¿Se ha preguntado de dónde viene su ropa?

A raíz del colapso de una fábrica en la ciudad de Daca, que dejó más de 1.100 muertos, se empezó a adquirir más conciencia sobre los efectos de las malas prácticas en la industria textil y de confecciones. ¿Qué ha aprendido el mundo y qué está haciendo Colombia?

María Alejandra Medina C. / @alejandra_mdn
16 de abril de 2017 - 03:00 a. m.
Tras la tragedia en Rana Plaza, 150 empresas se unieron al Acuerdo de Bangladés, para que todas las fábricas de confecciones en ese país sean lugares seguros para trabajar. / AP
Tras la tragedia en Rana Plaza, 150 empresas se unieron al Acuerdo de Bangladés, para que todas las fábricas de confecciones en ese país sean lugares seguros para trabajar. / AP

El edificio Rana Plaza, en la ciudad de Daca, capital de Bangladés, tenía enormes grietas y fisuras. A pesar de las evidentes fallas estructurales, cientos de personas siguieron yendo a trabajar en la confección de prendas de vestir para grandes marcas del mundo. En el otro hemisferio, en Estados Unidos, quizá España o Francia, los consumidores no cabían de la dicha al poder comprar cada vez más piezas con los mismos 10 euros o dólares. La verdad no era que se estuvieran volviendo más ricos, sino que la gente que estaba fabricando sus atuendos se estaba haciendo más pobre, ganando menos de US$50 al mes y poniendo en riesgo su vida al trabajar en edificios debilitados por la escatima en gastos de sus patrones.

Minutos antes de las 9 a.m. del 24 de abril de 2013, hace casi cuatro años, el Rana Plaza se vino abajo y aplastó a más de 1.100 personas, hirió a cerca de 2.500 y desató la peor tragedia en toda la historia de la industria de confecciones, incluso peor que el incendio en la fábrica Triangle Shirtwaist, en 1911 en Nueva York, aquel suceso terrible pero emblemático en la lucha por los derechos de las mujeres trabajadoras. El colapso del Rana Plaza tuvo gran despliegue mediático, muchos consumidores se empezaron a preguntar de dónde venía su ropa y algunas empresas se miraron al espejo. Los cambios se iniciaron con acciones como la formulación del Acuerdo de Bangladés, para que todas las fábricas de ropa en ese país sean lugares de trabajo seguros.

“Hoy, tanto las personas como el medioambiente siguen sufriendo como resultado de la manera como está hecha la ropa, su origen y su compra”, señala el movimiento Fashion Revolution, que surgió luego de ese 24 de abril y que hoy está presente en los cinco continentes. Para sus integrantes, los problemas en la cadena de suministro se han nutrido del modelo conocido como fast fashion, o moda rápida, que se consolidó en el siglo XXI, en nombre de la democratización de la moda: ropa con bonitos diseños, pero precios bajos, posibles porque las prendas están pensadas para durar una o algunas temporadas, nada más, y porque su manufactura se realiza en países en desarrollo, donde la mano de obra es menos costosa.

Unos ganan, otros no tanto

Según la plataforma internacional Fashion United, la industria textil y de confecciones emplea a unos 60 millones de personas en el mundo. En la cadena están involucrados, por mencionar sólo algunos eslabones, desde los cultivadores de algodón, pasando por los hilanderos, confeccionistas y comercializadores, hasta el consumidor, con un peso importante del género femenino. De acuerdo con cifras que tiene la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2013 las mujeres representaban en promedio el 68 % de la fuerza laboral en el sector del vestido, el 45 % en los textiles y el 46 % en el trabajo del cuero y el calzado.

Este sector se ha caracterizado también por ser uno de los más rentables. De acuerdo con la revista Forbes, en la moda y la venta al por menor actualmente se desempeña el 12 % de las 1.810 personas más ricas del mundo. Esa prosperidad contrasta con otra realidad que ha expuesto la OIT: “En un estudio sobre salarios que abarca a más de 100 proveedores de 10 países de Asia (entre 2010 y 2011) se indica que cerca de una quinta parte de las empresas examinadas declararon tener que retrasar el pago de salarios, más de la mitad declararon pagar salarios inferiores a los debidos, en su mayoría por horas extraordinarias, y casi la mitad de las empresas no han pagado las cotizaciones a la seguridad social”.

La huella medioambiental

La OIT señala también cómo el número de colecciones anuales en el mundo de la moda ha aumentado considerablemente desde los noventa, a tal punto que algunas marcas presentan hasta 20 colecciones cada año. Si usted ha consumido fast fashion, con seguridad sabe lo que es comprar una prenda en época de descuentos de final de temporada, usarla unas pocas veces para luego desecharla y reemplazarla por una nueva. Según cita el columnista de la revista Forbes James Conca, los estadounidenses desechan 70 libras de ropa per cápita cada año, cuya degradación dependerá del material del que esté compuesta.

De acuerdo con la entidad sin ánimo de lucro Carbon Trust, tan sólo la compra y el uso de prendas de vestir son responsables del 3 % de las emisiones de dióxido de carbono en el mundo. Yendo más atrás en la cadena, la WWF dijo en 2013 que producir el algodón suficiente para elaborar una camiseta puede requerir hasta 2.700 litros de agua. El resultado de este cultivo, que no está al margen del uso de pesticidas, representa el 90 % de todas las fibras naturales utilizadas en la industria textil y se utiliza en el 40 % de las prendas de vestir producidas en el mundo, según Fashion Revolution.

Casi un año después de la tragedia en el Rana Plaza, el medio británico The Guardian reportó que entre el 17 y el 20 % de la contaminación del agua por parte de la industria proviene del tratamiento y la coloración de los textiles. Además, cerca de 8.000 químicos sintéticos son utilizados en el mundo para la transformación de las materias primas, cuyos residuos son devueltos a la madre naturaleza en forma de vertimientos contaminados.

¿Qué ha cambiado?

A raíz de la tragedia en Daca, 150 compañías, como Inditex —del cuarto hombre más rico del mundo, Amancio Ortega, y que tiene marcas como Zara y Stradivarius—, Mango y H&M, firmaron el Acuerdo de Bangladés, que contempla “inspecciones independientes efectuadas por expertos capacitados en seguridad contra incendios, información pública, reparaciones y renovaciones obligatorias financiadas por las marcas”. Sin embargo, según Fashion Revolution, ha habido reportes de retrasos en la ejecución de la mayoría de los planes de mejoramientos estructurales, eléctricos y de prevención contra incendios. Además sigue habiendo prevalencia de estrategias de tercerización, para reducir costos, lo cual “incrementa el riesgo al reducir el control y la transparencia en la cadena de suministro”.

A propósito de la importancia de la trazabilidad y la transparencia, Fashion Revolution desarrolló su propio índice para medir esos aspectos. En 2016, los que mejor salieron librados fueron precisamente Inditex, Levi Strauss & Co. (Levi’s) y H&M, marca que abrirá sus primeras dos tiendas en el país el próximo mes. Entre las que se rajaron están marcas de lujo como Prada, Michael Kors, Hermes y Chanel. Varias de estas no tardaron en criticar los resultados de la medición. “Este índice de ninguna manera mide las acciones de responsabilidad social y medioambiental, sino que sólo evalúa las políticas de comunicaciones de las marcas relacionadas con estos temas”, le dijo un vocero de Chanel al medio especializado en moda WWD.

“Definitivamente, las marcas son más conscientes ahora y han hecho esfuerzos. Sin embargo, estos no son suficientes para atender los problemas sistémicos de la industria. Creemos que hay mucho más por hacer”, respondió la Fair Trade Foundation a este diario a través de un correo electrónico. Para esa organización, que ha desarrollado un estándar de comercio justo para toda la cadena de suministro de la industria textil, aún hay retos por cuenta del desconocimiento que tienen los trabajadores de sus derechos y la inexistencia o debilidad de los sindicatos. Asimismo señala el olvido en el que caen los primeros de la cadena: los agricultores, expuestos a los vaivenes de los precios internacionales de las materias primas.

¿Y Colombia?

De acuerdo con cifras que tiene Procolombia, el sector denominado “sistema moda” genera más de 90.000 empleos en el país y aporta cerca del 14 % del total de empleo del sector industrial. Sólo en Bogotá, donde se concentra el 35 % de la producción nacional de este sector, en 2015 fueron creadas 5.900 empresas. En la ciudad, por tercer año consecutivo, la Cámara de Comercio (CCB) llevará a cabo Moda 360, una serie de mesas redondas para discutir sobre innovación, tecnología y sostenibilidad. Serán siete eventos abiertos al público a partir de este mes, cada uno de los cuales recibirá entre 200 y 300 empresarios y emprendedores, según explica María Isabel Agudelo, vicepresidenta de fortalecimiento empresarial de la CCB.

Angélica Salazar, coordinadora de Fashion Revolution Colombia, asegura que la discusión de las problemáticas de sostenibilidad de la industria en el país es incipiente y los más interesados han sido miembros de la academia y organizaciones como la CCB. “La participación de Taller 5, la Universidad Jorge Tadeo Lozano, la Escuela Arturo Tejada, la Universidad Pontificia Bolivariana, la CUN Sede Tolima y la Universidad San Buenaventura ha sido fundamental”, afirma el capítulo nacional de este movimiento, que, al igual que en el resto del mundo, celebrará la semana Fashion Revolution entre el 24 y el 30 de abril.

Juliana Calad, directora de la Cámara de la Cadena Algodón, Fibras, Textiles y Confecciones de la Andi, destaca en materia laboral en Colombia el nuevo Sistema de Gestión de la Seguridad y Salud en el Trabajo, cuya implementación fue aplazada por el Gobierno en enero de este año hasta el próximo mes de junio. “Las empresas formales han hecho todo el esfuerzo para cumplirlo a cabalidad”, dice Calad, y agrega: “Las condiciones laborales de las empresas formales actualmente son ejemplares, pero no resistirían más costos laborales, que es lo que el Gobierno quiere imponer con la ley de horas extras”. Cosa distinta afirma Emilio Cataño, presidente del sindicato Sintratextil, quien señala la existencia de contratos de “muy mala calidad y estabilidad”. Asegura que hay compañeros con una “antigüedad de entre uno y cinco años, pero que tienen contratos a término fijo que son renovados cada año”.

En materia medioambiental, el Gobierno concluyó la formulación del programa de gestión ambiental para el sector textil, que tiene en cuenta las problemáticas de la industria e incluye “recomendaciones de buenas prácticas de manufactura, de sustitución de materias primas e insumos y reconversión tecnológica para el mejoramiento del desempeño ambiental, especialmente en la fabricación de telas”, según Carlos Ramírez, coordinador del Grupo Sostenibilidad de los Sectores Productivos del Ministerio de Ambiente. Ahora empezará la implementación junto con el Ministerio de Comercio, el sector productivo y las autoridades ambientales.

El papel del consumidor

Pero, en definitiva, ¿cómo escoger lo que nos ponemos? Según Salazar, como consumidores deberíamos fijarnos en las etiquetas y preguntarnos por la procedencia y los materiales. “Yo trato de comprar a diseñadores emergentes, ropa de segunda, prendas transformadas o hechas en casa”, afirma.

Un ejemplo desde el emprendimiento puede ser la diseñadora Margarita Sarmiento, quien apoya el movimiento de Fashion Revolution en el país. De origen pastuso, Sarmiento ha buscado a través de su marca, Dvotio, rescatar técnicas artesanales andinas de la mano de seis comunidades indígenas entre Colombia y Ecuador. El conocimiento tradicional y ancestral es otro de los elementos que la fast fashion ha puesto contra las cuerdas.

En 2015, inspirado por la tragedia del Rana Plaza, el director Andrew Morgan presentó el documental The True Cost (que se podría traducir como El verdadero costo). Aunque tarde, con la pregunta sobre la ética en la producción y el consumo, el mundo parece estar tomando conciencia de los costos a los que Morgan y otros se han referido, costos que seres humanos, parte del planeta e incluso nuestra cultura han asumido sin quererlo con su propia existencia.

Por María Alejandra Medina C. / @alejandra_mdn

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