El Magazín Cultural
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El cuerpo enfermo de la guerra

'Porfirio' es la película que abre este viernes la Competencia Oficial Ficción del Festival internacional de Cine de Cartagena. Esta es la historia de un 'aeropirata' colombiano.

Hugo Chaparro Valderrama
23 de febrero de 2012 - 10:00 p. m.

La anécdota hace parte del repertorio que define la realidad –y las ficciones- de Colombia: un hombre llamado Porfirio, con sus piernas inservibles luego de que un policía lo hiriera en Playa Rica (Caquetá), tras vivir cerca de dieciocho años entre la cama y la silla de ruedas, decide secuestrar un avión. El hecho revela su coraje y la ira que lo anima. Aborda el avión con un par de granadas que esconde entre los pañales. Su reclamo, guiado por la desesperación, quiere evitar el anonimato y encontrar una escapatoria al infierno de la burocracia estatal que le niega un auxilio y lo condena a ser un desplazado inmóvil dentro de su cuerpo enfermo.

Cuando se interesó en la historia de Porfirio, el realizador Alejandro Landes estaba en Bolivia rodando su primera película, Cocalero (2007), sobre el proceso electoral que llevó a Evo Morales a la presidencia en enero de 2006.

Porfirio (2011), es una película, en apariencia, distinta, tanto en su tratamiento visual como en su temática, pero las dos comparten, según Landes, algo común al público latinoamericano: conocer las historias antes de que sean filmadas.

“Sin embargo, en la pantalla se pueden ver de una manera mucho más profunda”, afirma. “Hacen de lo conocido algo que tiene la apariencia de ser visto por primera vez”.

Las noticias y el rumor que las difunde hicieron de Porfirio una semblanza del malestar a través de un personaje concreto, que habla por aquellos que intentan sostenerse en medio de la guerra y sus naufragios.

“Narrar una historia es una manera de apelar a las emociones del espectador”, continúa Landes. “Y en el cine se trata de algo más que de contar una historia. El cine no puede estar esclavizado al hecho de ser simplemente un espectáculo de narraciones”.

La inversión de los términos ante lo espectacular de la tragedia se descubre en la austeridad de Porfirio, en la cama donde está anclado –con treguas eventuales cuando sale por el pueblo en su silla de ruedas-, en las repeticiones de la vida doméstica, en la soledad horizontal de un hombre ante aquellos que viven con él o lo visitan con sus cuerpos en equilibrio vertical.

Para Landes, “la fuerza de la película está en el cuerpo de Porfirio, un cuerpo encarcelado por su enfermedad. Una vida que hace de la víctima un victimario. Una contradicción muy fuerte para alguien que es sensual, pero en el que puede percibirse la tensión de la violencia, vista a través de la humanidad en la que se agazapa un agua hirviente”.

De una quietud engañosa, la piel encierra un dolor vertiginoso y el sueño de algo tan esquivo como la justicia que merece. Con la magnitud de su torso y la fragilidad de sus piernas, parece un volcán dormido a punto de estallar. La cama es parte de su mundo y la silla un caballo de metal donde rueda ante los demás. Un cuerpo que la cámara exploró en el transcurso de tres años.

“A diferencia de todos los que tocaron su puerta tres meses después del secuestro del avión, yo lo visité y regresé, permitiéndole a Porfirio confiar en mí”, dice Landes. “Lo filmaba todo el tiempo mientras conversábamos. Buscaba su presencia ante la cámara. Le pedía que repitiera ciertos parlamentos o acciones y cuando lo hacía de una manera distinta, lo escribía a su manera para asegurarme de que el lenguaje fuera el suyo y no el mío. De hecho, antes de filmar viví en Florencia (Caquetá) durante cuatro meses para conocer la realidad del pueblo y organizarla en una ficción con personajes reales. Aunque no todos los personajes nos cuentan su vida como Porfirio. Por ejemplo, Jasbleidy, la novia, es una estudiante de enfermería que no vive ni tiene una relación con él. Todo se organizó en la casa que alquilé, a la que llevé a Porfirio, a ella y al hijo, que no fue el mismo que participó en el secuestro. Con ellos armé una familia que no existe en la vida real, pues cada uno tiene una vida independiente de los otros”.

No importa que Porfirio sea una historia basada en la vida real, sino la manera como la realidad se transforma en una ficción y nos regresa de nuevo a esa realidad con una visión diferente acerca de lo que sucedió.

Landes recuerda una escena “donde Porfirio conversa con un hombre que nació con las piernas atrofiadas. Surgió de algo que me había contado: luego de vivir dieciocho años en una silla de ruedas, jamás se había visto en la silla cuando soñaba. En cambio, el que nació sin piernas sí se veía en sueños como es en la realidad. Esto me pareció que ilustraba el poder de la mente de una manera muy potente en dos niveles distintos”.

Dos jerarquías; dos dimensiones de la realidad y de su traducción a los sueños; de acercarse o distanciarse tanto como le puede suceder al público ante una película que acaso descubra en Porfirio a un personaje más próximo de lo que supone.

“Espero que Porfirio sea un personaje menos lejano de lo que podría suponerse”, dice Landes. “Si lo reconocemos así, será mucho más interesante. No se trata de mostrar una noticia, sino lo que hay detrás de la noticia. Y aunque el conflicto no se resuelva en el cine, es posible trascenderlo. Por eso Porfirio no es un ser anónimo, es alguien con una identidad especial en el panorama de la violencia colombiana”.
Entre el cielo y la tierra; el vuelo de las aves y el peso del cuerpo; la violencia y la sensualidad, se define el personaje que nos revela su intimidad y evoca de manera extrema el cuerpo maltrecho de un país agobiado por la muerte.

Landes concluye evocando la escena en la que Porfirio y Jasbleidy hacen el amor por primera vez en la película.

“Ella lo mira a los ojos y le pregunta a Porfirio por qué llora. Porfirio le responde: porque te amo. No escribí la frase, ni la busqué, solo sucedió”.

Por Hugo Chaparro Valderrama

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