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Nos conocimos por una amiga en común; trabajan en el mismo sitio. Últimamente me pasa que me acuerdo de él, pero veo otra cara.
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Estaba en el gimnasio y pensé algo, que pasado mañana el man va a caer al apartamento, pero mi cerebro me cambia la cosa, me pone otra cara al frente. Él es mono, rubio, de pelo no tan corto. En mi mente veo un pelirrojo de pelo largo con el que salí hace rato. Lo único que tienen en común es que me los presentó la misma amiga.
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Estoy almorzando con mi jefa y me llega un mensaje del man, pasa lo mismo. Pelirrojo. Entre más pienso la cosa más se me enredan los recuerdos.
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Vuelvo con pelirojo de una rumba, caminamos, todo está solo. Quiero conseguir una pistola, me dice. Me río y le pregunto que para qué. Dice que están atracando mucho, que no es para matar al que lo quiera robar sino como para pegárselo en la rodilla, así los policías no le joden la vida. En ese recuerdo ahora está rubio, dice que la violencia, que blablablá, desigualdades. No me da tanta risa esa versión.
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El viernes salgo con rubio, llego a la casa a las tres de la mañana, todo bien, pero cuando me acuesto en la cama mi cabeza se prende y siento que corro en círculos, como cuando salgo a trotar en el Parque Venezuela. Siendo que he repetido la misma noche, literal la misma noche, ya muchas veces, me siento atorado. Intento recordar bien, pero la cabeza se me enreda más y no distingo caras, ni noches. Quiero aire. Me acuerdo de un amigo que a veces se ponía así, maníaco, y me decía que lo calmaba el porno; él tenía su carreta de por qué. Entro a una página desde el celular, videos más vistos, el primero. A los quince minutos me duermo.
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Me invitan a un bar. Mismo bar. Pido la cerveza que siempre pido. Me meten conversación, se les hace curioso que no sea ingeniero, que no sea abogado, que no haga nada que sirva. Supongo que termino diciendo las cosas que siempre digo; puedo decir cualquier cosa, eso no importa mucho. Las caras se me siguen confundiendo. Terminamos en mi apartamento. De nuevo, tres de la mañana. Me levanto y el gato me pide comida, me siento en el sofá a verlo comer. Quiero que el mundo se quede así: ver al gato comer y que nadie diga nada.
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A veces estoy sentado, normalmente en estos sitios al aire libre, y en algún momento miro para arriba. Trato de no mirar para arriba de noche, menos si no ando sobrio, porque empiezo a conectar estrellas; así tipo libro de colorear, dibujando rayitas entre los puntos. Y me da fastidio. Tener que sonreír y que no se me note que ando iluminado, en un viaje todo Buda. Si uno anda así no se puede hacer más que sonreír. Toca sonreír, respirar y tomar otro trago de cerveza. Porque si estás tostado, mal. Si no estás tostado, peor. Toca respirar y caer privado de tanto trago.
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Los domingos por la mañana amanezco sin ruido en la cabeza. Desayuno con el gato, respondo historias en Instagram y ya como a medio día me amargo con rubio; porque no nos alcanzamos a ver, porque no me respondió rápido, alguna cosa me invento. Cuando eso pasa le coqueteo a alguien más y espero. Después que rubio responde salgo a correr. Me gusta correr en el parque los domingos sabiendo que esperan mi mensaje, luego sentarme en la banca, sudado, a sentir el fresco de la brisa.
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No hay mejor día que el lunes, ni mejor hora que la mañana. Me levanto con el sol, me baño, tomo tinto, entreno, me vuelvo a bañar, desayuno y luego trabajo. No hay locura, solo trabajo.
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