Reforma tributaria: golpe al bolsillo de los hogares

La teoría que sustenta la idea de que bajarles los impuestos a las empresas impulsa la economía ha demostrado tener serias fallas. Esta medida puede ampliar la desigualdad y, a la larga, golpear a la clase media y los más pobres.

Diego Guevara*
21 de agosto de 2018 - 02:50 a. m.
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Los impuestos han estado en el centro del debate desde los tiempos de los autores clásicos de las ciencias económicas, y en su concepción más básica están asociados a una contribución de los actores del mercado para financiar el gasto público. Sencillo.

Desde la teoría más tradicional, que puebla libros de texto en academias en todo el mundo, los impuestos son analizados como un asunto problemático, pues, se dice, desincentivan la actividad económica. De aquí se desprenden dos conclusiones primordiales: si bien no pueden ser eliminados, los tributos deben causar la menor distorsión en las asignaciones del mercado, según esta perspectiva.

Y es desde esta visión teórica que la nueva administración nacional está planteando la siguiente reforma tributaria, con apenas dos años de firma de la anterior, por cierto.

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Las razones que aducen los técnicos del Gobierno incluyen la tasa de tributación de las empresas en Colombia, que, argumentan, es una de las más altas del mundo, con 69,8 %. Por lo tanto, debe ser bajada, pues es un obstáculo para volver a una senda de crecimiento económico alto, como el que se dio en el marco del boom minero-energético de la pasada década.

Otro de los efectos adversos de conservar el esquema de tributación empresarial es que estimula la salida de las empresas del país, dice el discurso oficial. Pero al invocar esta idea, convenientemente se olvida que muchas de estas decisiones están ligadas a cambios en la macroeconomía global y la recuperación en los países del Norte.

Adicionalmente a esto, Alberto Carrasquilla, ministro de Hacienda, ha sostenido públicamente que cerca del 85 % de los recursos del impuesto de renta se obtienen de las arcas de las empresas y sólo el 15 % de las personas naturales, lo que representa una disparidad con los países más desarrollados, en donde el reparto es más equilibrado.

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Carrasquilla tiene razón sólo en parte, pues no menciona al mismo tiempo que Colombia es un país altamente desigual y, por lo tanto, buscar un equilibrio de contribuciones fiscales entre personas y empresas es mucho más complejo y peligroso cuando las realidades distributivas son adversas. No es sólo un olvido de parte del funcionario, sino una visión simplista y parcializada de la economía.

La posición global de Colombia en términos de desigualdad en distribución del ingreso y la riqueza siempre ha sido motivo de vergüenza. Y, si bien estos datos han mejorado levemente en los últimos años, aún falta mucho camino por recorrer. Según estimaciones recientes de Juliana Londoño, investigadora doctoral en la Universidad de California, Berkeley, el 1 % más rico de Colombia concentra 40,6 % de la riqueza del país. De acuerdo con los datos de Londoño, si se incluyeran las fortunas ocultas en paraísos fiscales, la concentración aumentaría en tres puntos porcentuales.

Aun así, la retórica oficial sigue orientada hacia bajar los impuestos para los más privilegiados como medida de impulso de la economía. Uno de los efectos colaterales de plantear la discusión en estos términos es que se olvidan los grandes problemas de distribución de ingresos y riqueza que, a la larga, también tienen un impacto profundo en el crecimiento económico, así no sean materia de análisis y reflexión en los países de la periferia.

Medidas como las que plantean el ministro Carrasquilla y el gobierno de Iván Duque terminan siendo regresivas en la tributación (los más ricos pagan menos) y esto tiene duras consecuencias en la igualdad. En Colombia, las reformas tributarias son una especie de deporte nacional, pero parecemos olvidar que también son un poderoso elemento distributivo, que puede impulsar o estancar la agenda social de todo un país.

El planteamiento de Carrasquilla y compañía es el reciclaje, en su máxima expresión, de la teoría del goteo, ampliamente desacreditada. Este planteamiento, conocido en inglés como trickle-down economics, hace referencia a la idea de que si en una sociedad se reducen los impuestos sobre los negocios y la riqueza, entonces se estimulará la inversión a corto plazo y así los beneficios de las empresas terminarán irrigando la sociedad a largo plazo. Suena ideal.

La mala noticia es que la teoría del goteo ha demostrado que no es tan maravillosa como se presenta, de acuerdo con una investigación del Fondo Monetario Internacional (Dabla-Norris et al., 2015), una organización de por sí cercana a las ideas tradicionales en economía.

El análisis muestra que si 20 % de las personas mejor posicionadas en la sociedad aumenta su ingreso en 1 %, la tasa de crecimiento económico puede verse erosionada a mediano plazo, sugiriendo que los beneficios no “gotean” hacia las otras capas. Ahora, si 20 % de los más pobres aumentan su ingreso en 1 %, el crecimiento económico será positivo en el mismo horizonte de tiempo. De fondo, lo que esta investigación argumenta es que la clase media y los más pobres son fundamentales para el crecimiento económico. Desafortunadamente, el equipo en la dirección de Hacienda parece desconocer estos debates globales.

El gobierno de Duque hará lo que prometió en campaña: bajar los impuestos a las empresas, grandes y pequeñas. Ahora, esto lo nivelará con algo que era políticamente insostenible en ese momento: subirá los tributos para las personas naturales, un factor que bien puede generar un efecto negativo sobre el consumo de los hogares y la clase media formal, como ya se argumentó previamente.

Esto profundizará las dinámicas de endeudamiento para mantener el consumo en la clase media y beneficiará los hogares empresarios del top 0,1 % de la distribución. Vale aclarar que en este renglón es en donde se encuentra el propio Carrasquilla, que en estos últimos años trabajó como banquero de inversión.

* Profesor Escuela de Economía, Universidad Nacional de Colombia.

Por Diego Guevara*

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