Diez años de la crisis de 2008: cuando la economía trabaja para las finanzas

Varios de los riesgos que dieron vuelo a una de las peores recesiones de Estados Unidos, que tuvo con consecuencias globales, siguen vivos: la desigualdad en la repartición de los ingresos y la complejidad del sistema son dos de los más peligrosos.

Diego Guevara *
11 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.
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A 10 años de la gran recesión de Estados Unidos, la segunda crisis más grave de este país después de la gran depresión de los años 30, el hecho pareciera haber quedado en el olvido, a pesar de que varias de sus causas y factores habilitantes siguen igual.

En una semana en la que los mercados tambalearon fuertemente (con caídas históricas en índices como el Dow Jones), vale la pena remontarse a los orígenes de la última gran crisis para analizar qué ha cambiado y así mirar los posibles escenarios futuros de la economía global. Esto en un planeta altamente desigual en donde las redes financieras, día tras día, alcanzan niveles de concentración y conexión global nunca antes vistos.

Hace una década empezaba 2008 con signos preocupantes para la economía norteamericana, pues ya en 2007 había mostrado las primeras señales de alerta ante el colapso de la burbuja inmobiliaria de las famosas hipotecas subprime. Éstas se pueden entender como créditos de vivienda para personas con baja capacidad de pago y sin un colateral significativo como garantía: en otras palabras, una bomba de tiempo que tenía que explotar en un país con altos niveles de desigualdad como Estados Unidos. Y es que para 2006, un año antes de que empezaran a emerger con fuerza las raíces de la crisis, el margen superior del 1 % de los estadounidenses más ricos capturaban 20,1 % del ingreso nacional, un dato de desigualdad muy alto si se compara con países como Francia (11,2 %) o Australia (9,5 %), según información de la base de datos wid.world.

Por otra parte, los primeros cinco años del nuevo milenio se caracterizaron por tener mayores niveles de desregulación en los mercados financieros del Norte y, a la vez, una mayor complejidad en la estructuración de muchos títulos financieros. Estas dinámicas se conocen popularmente como financiarización, un fenómeno asociado con el creciente número problemático de actores y roles financieros en la economía. Entonces, entre la financiarización y la desigualdad en la distribución del ingreso y la riqueza se pueden analizar los orígenes de la gran recesión.

En un escenario de alta desigualdad y con la caída del trabajo en la participación del PIB en las últimas décadas, las personas empezaron a depender de forma creciente del crédito para acceder a vivienda, bienes y servicios e incluso para salud y educación (dos escenarios impensables hace un siglo). Esto, de la mano con la desregulación del sistema financiero norteamericano, permitió que productos crediticios e hipotecarios más flexibles les llegaran a más familias con menos recursos, pero con riesgos crecientes.

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En el afán de lucro fácil y rápido muchos préstamos riesgosos eran olvidados y camuflados bajo complejos derivados (activos cuyo valor depende de otros), en los que se mezclaban títulos de buena credibilidad con deudas tóxicas (o subprime) para ser comercializados bajo figuras como los infames CDO (Obligaciones de Deuda Colateral) ante los inversionistas del mundo.

Vale recordar que todo esto se hizo con el auspicio de las firmas calificadoras de riesgo, que les daban los mejores ratings a dichos papeles financieros.

Como es evidente, esta torre de papel estaba destinada a caer: la estructura misma del sistema, con el aval de los reguladores, condujo a una de las mayores crisis de EE. UU. cuando miles de familias dejaron de pagar sus créditos ante los cambios de las tasas de interés y las nuevas realidades macroeconómicas que llegaron después de 2006.

Las hipotecas de alto riesgo, al estar empaquetadas en diversos derivados financieros, terminaron afectando la confianza en los mercados y a los bancos de inversión que, como Lehman Brothers, habían amasado enormes fortunas con inversiones en estos títulos cuyas crecientes ganancias parecían ser infinitas en medio de un optimismo desbordado.

Las manzanas podridas

Algunos economistas, defensores de las estructuras de mercados financieros más desregulados y complejos, siguen manteniendo la teoría que la gran recesión de 2008 fue causada simplemente por algunas “manzanas podridas” que no manejaron bien los portafolios o algunas fallas de regulación, tratando de centrar el problema en el comportamiento erróneo de ciertos actores.

La crisis va más allá de la clásica miopía de unas pocas “manzanas podridas” en el sistema y se trata, más bien, de la arquitectura misma de la economía global financiarizada, que genera cada vez más riesgos frecuentes.

Para los fundamentalistas del mercado la crisis simplemente es como un accidente automovilístico: a veces puede pasar, pero no por ello hay que detener el vehículo. Sin embargo, la debacle de 2008 evidenció grandes falencias en las carreteras del mundo financiero, en las que el problema no son sólo unos pocos conductores irresponsables, sino una estructura inadecuada e ineficiente que beneficia a unos pocos y genera grandes riesgos para el planeta.

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Claramente, el problema dista de ser resuelto con el mejor comportamiento de los reguladores o la profundización en algunos cursos de ética en las escuelas financieras y de negocios. Las finanzas dejaron atrás su círculo virtuoso para entrar en una dinámica de círculo vicioso y esto requiere una mayor reflexión desde la política pública, la academia y, en general, de todos los actores económicos que hoy son más transversales a toda la vida diaria.

Lo que viene

Con la gran recesión se pensó que muchas cosas cambiarían por el simple dolor de una economía global en picada. En los momentos críticos de la crisis, reconocidos economistas, como el premio Nobel Joseph Stiglitz, se apresuraron a afirmar que la caída de Lehman Brothers era al capitalismo como lo fue la caída del muro de Berlín para el régimen socialista de la URRS.

Esta afirmación demostró ser errónea, cuando menos, pues el capitalismo financiero del siglo XXI sobrevivió a la crisis y ha logrado adaptarse a pesar de las nuevas regulaciones y el jaque que generó la crisis. En 2007 ya lo advirtieron los economistas Gerard Duménil y Dominique Lévy en su libro Crisis y salida de la crisis: la estructura del sistema actual, cuando entra en crisis, se transforma y se repone. Ahora, el carácter recurrente de las crisis en un planeta más financiarizado puede plantear límites a las reinvenciones y las dinámicas de los esquemas de acumulación actual.

Las redes financieras globales se fortalecieron con la crisis de 2008 y bajo una estructura de propiedad cada vez más concentrada han vuelto a una senda exitosa de ganancias y con un mayor nivel de sofisticación, que puede pasar por encima de las regulaciones promovidas después de 2010.

Los altos niveles de desigualdad en la era Trump se mantienen intactos y con su plan de gabelas tributarias seguirán perpetuándose y favoreciendo a los actores financieros globales, a la vez que el riesgo de una futura crisis sigue siendo latente.

Hoy por hoy los altos niveles de deuda estudiantil en Estados Unidos y la lenta recuperación de las economías del sur de Europa, que sufrieron el coletazo de la gran recesión, son un claro ejemplo de que asistimos a dos décadas del nuevo milenio con capitalismo financiarizado y mayores dinámicas de concentración y riesgo sistémico para la economía global.

* Profesor de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional de Colombia.

Por Diego Guevara *

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