcibíades y a la bicicleta. Fueron a vivir a Bogotá; corrían los fines de semana. El destino del pequeño regresaba a su cauce. Relata Edwin: “Hace siete años, cuando tenía 15, participé en la carrera del 7 de agosto. Gané con mucha ventaja y el entrenador de la liga de ciclismo de Bogotá, Antonio Pérez, habló con mi papá para inscribirme y competir. Sólo tres meses después, gané cuatro medallas en los Juegos Nacionales”.

Don Alcibíades se enfrentó a una nueva imagen de su hijo. Sobre la pista, montado en su bicicleta, parecía otra persona: era agresivo, intenso, como una bestia que devoraba kilómetros con cada pedalazo. “Mijo, usted un día va a ser campeón mundial”, le dijo. Y sí, así fue la suerte para Edwin, quien ahora termina un año redondo. En marzo, en el Mundial de Ciclismo en Pista, celebrado en Holanda, ganó la medalla de oro en la prueba por puntos: 160 vueltas al velódromo de Apeldoorn a un ritmo devastador que le permitió tomar una vuelta de ventaja sobre el lote. En los Juegos Panamericanos de Guadalajara formó parte del equipo colombiano que obtuvo medalla de oro en la prueba de los 4.000 metros por equipos y en Cali llegó al podio en la Copa Mundo de Ciclismo.

Hoy don Alcibíades dice que tres días antes de que su hijo ganara en Holanda, una voz llegó entre sueños para darle la noticia, “como cuando alguien viene por detrás y lo asusta a uno”. Cuando le contó a Doña Gabriela, ella respondió que “es tanto el deseo que hasta lo está soñando”. Pero no era un sueño, era una profecía.

Por Diego Alarcón Rozo

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