El Magazín Cultural

40 años dándole a la pluma, inspirados en García Márquez

La historia de un taller de escritores de la Universidad Autónoma de Colombia que, a través de consagrados y estudiantes, honra el nombre del Nobel de Literatura colombiano.

Mario Méndez * / Especial para El Espectador
29 de febrero de 2020 - 03:00 p. m.
Miembros del taller en una cafetería del centro de Bogotá. Atrás, a la derecha del grupo, de pie y con boina, el director Hugo Correa Londoño. / Cortesía
Miembros del taller en una cafetería del centro de Bogotá. Atrás, a la derecha del grupo, de pie y con boina, el director Hugo Correa Londoño. / Cortesía

Hace cuatro lustros, Eutiquio Leal (Chaparral, 1928-1997), profesor de la institución y director de la revista Un Gato Encerrado, con la terquedad que lo caracterizaba, logró crear el Taller de Escritores de la Universidad Autónoma de Colombia, refugio para las letras que asumió el nombre del Cataquero Mayor cuando lo nobelizaron en 1982. Desde entonces, alrededor de 30 personas, hombres y mujeres de una gama amplia de edades, ingresan y se quedan, se ausentan y retornan, o mueren, o participan intermitentemente en la medida en que, cuando se trata de estudiantes, sus deberes académicos lo permiten. (Le recomendamos: Las cartas secretas de Gabriel García Márquez a Don Guillermo Cano).

El grupo tiene una solidez impresionante, por lo cual se puede calificar de “primario”, como el de la familia, los cursos de estudios, los vecinos bien avenidos, de manera que se constituye en un “nosotros”, cuyos miembros se sienten en una grata cofradía. Quien esto escribe ya cumplió 30 años de asistir los sábados de 9 a 12 del día, participando con otros menos antiguos, y menos viejos, pero asimismo entusiasmados por el trabajo que se desarrolla.

¿Pero qué hace realmente el taller? Las tareas son muy variadas, pero todas referidas al cultivo de la literatura, que puede ser el análisis de la vida de un escritor que ha dejado huella internacional y acaba de morir, la lectura del cuento de uno de los miembros del grupo, el descuartizamiento analítico del poema de otro asistente, el pequeño ensayo sobre un tema determinado, la atenta lectura concerniente a quien ya se anunció como ganador del máximo premio de Estocolmo, la proyección de un ciclo de cine fundamentado en la literatura. Y se discute hasta con vehemencia y rigor, sin cabida para aflojar en la crítica despiadada y sin que se afecte la camaradería que une a los consocios de aventura.

Prácticamente todos los miembros son profesionales en diversas disciplinas, de tal modo que se enriquece la óptica sobre el mundo de las letras: hay dos médicos, dos-tres arquitectos, uno-dos psicólogos, varios abogados, uno-dos-tres sociólogos, uno de ellos además historiador y mexicanólogo: un matemático, varios economistas, un cofundador de la Autónoma que a veces sí y a veces no, un exdecano de economía, una-dos trabajadoras sociales, una danzarina, un filólogo, una poeta negra, un librero y vate hasta los tuétanos, una cinematografista y fotógrafa, un profesor de música, varios docentes universitarios, amén de los estudiantes hoy profesionales que pasa(ba)n por allí.

El fundador y los miembros

Eutiquio Leal era un docente afiebrado, fiero en su mirada aquilina, de suave coquetería y un desenvolvimiento proveniente de su vida plena de vivencias que van de punta a punta de la existencia, y dirigió con drasticidad y cariño, y hasta dureza, la vida del taller hasta cuando se fue sin posibilidades de regreso, pues la eternidad no tiene reversa. Entonces asumió la dirección Armando Orozco Tovar, también ya ido, periodista, poeta y pintor, triple P que trabajó por unos pocos años para luego entregarle la batuta al abogado, poeta, escritor y teatrero Hugo Correa Londoño, quien continúa al frente del grupo.

El entusiasmo que habita en el taller es tan fuerte, que generalmente, cuando a las 12 los asistentes salen a almorzar en subgrupo, que va de cuatro a 15 miembros, algunos se quedan para seguir hasta las 5 o las 6 de la tarde en una cafetería de la cual ya son parte de su mobiliario, hablando de lo mismo, de literatura, de los problemas de la ciencia, del pensamiento, de historia, del medioambiente, de filosofía, de cine, del atraso cultural…, ¡de política, claro! Porque los talleristas no pueden negar su condición de zoon politikon y de especímenes atrapados por el amor que despierta el conocimiento, valioso e ineludible insumo para meterse con mejor suerte en las encrucijadas de la palabra escrita.

Frente a la universidad es natural que durante 40 años se hayan presentado pequeñas discrepancias con algunas instancias directivas, y hasta desconocimientos se sufren, sobre todo cuando el jefe de tal cosa no está enterado de lo que significa y encierra el trabajo de los obsedidos por las letras. Pero los miembros de este conglomerado siempre salen a flote, después de haber tenido que recurrir ocasionalmente a un espacio en la Casa de Poesía Silva o Teatrova, o la Asociación de Abogados Egresados de la propia Autónoma o el Instituto Cultural León Tolstoi, o las oficinas del arquitecto Edgardo Bassi…, y hasta uno de los establecimientos de la cadena Dúo Café, cuyos propietarios, Nubia Barón y Ricardo Joya, no pueden ser más amables, hospitalarios y queridos porque resulta imposible pedir más.

Desde la diferencia de criterios, hace un poco más de 10 años la universidad quiso fijar un valor semestral por el derecho a asistir, pero mediante diálogo conseguimos que el acceso al taller continuara siendo libre y gratuito, como un mecanismo de servicio a la comunidad de La Candelaria, y además por un hecho contundente: los estudiantes universitarios no cargan ordinariamente en su bolsillo sino lo del pasaje para regresar a casa, y algunos miembros adultos presentan dificultades económicas. Cómo olvidar que estamos hablando desde el interior de Colombia.

El taller, como forma de ingreso, recauda una cuota voluntaria que no pasa de $15 mil mensuales, más como una forma de afecto literario que otra cosa. Gracias a esas chichiguas, en las sesiones sabatinas no falta un tinto, el detalle de cumpleaños, el vino para el cierre anual y hasta el aporte del taller para facilitarle a alguien la publicación de su libro.

Publicaciones y presencia

Esto del libro y otras publicaciones es una especie de registro del trabajo de cada uno de los miembros, y el taller, que tiene oficina en las dependencias de la biblioteca de la Autónoma, ya puede mostrar tomos que recogen trabajos individuales y ediciones cuasiperiódicas de Otrapalabra, que ya llegó al número 6, así como el Concurso Literario Eutiquio Leal, totalmente abierto.

Dentro de los miembros del TEGGM, varios compañeros ya tienen una obra por mostrar, publican como blogueros o han ganado certámenes literarios de alcance nacional. Dentro de esta producción hay libros de cuentos y de poesía, y aparecen hasta novelas. Además, como expresión de la vida del taller, se ha creado una avanzada en Europa, Argentina y Estados Unidos, ya que quienes pasan por el taller, y que por determinada razón no siguen viviendo en Colombia, conservan y mencionan su condición de miembros, la que mencionan en sus currículos y actividades por donde se mueven.

La presencia virtual del taller fuera del país se matiza igualmente con las sesiones realizadas fuera de Bogotá, como las cuatro oportunidades que suma en el Club Social Valle de Tenza y en el Colegio Nacional Enrique Olaya Herrera de Guateque; la invitación de la escuela rural de Suse, municipio de Aquitania; en la Semana de la Poesía de Villa de Leyva; en la Casa de la Cultura de Cota, entre otros destinos, a lo cual se agrega la donación de libros, producto de los donativos que a la vez recibe el taller. También es parte de las labores del taller la presentación en las sesiones de escritores y poetas ya reconocidos que nos hablan, y la invitación a conferencistas en encuentros hacia la calle, programados algunos miércoles o jueves.

En cualquier espacio, incluido el virtual, el Taller de Escritores Gabriel García Márquez seguirá sesionando y ensanchando su campo de acción con nuevos amigos dispuestos a jalarle a la palabra.

* Columnista de El Espectador.

Por Mario Méndez * / Especial para El Espectador

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