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Cápsulas de filosofía para entender el amor: desde Platón hasta Frankfurt

Para Platón, el amor podría ser la búsqueda eterna de volvernos a sentir completos; para Cioran, un engaño ante lo inevitable. Tomando San Valentín como excusa, exploramos algunos de los conceptos filosóficos alrededor del amor.

Daniela Cristancho
16 de febrero de 2023 - 02:00 a. m.
Spinoza definía el amor como "una alegría acompañada por la idea de una causa exterior".
Spinoza definía el amor como "una alegría acompañada por la idea de una causa exterior".
Foto: Getty Images/iStockphoto - Benjavisa

Decía Aristófanes, en “El banquete”, de Platón, que antes los humanos tenían “cuatro manos, mismo número de pies que de manos, y dos rostros perfectamente iguales sobre un cuello circular. Y sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, una sola cabeza, y además cuatro orejas, dos órganos sexuales”. Eran personas redondas, fuertes, vigorosas y orgullosas. Tanto así que trataron de subir al cielo para atacar a los dioses. Enfurecido ante la insolencia, Zeus tomó una decisión: “Me parece que tengo el medio de cómo podrían seguir existiendo los hombres y, a la vez, cesar de su desenfreno haciéndolos más débiles. Ahora mismo, dijo, los cortaré en dos mitades a cada uno y de esta forma serán a la vez más débiles y más útiles para nosotros por ser más numerosos”. Así que Zeus los dividió en dos y encargó a Apolo de curar las heridas.

“Una vez que fue seccionada en dos la forma original, añorando cada uno su propia mitad, se juntaba con ella y rodeándose con las manos y entrelazándose unos con otros, deseosos de unirse en una sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer hacer nada separados unos de otros”, contó Aristófanes en medio de la fiesta, cuyo diálogo central era el amor. Relató que Zeus se compadeció de ellos y cambió de lugar sus órganos sexuales a la parte delantera para que del abrazo pudiera engendrarse más vida. “Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de los unos a los otros innato en los hombres y restaurador de la antigua naturaleza, que intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana”, dijo el pensador griego.

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A partir del argumento expuesto por Platón podemos entender el amor como una tendencia intrínseca a la humanidad: la búsqueda del sentido de completitud que nos fue arrebatado por los dioses. “Amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo y la persecución de esa integridad. Antes, como digo, éramos uno, pero ahora, por nuestra iniquidad, hemos sido separados por la divinidad, como los arcadios por los lacedemonios”. Los discursos expuestos en “El banquete” forman parte de los primeros textos que se conocen de la filosofía sobre el amor en Occidente. Porque el amor, como parte de la experiencia humana, ha sido un tema central en la discusión filosófica. ¿Qué es el amor? O, mejor aún, ¿por qué y para qué amamos?

“Para reproducirnos”, sería la respuesta sobresimplificada de Arthur Schopenhauer siglos más tarde. El filósofo alemán plasmó su visión sobre el amor en “Metafísica del amor sexual” (1818), uno de los capítulos de Complementos a “El mundo como voluntad y representación”. “Todo enamoramiento, por muchos tintes etéreos de que se quiera revestir, tiene su único origen en el instinto sexual”, asegura en el texto. Aunque Platón considera la actividad sexual como un tema ligado al amor, para Schopenhauer, es su único fin. El amor existe en tanto se necesita para la “composición de la próxima generación”. Así la ilusión del amor es creada por el instinto para conseguir la reproducción.

Para el alemán, “el impulso amoroso es el fin último de casi toda aspiración humana, ejerce un influjo perjudicial en los asuntos más importantes, disuelve las más valiosas relaciones, rompe los vínculos más sólidos [...] Cuando consideramos todo esto, nos vemos movidos a gritar: ¿para qué todo ese barullo? [...] Mas el espíritu de la verdad descubre poco a poco al investigador serio la respuesta: no se trata aquí de nada insignificante; antes bien, la importancia del asunto es totalmente proporcional a la seriedad y el celo del empeño. El fin último de todo comercio amoroso, sea con zueco o con coturno, es realmente más importante que cualquier otro fin de la vida humana y por eso es plenamente merecedor de la profunda seriedad con que cada uno lo persigue”.

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Tanto es así que Schopenhauer se cuestiona por qué los filósofos que lo antecedieron no trataron con más detenimiento el tema del amor. Reconoce que Platón lo ha tratado en mayor medida, pero que hace énfasis en la pederastia. Asegura que lo que ha dicho Rousseau es “falso e insuficiente”, en el caso de Kant es “superficial” y en el de Planter, “trivial”. Solo reconoce la definición de amor de Spinoza como un aporte valioso: “Una alegría acompañada por la idea de una causa exterior”.

Y aunque no sintió la necesidad de refutar a sus antecesores, después de Schopenhauer vendrían muchos otros autores a tratar de entender el amor desde la filosofía. Poco después, el existencialista Søren Kierkegaard escribiría “Las obras del amor. Meditaciones cristianas en forma de discursos”. En este, el danés se enfocaría en explorar uno de los cuatro tipos de amor que ya habían tipificado los griegos: eros, storgé, philia y ágape. Al concentrarse en este último desde la cristiandad, el filósofo asegura que se trata de la forma del amor puro e incondicional, el amor que se siente entre los humanos y las deidades.

Kierkegaard hace énfasis en la importancia de que el amor tenga vocación de perpetuidad. “No es la desgracia la que hace desesperar a un ser humano, sino que le falte lo eterno. Desesperación significa que falta lo eterno”, asegura. “Cualquier otro amor, ya sea el que humanamente se marchita pronto y se altera, o el que amorosamente se conserva durante un tiempo, sigue siendo transitorio; solo florece. Esta es precisamente su debilidad y su tragedia, tanto si florece durante una hora como si lo hace durante 70 años: solo florece; pero el amor cristiano es eterno”.

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Para unos, el amor constituye el antídoto ante la desesperación por lo perecedero. El amor como salvavidas. Para otros, como Emil Cioran, el amor es incapaz de actuar como una cura real. El amor no nos salva de la muerte ni de nada que la anteceda. Así lo asegura en “Breviario de podredumbre”: “El amor se acerca, el amor llena los años. Pero los ojos escapan por las fisuras de su infinito tarado hacia otra cosa. La dolorosa curiosidad condensa el tiempo por el que nos arrastramos hacia el fin. Los instantes se espesan: el tiempo denso de la muerte... Y como a través de los calveros del amor descubrimos la lobreguez final, el enamoramiento oculta un equívoco que transforma la pasión en pútridos temblores. Una eternidad donde se divierten los gusanos es el equívoco de los amores. El amor no nos puede curar de lo otro”. Para el rumano, quien vivió “amores que nacieron muriéndose”, el amor crece en la banalidad y “disminuye en los momentos de lucidez de la inteligencia”.

En la filosofía contemporánea se encuentran también otras definiciones. Por ejemplo, el concepto planteado por el estadounidense Harry Frankfurt en “The Reasons of Love”: el amor es la fuente de fines últimos. El amor se constituye como la directriz de los fines que tienen valor en sí mismos, aquellos que nos indican cómo debemos vivir. Para este filósofo, la clave de la vida plena es perseguir aquellos designios que dicta el corazón. De esta manera, de acuerdo con Frankfurt, el amor más puro no es objeto de nuestra voluntad, es una configuración de esta. Son los amores irrenunciables.

Frankfurt da cuatro características que tendría el amor: la preocupación desinteresada por el bien amado, un interés personal y subjetivo por el ser amado, una identificación con los intereses del otro y la implicación de limitar la voluntad. Y esto último es interesante, como lo resalta David Zuluaga, cocreador del pódcast “Urbi et Orbi” y doctor en Filosofía. Amar hace que ciertas posibilidades dejen de existir, así que, si se entiende la libertad como número de posibilidades, el amor reduce la libertad. Pero también es, desde el punto de vista de Zuluaga, liberador, en la medida en que el amor trae certezas. “El estar de lleno en algo, alma, vida y sombrero. Nuestras vidas las experimentamos como dignas de ser vividas porque hay cosas que amamos de esa manera: irrenunciable, absoluta, inclaudicable, allende a todo cuestionamiento, porque hemos tomado partido de manera radical”, asegura Zuluaga.

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Daniela Cristancho

Por Daniela Cristancho

Periodista y politóloga de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en resolución de conflictos e investigación para la paz.@danielacsidcristancho@elespectador.com

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