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"Mi vida ha sido el periódico"

Hace 80 años el ‘Mono’ Salgar fue contratado para trabajar en El Espectador.

Daniel Salgar Antolínez
02 de junio de 2013 - 02:00 a. m.
Frente a su máquina de escribir, José Salgar no puede evitar la emoción del niño que, por saber escribir con sus diez dedos, fue contratado en El Espectador en 1933.  / Gustavo Torrijos - El Espectador
Frente a su máquina de escribir, José Salgar no puede evitar la emoción del niño que, por saber escribir con sus diez dedos, fue contratado en El Espectador en 1933. / Gustavo Torrijos - El Espectador

Fui a la casa de José Salgar en el papel del reportero que quiere encontrar la historia no contada. Buscaba al personaje desconocido detrás del famoso periodista que trabajó más de 70 años en El Espectador. Uno distinto al que no para de hablar de la transformación de las comunicaciones en el cambio de siglo. Uno diferente al que escribía la mil veces galardonada columna “El Hombre de la Calle”. No buscaba al jefe de redacción que alguna vez le dijo a García Márquez que le torciera el cuello al cisne. Pero unas horas después de escudriñar en la memoria de ese hombre de 92 años, supe que ese otro José Salgar no existe. Su vida entera se resume en periodismo.

Fue él quien dio la noticia. “Tengo aquí un documento que a nadie le importa sino a mí”, dijo antes de desdoblar un papel amarillo. Un documento que constata su fecha de ingreso como empleado en El Espectador: 1° de junio de 1933, ayer hace exactamente 80 años. Pedro Duarte, del Ministerio del Trabajo, autorizaba el pago de sus cesantías parciales desde esa fecha hasta el 30 de agosto de 1954, por $9.255.

Para ese 1° de junio el ‘Mono’ Salgar tenía 12 años y todavía andaba con pantalones cortos. Su entrada al periodismo la hizo a través de las rotativas, en parte por casualidad, en parte por necesidad, pero sobre todo por la fascinación que aún le generan las noticias: “Mis vecinos, Luis y Julio Sánchez, manejaban la rotativa de El Tiempo, donde se imprimían El Tiempo y El Espectador. Acepté ir a trabajar allá para ayudar a mi familia, porque mi papá había muerto muy joven, enfermo del corazón, y mi mamá intentaba mantener a todos los hijos. A la rotativa llegaba a las cuatro de la mañana para fundir el plomo, que luego se convertía en las letras de los periódicos”.

Esa época que él bautizó como la Edad de Plomo duró poco tiempo. Alberto Galindo, el entonces jefe de redacción de El Espectador, notó la singular capacidad del joven para teclear con sus diez dedos en la máquina de escribir, algo que pocos sabían hacer en el momento.

“La máquina se la habían regalado a una prima que nunca aprendió a usarla, pero yo sí. Galindo me dijo que, por eso, yo iba a ser su secretario. Me contrató para que transcribiera textos y redactara cartas. Me pagaban además algunos cursos de periodismo que reemplazaron mi bachillerato, y cuando cumplí los 15 años me patrocinaron mis primeros pantalones largos”, dice.

Pasaron diez años en los que Salgar no sólo redactó documentos, sino contestó las infinitas llamadas que entraban a uno de los primeros teléfonos que hubo en Bogotá. “De tanto usarlo me aprendí el número, era el 1405”. También se empapó de las noticias, se enamoró del periodismo urbano y cuando había una emergencia estaba él para correr a tomar las fotos (con las primeras cámaras que llegaron a la capital) y escribir los textos.

En 1943 dio el salto a la jefatura de redacción. El nombramiento de el ‘Mono’ salió en primera página, porque ya se trataba de un periodista recorrido, que a sus escasos 22 años empezaba a dirigir a los redactores de un diario que 50 años después, cuando Salgar ya era codirector, fue destacado por Le Monde como uno de los mejores del mundo.

Con su nombramiento como jefe de redacción comenzó una infinidad de viajes que alimentaron su intriga por el advenimiento de la tecnología y la globalización. “A los jefes de redacción nos llevaban a conocer los nuevos aviones, los nuevos sistemas de transporte, los desarrollos de las telecomunicaciones y las armas...”. Viajó tanto que se le convirtió en costumbre y aún no ha detenido su periplo por el planeta. “Los médicos me dicen que el avión es más seguro que el bus, y yo los sigo al pie de la letra, por eso estoy vivo”.

Como jefe de redacción tenía la costumbre de poner siete noticias en primera página, de las cuales escogía por lo menos tres positivas. “Los muertos los echábamos en las crónicas de adentro del periódico”. Una decisión editorial arriesgada, sobre todo cuando empezaba la Segunda Guerra Mundial y las cifras de fallecidos eran cada vez mayores. “Empecé a trabajar durante la guerra entre Colombia y Perú, luego vino la Guerra Civil Española y después la Guerra Mundial, y desde entonces siempre hay violencia, por eso digo que siempre he vivido en guerra, aunque le hago el quite a la muerte. Una de las cosas que me duele es que vi morir toda una juventud. Se morían todos los jóvenes y los viejos no”.

En los años 50 por poco su carrera se desvía hacia la política. Cuenta él que Alberto Lleras, jefe del liberalismo, en esos días escribía editoriales en El Espectador, pero Gustavo Rojas Pinilla cerró el periódico. “Gabriel Cano nos llamó a los dos para hacernos una liquidación. Nos dieron el cheque y se acabó el diario. Lleras me llevó a la casa y en el camino me dijo que le había renunciado el secretario de la dirección liberal, que por qué no iba yo a ese cargo, ya que estaba desempleado. Fui y hablé con Guillermo Cano y decidí rechazar la oferta. En cambio, hicimos una empresa con Guillermo llamada Propaganda Clave, y utilizamos la rotativa para imprimir anuncios comerciales.

Ganábamos más plata que como periodistas, pero apenas se dio la posibilidad se reabrió El Espectador y se acabó la propaganda”.

¿Y si hubiera seguido el camino de la política? “Tal vez habría llegado lejos, pero seguramente no estaría vivo. Mi vida ha sido el periódico en sí, estar ahí todos los días”. Hoy, 80 años después de dar el primer paso hacia el mundo del periodismo, Salgar hace lo que siempre hizo: “Me levantó, leo los periódicos del mundo y los comparo con El Espectador”.
 

Por Daniel Salgar Antolínez

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