El Magazín Cultural

Descubren el primer cuestionario que Proust respondió

Antes de convertirse en el célebre escritor de "En busca del tiempo perdido", Marcel Proust (1871-1922) fue un adolescente enamoradizo y sentimental, según revelan las confesiones que dejó en el primer cuestionario que hizo con 15 años, y que acaba de ser descubierto en París.

Rosalía Macías / EFE
15 de abril de 2018 - 09:28 p. m.
"En busca del tiempo perdido" es considerada una de las cimas de la literatura del siglo XX, enormemente influyente tanto en el campo de la literatura como en el de la filosofía y la teoría del arte. / Archivo
"En busca del tiempo perdido" es considerada una de las cimas de la literatura del siglo XX, enormemente influyente tanto en el campo de la literatura como en el de la filosofía y la teoría del arte. / Archivo

"¿Cuál es su color preferido? El de los ojos de la persona que amo", "¿Cuál es su ocupación preferida? Amar", respondió un jovencísimo Proust un sábado de junio de 1887 en este manuscrito titulado "Mis confidencias", que ahora se vende en París por 250.000 euros en el Salón del Libro Raro más grande del mundo.

Fue un librero de toda la vida, el especialista en libros antiguos y raros Laurent Coulet, quien determinó este mes la autoría de este manuscrito que hasta ahora permanecía guardado en casa de unos particulares.

Coulet aseguró a Efe que en cuanto lo vio no tuvo "ninguna duda" de que era del novelista, y explicó que lo que le tentó fue "intentar encontrar a través de sus respuestas al escritor que sería Marcel Proust".

El escritor respondió al cuestionario de forma indirecta y original, ya que ese era el objetivo de este juego inglés de moda en el siglo XIX que permitía hacer preguntas que de otra manera no tendrían cabida en una sociedad que era "un poco encorsetada y austera", contó Coulet.

Fueron precisamente las respuestas que dio el escritor a estas mismas preguntas en posteriores ocasiones lo que hizo que este cuestionario haya pasado a la posteridad con su nombre y haya sido reproducido en infinidad de ocasiones como modelo de entrevista intimista.

Según las más de 30 líneas de confesiones, el lema de Proust era "amor y duda", su descanso preferido era "leer", su animal predilecto era "el hombre" y su olor favorito era "el de las mejillas de la persona amada".

Unas mejillas que reaparecerán años después en "Por el camino de Swann", el primer volumen de su obra maestra, en donde habló de las "mejillas de la almohada", que "siempre repletas y frescas, son como las mejillas de nuestra infancia a la que nos aferramos".

Como explica en el catálogo de venta el especialista y biógrafo de Proust Jean-Yves Tadié, el contenido del cuestionario indica que lo que cuenta para el autor es "la sensibilidad, la inteligencia, el conocimiento", rasgos que más tarde se encontrarán en su novela.

Pero Tadié consideró que sus respuestas "sólo se entienden si se atribuyen a un amor naciente" y apuntó que, por aquel entonces, el joven escritor se veía a diario en los Campos Elíseos con una chica rusa de trece años, Marie Benardaky.

De hecho, a la pregunta "¿Cuál es la población extranjera que le es más agradable?", Proust respondió: "Por el momento el pueblo ruso; y le aseguro que no es porque sea el aliado de Francia".

Miembro de una familia burguesa, el literato también incluyó mentiras en este pequeño manuscrito de ocho páginas, en el que declaró que no le gustaba crear frases o que le horrorizaba lo sentimental.

Su inconfundible caligrafía también se conserva en un cuestionario que hizo poco después, en septiembre de 1887, y que se hizo famoso por el estilo de las oraciones, y en otro que rellenó cerca de 1890, diecisiete años antes de empezar a escribir "En busca del tiempo perdido".

Al crecer, Proust cambió los Campos Elíseos por los lujosos salones del Hotel Ritz de París, donde escribió parte de su mítica novela que contiene el célebre pasaje sobre las magdalenas, que le recordaban a las que preparaba su tía abuela.

"Mis confidencias" no es el primer manuscrito de Proust que se pone a la venta: ya en 2016 se subastaron más de 120 fotos, cartas, dibujos, libros manuscritos y otros recuerdos, valorados entre 520.000 y 740.000 euros .

Por Rosalía Macías / EFE

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