El Magazín Cultural
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Amar el fracaso (Palabras pendientes)

La mayoría de los seres humanos le tienen miedo al fracaso. Lo cual es curioso, dado que la vida es inherente a él. Se vive, se planea, se proyecta a sabiendas de la muerte. Ni siquiera es posible determinar una fecha de caducidad.

Jaír Villano / @VillanoJair
05 de septiembre de 2020 - 07:54 p. m.
Bruce Davidson, Clown and circus tent, 1958.
Bruce Davidson, Clown and circus tent, 1958.
Foto: Archivo Particular

La existencia es un laberinto atestado de puertas con caminos que conducen hacia la nada, y ni siquiera sabemos dónde comienza y termina la nada. (“Hay bastante metafísica en no pensar en nada”, decía Alberto Caeiro).

El fracaso pareciera ser la oposición al triunfo, y en esta sociedad de exigencias el ser humano vive convencido de que debe ser exitoso. En la sociedad de cultura neoliberal el individuo debe venderse como un producto con todas las garantías. Y por eso la felicidad es rentable, por eso las fórmulas para huirle al dolor se venden, por eso la literatura que promete la salvación genera ingresos.

Hablar del dolor y la tristeza son temas estorbosos. A pesar de que el dolor, la derrota y el fracaso son las condiciones inescapables de toda existencia: condiciones inequívocas, seguras, fehacientes. El capitalismo vende alegría artificial, y por eso la tristeza se convierte en “un crimen punible”. (Bauman explica esto último en Vida de consumo).

Si desea leer otro texto de Cultura, ingrese acá: La Esquina Delirante XLI (Microrrelatos)

Nos arrojan al mundo y nuestra interacción con él está sesgada por dualidades como el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, lo moral y lo inmoral, la derrota y el triunfo. Crecer con ese maniqueísmo es riesgoso, porque nos impide pensar en lo que no es mi parte, ni mi contraparte. Puesto que no se contempla, no existe. En consecuencia, una caída al vacío es equivalente a una insuperable derrota, y no a un nuevo umbral de vuelo.

Luego viene el idealismo amoroso. Lo cierto es que nadie vendrá a salvarte, nadie es curación, nadie te dará la mano. El amparo es la capacidad del individuo para valerse por sí solo, la protección es la facultad de autonomía en el pensamiento, la única mano que se debe esperar es la de uno mismo. Pensar que el amor deviene redención es una maravillosa mentira, pero luego se desenmascara en atroz verdad, un verso de Dante (en el Infierno) es elocuente:

No más dolor

que recordar el momento feliz

en la miseria.

Crecimos creyendo que alguien, un amor, vendría por nosotros a rescatarnos. Es una ilusión falaz. Pero es una mentira lucrativa, que el mercado sabe explotar, ya que ante tanto agotamiento al ser humano idealista le resulta imprescindible.

La soledad debería ser un alivio y no una pena. Nos deberían preparar para estar solos. Adoptar una estética de la existencia que dependa de la satisfacción personal, y no de la presencia de un otro. Hay placeres sobrevalorados. El ser moderno teme estar consigo mismo.

Nos viven engañando, y somos alegres con ese engaño: esperanza y felicidad. Lo que no nos han dicho -y para lo que no nos han educado- es para amar el dolor y el fracaso.

Tanto el uno como el otro nos hacen fuertes, nos dan temperamento, nos llenan de brío, no hay necesidad de leer a Nietzsche o a Jünger (aunque sería mejor si fuera así), o a apologistas de Dios como Kierkegaard, C.S. Lewis y Unamuno, para entender que el dolor es un comienzo, y no un fin, una conveniencia, y no un desacierto. En suma: una posibilidad de proceder distinto.

Yo amo el fracaso porque me parece un acto de resistencia ante lo que el sistema, feliz en sus tristezas, nos dice que tenemos que ser. Y lo amo porque veo en él más nobleza que en las promesas de las religiones, más honestidad que el triunfo material y moral que los puritanos claman, más sabiduría que las fórmulas de los vendedores de ataraxia (los hay de toda clase). Me autodenomino fracasado.

No hablo aquí de autocomplacencia, ni de justificada mediocridad. A mayor consciencia mayor dolor, lo explica bien Unamuno. Y uno puede ser consciente de sus incoherencias, de sus contradicciones, de sus dobles moralismos, y hacerse el que no es con uno, y aprovechar para resaltar esos defectos en otros. O se puede aprender a convivir con eso, y aceptarse incoherente, contradictor y opositor de sí mismo, y entender que el primer enemigo es uno, pero que ese Némesis se vuelve afectivo y cercano si lo miras a los ojos.

No cuestiono a quienes hallan en la religión -y todas sus derivaciones- un mecanismo de defensa, la vida es una continua guerra y cada quien elige su trinchera, pero sí quiero señalar que se puede vivir sin necesidad de acudir a ella, que hay filosofía que nos habla del problema del deseo y el placer y de la posibilidad de mesurarlos, del problema del dolor y de la posibilidad de amarlo, del problema del ser y de su indefinición.

La existencia nos da la oportunidad de hallar sosiego en lo más simple, eso lo explica el pesimista Schopenhauer. Y es el sujeto quien decide cómo caminar sus pasos y dónde trazar su camino. Ricardo Reis nos da una lección:

Ansiar poco es tener todo; ansiar

nada es ser libre; no tener ni ansiar,

hombre, es ser cual los dioses.

Somo humanos, con la capacidad para obrar de maneras disímiles, con múltiples atenuantes, con luces y sombras, esos contrastes los explicó -¡como nadie!- Dostoievski.

Somos humanos y, por lo tanto, no estamos en el mundo, sino ante el mundo, como decía Rilke. Ese estar ante el mundo es rechazar eso que nos compelen que tenemos que ser, es hacerle óbice, es arrostrarlo.

Es amar lo que nos hace sentir el peso de estar vivo.

Por Jaír Villano / @VillanoJair

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