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Guion no potable: reflexiones irresponsables sobre “Los iniciados” y Mario Mendoza

Ensayo del crítico de la columna Cuadro por cuadro sobre la recién estrenada película.

Deivis Cortés * / Especial para El Espectador
09 de agosto de 2023 - 01:56 p. m.
Andrés Parra (izquierda) y el escritor Mario Mendoza en el set de "Los iniciados". Inspirado por el universo literario de Mendoza, esta película recrea un futuro cercano en una ciudad oscura dominado por la falta de agua potable mientras el rudo periodista Frank Molina se enfrenta a sus demonios para resolver un terrible asesinato. / Cortesía: Prime Video
Andrés Parra (izquierda) y el escritor Mario Mendoza en el set de "Los iniciados". Inspirado por el universo literario de Mendoza, esta película recrea un futuro cercano en una ciudad oscura dominado por la falta de agua potable mientras el rudo periodista Frank Molina se enfrenta a sus demonios para resolver un terrible asesinato. / Cortesía: Prime Video
Foto: MAXM - MAXM

1.

Que la película Los iniciados se estrene en Prime Video es un gran acontecimiento, así como en su momento lo fueron los estrenos de Mank, The Irishman o Roma. La industria está liberándose del complejo de inferioridad frente a la tiranía de los exhibidores y la romantización de la experiencia en salas, apostando por un estreno doméstico que da al espectador más tiempo para ver el producto, mucho más que las limosneras dos semanas habituales. Se está reivindicando al espectador que consume video en casa y se está dejando de endiosar al espectador que sale de su hogar para disfrazarse, hacer filas, pagar con tarjeta y sentarse entre desconocidos a comer con la boca abierta. Y aunque el fenómeno Barberheimer está arrasando y le devolvió a muchos la fe en el modelo bluckbuster, las cosas están cambiando y el estreno en plataformas de Los iniciados es parte fundamental de ese cambio. (Lea otra crítica de Deivis Cortés: Reflexiones malsanas sobre el cine colombiano).

Este tipo de estreno posibilita y fomenta el visionado fragmentado, perezoso, distraído. El producto no se consume de un tirón o en una sentada; tiende a verse por partes y a plazos. Será frecuente que cuando al espectador le pregunten por la película en cuestión, diga “me la estoy viendo” en lugar de decir “ya me la vi” o “no me la he visto”. El espectador asume que, como el producto seguirá disponible mañana y se podrá ver sin recargo adicional, entonces no tiene sentido verlo ahora mismo, ni siquiera hoy, mucho menos mañana. “¿Para qué si seguirá disponible el próximo mes? Si quisieran que viera esa película en una sentada, la habrían dejado disponible un solo día y a una hora concreta, como los vuelos internacionales”. Un espectador capaz de aplazar el pago de un impuesto, será capaz de aplazar el visionado de una película que no necesita. Por eso, este tipo de estrenos hacen necesario que, más que en ningún otro caso, las películas gocen de un arranque muy atractivo, un inicio que enganche y no suelte hasta los créditos finales, combatiendo todas las distracciones propias de una experiencia casera. El inicio de Los iniciados atrapa en términos de atmósfera, pero repele enseguida por los diálogos: “O me deja entrar (…) o me voy para mi casa a escribir otra vez sobre usted y su desastroso departamento de Policía”. La candidez del diálogo y el uso del adjetivo “desastroso”, me sacó enseguida y me catapultó a otro contenido mucho mejor escrito de la misma plataforma: la quinta temporada de The Marvelous Mrs Maisel. Sin embargo, gracias a ese impase entendí lo maravilloso del asunto: una película que puede verse por partes, que se puede abandonar y aplazar, es también una película que puede verse varias veces.

Las películas estrenadas en plataformas hacen posible la revisión y, en esa medida, el estudio riguroso por parte del interesado que sabrá aprovechar lo que otros capitalizan en distracción. Y se trata de repeticiones que no privilegian ningún bando: un fan de Mendoza usa la repetición para regodearse en aquello que le gusta y conocerlo a profundidad; el detractor usa la repetición para comprobar que su desagrado no se justifica solo por el prejuicio, o bien, para argumentar con mayor precisión (y creatividad) sus ataques: “ni siquiera en el tercer intento pude ver esta película” o “me tomó varios intentos y tres chantajes engancharme con Los iniciados”, o, mejor aún, “me disgustó tanto que la vi varias veces para relacionarme en profundidad con ese desagrado y luego aprender a perdonar”.

Gracias a la reproducción en plataformas, el espectador pueda repetirse las películas y analizarlas mejor al percibir más detalles y a mayor profundidad. También gana en visión de conjunto. Entiende que lo que le plantearon en el acto uno, lo recogerá en el tercero. No se queda con esa impresión febril y afanada del estreno. No se queda con esa urgencia por opinar y emitir un veredicto exprés que le permita participar de “la conversación”. Gracias a los revisionados, el espectador puede rumiar la película, procesarla internamente, releerla en contextos distintos para confirmar sospechas o desmontar hipótesis infundadas, descartar prejuicios y afianzar temores, pero, sobre todo, podrá entender mejor los mecanismos narrativos, dramatúrgicos y estéticos responsables de su goce o su mal viaje. En esa medida, el revisionado es una herramienta indiscutible para críticos de cine, columnistas y comentaristas del audiovisual. Mucha gente se sorprende cuando un comentarista audiovisual confiesa la repetición de tal o cual película. Les parece algo triste, patético y de perdedores ¿Por qué repetirse contenidos habiendo tantas cosas por ver y tantos materiales nuevos esperando ser consumidos? Justamente por eso. Porque la sobreabundancia nos ciega. Las películas dejaron de ser objetos artísticos que se conseguían con esfuerzo para convertirse en contenidos asequibles que ya no es tan urgente ver porque la prioridad es estar al día: no importa ver lo que salió ayer sino hablar de lo que se estrenará mañana.

Es necesario incentivar el revisionado y dejar de asumirlo como “perdedera de tiempo” o “actividad de desocupados que no saben bailar ni jugar fútbol”. Metodológicamente hablando es una herramienta que mejora la comprensión textual. Un comentarista que ha visto varias veces el producto sobre el que opina, tiene más credibilidad frente al lector, independientemente de las posturas que asuma. Ha pasado más tiempo consumiendo eso sobre lo que se está discutiendo. Y si bien el espectador casual no tiene por qué ver las películas más de una vez, el comentarista audiovisual (crítico, docente, columnista, curador) casi que está obligado a hacerlo por compromiso con su oficio y respeto a sus lectores. Debería incluso reglamentarse en la constitución: una ley que estipule que todas las críticas de cine que se escriban sobre películas estrenadas en plataformas de streaming, garanticen que el crítico firmante vio el producto al menos dos veces.

2.

El estreno de Los iniciados en Prime Video resulta doblemente significativo cuando se revisa el nutrido catálogo de filmes nacionales que tiene la plataforma: García, Pájaros de Verano, La Pasión de Gabriel, entre otros títulos que nadie ve, pero que todos ponemos en nuestra lista para sentirnos más patriotas; por si el ministro de cultura revisa y se agarra de ahí para aprobar una visa o negar una extradición. Se siente cierto orgullo patrio al ver que una película nacional rompe con ese arrodillamiento sacro ante las salas de cine y los sistemas tramposos de exhibición. No obstante, el canto de victoria no puede ser total sabiendo que se trata de una película inspirada en la obra de Mario Mendoza. Y no porque Mendoza sea un mal escritor (que lo es), sino porque se sabe que un estreno así siempre estará inflado por los seguidores del escritor, su fanaticada fundamentalista o, como dicen los que saben, los mendozabelievers, esa gente que practica, ejerce y predica el mariomendozismo, así como otros practicaron el fitopaecismo, el bukowkismo y el cortazarismo. Hay mendozabelievers de muchas edades y estratos sociales, pero todos comparten los mismos rasgos: creen que leen literatura colombiana solo porque leen a Mario Mendoza, creen que leen literatura en general solo porque leyeron a Bukowski y creen que escuchan rock solo porque saben tararear Mariposa Tecnicolor. Los fans de Mendoza son así y además no toleran burlas, bromas ni críticas. Operan con la lógica del barrista positivista que defiende sus pasiones con cifras más que con argumentos.

Los lectores de Mendoza no defienden sus valores literarios (tramas, argumentos, personajes) sino sus méritos industriales: el éxito de ventas que representa, la editorial con la que publica, el haber tenido un stand exclusivo para su obra en la FILBO. También defienden su trabajo como orador y la conciencia social que se evidencia en varias declaraciones virales donde habla de paz, reconciliación, otredad entre otros cañonazos del bienpensante contemporáneo. Los lectores de Mendoza defienden a su autor apelando a elementos extraliterarios, pero ninguno de los feligreses es capaz de defenderlo por su prosa. Destacan su habilidad verbal, lo buena persona que seguramente es, incluso algunas treintonas con hijos lo defienden por guapo, pero nadie mete la mano al fuego por su prosa, probablemente porque es indefendible, probablemente porque si alguien es lector de Mendoza no es alguien que lea novelas por la prosa.

En ese orden de ideas, los espectadores de Los iniciados como herederos del lector medio mendocista, tampoco defienden la película resaltando sus valores cinematográficos, más allá de aquellos que se pronuncian con frases manidas y vacías del tipo “me gusta la foto de esa peli” o “me encanta la dirección de arte, todo se ve súper lindo”. En lugar de defender la narrativa, las decisiones de dirección o el montaje, los mendocistas se juegan la carta numérica: Los iniciados es la película más vista por los colombianos en la plataforma Prime video, la misma plataforma que financió el largometraje y que ha invertido millones en publicidad agresiva. La falacia está instalada y muchos participan gustosos: juran que las películas más vistas son las mejores películas, porque “algo tendrá para que atraiga tanta gente”.

3.

La película insiste recurrentemente en que el agua no es potable, pero lo que realmente no es potable es el guion, un screenplay lleno de problemas que hacen que se instale una pregunta clave en el espectador: ¿Por qué alguien aprueba, financia, rueda, monta y le da tanta publicidad a una película con un guion tan deficiente? ¿La calidad del guion no es un criterio para aprobar el rodaje de una película? Los mismos publicistas han hecho énfasis en la importancia de la materia literaria de la que parte la película desde el mismo tráiler. Allí se habla de “el universo Mendoza”, Jorge Cao declara que se “respetó el espíritu de los libros”, Mendoza cuenta que le dio “total libertad” al guionista Nicolás Serrano, aunque luego dice que se trajo a Estaban Orozco para que “puliera algunos elementos del género”. Todo eso suena muy bien para contar anécdotas y entretener fans, pero ¿de qué sirve toda información cuando el guion falla? ¿Para qué sirve cuando varias de las situaciones y soluciones que plantea insultan la inteligencia del espectador, siendo el espectador de esta película alguien que merece ser insultado? Pareciera que toda esa información de background (el trabajo que implica escribir un guion partiendo de 4 novelas, las conversaciones de Mendoza con Guerrero, la cosa de los trans) está allí para que el fan se defienda de algún posible ataque. Felipe Guerrero y Mario Mendoza armaron a los feligreses de la iglesia para que pudieran responder ataques sin siquiera haber visto un fotograma de la película.

Y es que, tal como sucede en las películas de Marvel, Los iniciados apela al fan service. Es algo que se suele hacer cuando hay una audiencia cautiva. El público está pre conquistado desde los libros y en vez de apostarle a traer público distinto al de los libros (el publico del cine, el del cine negro, el del periodismo), le apuestan todo a blindarlo/complacer al público que ya tienen que está justificada su inversión o su decisión de inscribirse a una plataforma y ver este contenido por encima de otro (también muy disponible y puede que con mejor pinta) El fanservice se basa en generar conversación entre los fans. Los iniciados es un campo minado: contiene suficientes guiños para que los mendocistas hablen entre ellos por meses: “Oye, ¿si viste cuando dijeron Resistir?, mariquis, casi me muero y ¿qué me dices de cuando la moni le dice a la otra traviesa y Lady Masacre dice siempre? Yo me sentí súper identificada, igual que cuando estábamos en la u y no entrábamos a clases por andar tomando, súper traviesas nosotros, mendocistas desde chiquitas. Pero la parte que más me gustó fue donde el tipo pregunta quién dio la orden y la forma como Mario (porque le gusta que le digamos asi) lo explica luego en cada conferencia para asegurarse de que el fan sepa cómo reaccionar a esa mina particular. Eso sí es resistir.

4.

Primer problema de guion: diálogos. Los personajes hablan trasmitiendo información que necesita comunicar el narrador, pero no hablan como lo harían “naturalmente”, en caso de no ser filmados ni escritos. La hermana del protagonista: “Usted es bipolar, Frank”. Y lo dice no porque el personaje no lo sepa o porque se lo esté recordando a sí misma: lo dice porque el guionista necesita que el espectador sepa esa información y no encontró una forma más “natural” para entregarla. Qué pecao. Dos guionistas y cuatro novelas para eso.

Hay una escena en la que una mujer despierta a Frank Molina: “cálmese que soy yo, Carmen”, para luego decir “uno a los hermanos los siente”. Nuevamente lo de la desesperación de guionista por entregarnos información a las malas ¿Cuántas veces los hermanos se recuerdan entre ellos que son hermanos? Pero el peor de todos es con el que abre: “cálmese, soy yo, Carmen”. Ese tipo diálogo es inadmisible incluso en una ficción que se presente como paródica. No es un diálogo que tolere el género ni que tolere un registro realista. Es sencillamente un mal diálogo, un diálogo desafortunado porque desdibuja cualquier verosimilitud, rigor y responsabilidad hacia los personajes. Nadie se presenta diciendo “Soy yo” y a continuación dice su nombre. Ese es un diálogo de película serie B, no un diálogo ficticio o propio de la ficción. Es un diálogo que se corresponde con un imaginario muy ingenuo de lo ficcional y de lo “peliculero”. Y si el llamado “realismo degradado” que tanto venden implica le quiten la calidad a los diálogos, entonces mejor no degraden el realismo, déjenmelo como estaba, les agradezco.

Ya desde Saluda al diablo de mi parte, se notaba un gusto de los hermanos Orozco por los diálogos peliculeros. Los míticos “ya estamos afuera” o “usted va a matarlos Angel, va a materlos a todos”, dan cuenta de diálogos que llamar la atención de sí mismos porque supuestamente eso hacen los géneros. Y se amparan en ese paraguas retórico para no ser rigurosos con el desarrollo de la voz. En claro que en esas líneas está hablando más el guionista que el personaje, el problema es que cuando se le echa en cara eso a los guionistas, suelen responder: “No soy yo, es el género”. Y ahí sí lo joden a uno porque apelan al amor que uno le tiene al género. Chantaje emocional clarísimo: “Si te gusta el género, tienes que aceptar la (mala) calidad de este diálogo”. Premisa sospechosa que presupone que el diálogo de género es un diálogo típico, torpe y poco elaborado, cuando la literatura criminal y la comedia screwball (por citar dos ejemplos entre miles) está poblada de excelentes dialoguistas. Ben hecht, Billy Wilder y Preston Sturges son excelentes escritores de diálogos en varios géneros sin contradecir la premisa de esos géneros.

Es difícil reclamarle a estas películas este diálogo. Solo resta apagar el cerebro y disfrutar. Y sale uno premiado porque por momentos Parra y Vélez logran que esos textos suenen creíbles, aunque tengan que poner cara de “estar escuchando con intensidad”. Algunos diálogos pasan la prueba, pero otros dan vergüenza ajena y hacen difícil el visionado de la película. Luego uno va a YouTube, busca entrevistas con Juan Felipe Orozco, y ve cómo el director dice que eso es cine de género, que así es como se hace en el género, que no le pidan realismo al género. Y entonces uno se tranquiliza y usa eso como excusa, insumo y estímulo para darle otra oportunidad a la película, verla de nuevo ya con eso en mente. Los iniciados necesita al menos cinco intentos y por eso es bueno que se haya estrenado en plataformas: el espectador puede permitirse esos 5 intentos porque cada repetición es legal y no cuesta más. Otra película colombiana, estrenada en salas, por ejemplo, se habría perdido de esa oportunidad.

Pocas páginas bastan para que hasta el lector más amateur note que no hay personajes con voces diferenciables en la obra de Mendoza: todos sus personajes hablan igual, se expresan con un mismo tono seudo coloquial genérico que funciona para que haya una voz distinta a la del narrador, pero no se sostiene para diferenciarse de otras voces. No lo culpo. Los diálogos son materia de genios, escribir un buen diálogo es algo que pocos pueden hacer, es algo que pocos Mamets y pocos Sorkins logran con destreza y sin hacer que el lector de sonroje de vergüenza ajena. Ni siquiera García Márquez, nuestro tan alabado Nobel, fue capaz de escribir buenos diálogos y por eso sus mejores obras son aquellas en las que este recurso se usa poco. García Márquez es mal dialoguista. Mario Mendoza es mal dialoguista. Y probablemente el hecho de que los diálogos de Los iniciados estén mal (motivo para algunos esperadores abandonen la película), es un síntoma de que la obra original de Mendoza está siendo bien adaptada o está siendo trasladada con fidelidad al lenguaje cinematográfico. Reescribir esos diálogos dotándolos de un mínimo de calidad habría sido traicionar a los lectores de Mendoza. Y lo sé porque cuando joven fui uno de ellos.

5.

Encontré Satanás en la biblioteca de mi barrio y al ver que venía avalado por el premio Seix Barral (no tenía idea de qué significaba eso, pero igual premio es premio) me atreví a leerla y debo confesar que en su mayor parte la disfruté. Encontré estimulante leer una historia criminal que ocurría en Bogotá, leer un relato impreso que hablaba de la carrera Séptima y otras calles que no conocía porque mis papás no me dejaban salir, decían que eso por allá en el centro es muy peligroso. Mi geografía imaginaria del centro se configuró con novelas como las de Mario Mendoza, Santiago Gamboa y la legendaria Sin Remedio de Antonio Caballero. Y en esa época adolescente me parecía divertido que los personajes tuvieran nombres en español y que se llamaran como gente que yo había conocido en el colegio. También me parecía divertido que dijeran groserías y hablaran supuestamente como gente de la calle. Leí Satanás y pese a que la historia del pintor Andrés me pareció ridícula, debo confesar que la historia de campo Elías Delgado, el famoso asesino del Pozetto, está narrada con fuerza y eficacia, tiene suficiente poderío para atrapar y convertir ese libro en una máquina de pasar páginas. Terminé satisfecho y poco tiempo después leí Relato de un asesino y Cobro de sangre, obras de las que no recuerdo nada. Sin embargo, fue cuando leí Scorpio City que se dio mi distanciamiento con Mario Mendoza. Leí esa novela y como aficionado al policial que era yo en esa época, me enganchó. Fue emocionante leer una novela policiaca ambientada en Bogotá, una novela policiaca con un detective que investigaba el asesinato de unas prostitutas. Spade y Marlowe estaban en California. Estados Unidos. Lejos. Leonardo Sinisterra estaba en Bogotá. En el centro. En un sitio al que mis papás no me dejaban ni acercar, pero que igual estaba allí, a un buseto de distancia. Estaba leyendo algo que combinaba mi pasión por los detectives con la curiosidad que me inspiraba esa parte de Bogotá vedada por mis padres. Enganche puro y duro. Estudiaba en la UPN y en vez de hacer las lecturas que me pedían para clase, me la pasé leyendo esa novela, soñando con trabajar y tener dinero para poderme comprar más novelas y dármelas de ser un gran lector, como esos amigos míos que hablaban mucho de Gabo y de Borges y del tal Cortázar.

Después de algunas páginas de investigación criminal, Scorpio City cambia de tono y de registro, entra en un territorio donde al narrador le interesa más mostrar que conoce el centro de Bogotá, le interesa más citar y referenciar lugares de la capital, le interesa más citar letras de canciones de Janis Joplin que contar una historia convincente y coherente. Pareciera como si Mendoza tuviera sobre su sien una pistola empuñada por funcionario de la Alcaldía o de IDARTES que lo estuviera obligando a mostrar Bogotá (“porque por acá hay cosas muy bonitas, mijo”) más que a contarla. Mendoza también parece amenazado, en simultánea y por el costado opuesto, por alguien que con un cuchillo le dice que sea moderno, juvenil, rockerito y callejero al mismo tiempo. Así, gracias a esta imagen arbitraria, demostramos que Mendoza vive bajo la doble presión de ser muy Bogotano y muy moderno/rockero/urbano/juvenil. Y esa presión es la que le impide narrar con credibilidad, por más que saque el comodín del “realismo degradado” que tanto le funciona en sus conferencias y entrevistas. Pero bueno.

Luego de otras decenas de páginas complicadas, Scorpio City tomó fuerza nuevamente y me recuperó. Hacia el final de la novela, cuando Sinisterra empieza a vivir con habitantes de calle y los arma para que se defiendan de la limpieza social, la narración fue fluida que logró sacarme del sopor que experimenté leyendo al narrador wannabe juvenil que se había apoderado de un buen tramo de la novela. Y disfruté notando ese cambio de tono en el marco de un mismo texto porque me permitió pensar “cuando se lo propone, Mendoza sabe narrar con poderío”. Y estuve tentado a volver al mariomendocismo, a volver de rodillas pidiendo perdón por todas las veces que había hablado mal de Mario, pero entonces descubrí a Paul Auster. De hecho, no solo descubrí a Paul Auster, descubrí que Mendoza era tan fan, que había hecho su tesis sobre el autor newyorkino y además le había hecho también una suerte de homenaje/calco/cita del final de Ciudad de Cristal, una novela también policiaca, también postmoderna, pero mucho mejor narrada y consistente. Aunque estaban compartían una liga: el talento para la prosa clara, que suele ser y lo que injustamente le echan en cara muchos hater de Mendoza con los que ya no me hablo casi: “Es que escribe muy simple. Eso tan claro no me gusta. Mejor que la prosa tenga encriptadas varias capas de significado y deleite para que el lector las descifre, sin llegar a ser barroco, porque tampoco, pero ¿sí me entiende?”

6.

Mucha gente le echa en cara a Mendoza algo un valor al alcance de pocos: la claridad, la contundencia, la velocidad. Es deseable que esa velocidad o esa forma eficiente esté a merced de un contenido más sofisticado, pero el hecho de que exista y enganche a los lectores, sepa comunicar de la página uno a la 320 y mantener atento a un lector juvenil, tiene su mérito que nadie niega. Pero en mi caso particular esa coincidencia en tratamiento de situaciones al final de ambas novelas, terminó invitándome a pensar que alguien estaba haciendo mejores cosas fuera. Así que me distancié de Mendoza y me puse a explorar a aquel que se me había revelado como su fuente/maestro. Y queda bien decir que me distancié de Mendoza por la pobreza de sus diálogos, pero no fue por eso. Queda bien decir que no logré soportar más su aire juvenil y universitario impostado. Tampoco fue eso. Lo que causó el distanciamiento fue asumir que Mendoza había tratado de hacer en Bogotá lo mismo que Auster ya había hecho en New york 20 años atrás, con mejores elementos, resultados, sensibilidad, recursos, alcance, lecturas encima, etc, talento (no me hagan seguir). Nunca me recuperé de descubrir que esa prosa limpia, esa fuerza y esa vertiginosidad con la cerraba Scorpio City, había sido una herencia de Auster. Fue lindo aprender que los escritores aprenden de otros. Fue feo admitir que después de leer a Auster, no quise seguir leyendo al discípulo.

Me pasé al mundo Auster y al leerlo, aunque suene ridículo, sentí que estaba madurando un poquito, estaba recibiendo algo parecido a lo que se siente cuando se aprende a multiplicar por tres cifras. Enterarme de lo de la tesis que hizo Mendoza sobre Auster hizo que todo encajara mejor. Todo bien. Mendoza tiene como referencia a Auster y no hay nada de malo en eso. Pero en esa época yo era muy joven y todavía creía en la originalidad pura. Por eso me indignó que un cachaco quisiera contrabandear con lo que había hecho un neow yorkino pero cambiándolo de contexto. Y ese es otro problema en sí mismo porque al decirles a los potenciales creadores que “todo está creado”, se les estimula la pareza mental de negarse a crear, se le da una justificación convincente a esa falacia. Scorpio City es una suerte de Ciudad de Cristal a la bogotana. Los iniciados es una suerte de Chinatown en una ciudad que se parece a Bogotá pero no es. Al final del espectro tiene gestos de El Aro y la resolución argumental de Saluda al diablo de mi parte (Carolina Gómez entrega niña) es calcada de The Man Who Knew to Much. Pareciera que es correcto usar cosas ya usadas si se les cambia el contexto o si se hacen medio bien. Pareciera que la creatividad es simplemente cambiar contextos.

Decidí dejar a Mendoza para apegarme a Auster y fue una relación muy linda. Leí casi todo lo suyo, Leviatán, El país de las últimas cosas, El palacio de la luna, Sunset Park y El libro de las ilusiones donde Auster hace una novela sobre cine. Claramente también es Auster me pegó tremendas defraudadas, como sucedió con Diario de invierno o Invisible, y esa decepción me llevó a pensar que Auster había tenido un periodo bueno pero que ya había pasado lo mejor. Así que saltando entre otros autores y varios años después, me vengo a encontrar con Robertson Davies, alguien que, según la publicidad que hace la editorial Libros del Asteroide, es maestro de tanto Auster como Irving (otro autor que me enloquece con su Garp) Los influyó a ambos. Sobra decir que dejé a Auster por irme con Davies. Cuando Auster me reclamó, le eché en cara que no podía esperar nada distinto dado la forma en la que nos habíamos conocido. Me fui, pero antes le di los datos de Mendoza, por si quería parchar o algo.

El divorcio con Mendoza sigue presente y esa impresión juvenil que tengo de su obra, ese juicio negativo de aquel entonces, me impide acceder al Mendoza posterior, al Mendoza de hoy, a un Mendoza posiblemente más maduro, menos juvenil, más centradito. He comentado mi disgusto infantil e infundado por Mendoza con algunas personas que a priori me habían parecido muy open mind, muy dispuestas a escuchar de todo y a empatizar. Error de lectura. Me odiaron. Se molestaron visiblemente y se ocuparon de hacérmelo saber públicamente, incluso con gente mirando. “Si dices eso de Mario es porque no lo has leído bien, te quedaste con esas primeras lecturas juveniles, lo leíste muy joven y nunca lo entendiste. Y uno solo puede hablar de lo que conoce completamente”. Y ahí debo admitir que tienen razón porque uso ese mismo argumento para defender al universo Marvel de académicos expertos en Bergman. Juzgan el cine de superhéroes, pero solo se han visto dos películas del género, y ninguna de ella es Soldado de invierno. Hacen eso, pero si uno dice que el cine de Bergman es aburrido habiendo visto solo una película, entonces van a decir que uno no vio la película adecuada y que solo puede juzgarlo después de conocerlo todo. Es lo mismo. Les doy la razón a los mendocistas porque su pataleta es razonable. Es posible que después de Scorpio City y de Relato de un asesino, puede que después de esas novelas tempranas Mendoza se haya vuelto un escritor buenísimo, que así como Michael Curtiz tenía la oportunidad de haber tantas películas para aprender el oficio, a punta de novelas juveniles Mendoza haya aprendido el oficio y tenga una obra despampanante y tales. Es posible, pero no tengo tiempo para comprobarlo. Prefiero acabarme la obra entera de Robertson Davies y la obra de John Updike y hasta reincidir en el Paul Auterismo leyendo esa vaina de 4321,, Prefiero eso que volver a tocar (aunque sea con guantes) un libro de Mario Mendoza. No porque no lo amerite, sino porque siento que Mendoza tampoco me necesita como lector y nunca me dejaría llamarlo “Mario”. Tiene una legión de seguidores que merecen sus textos y él se merece ese tipo de lectores. Todos ellos merecen llamarlo “Mario”. Yo no merezco llamarlo así, no es mi autor favorito y no se me quita nada admitir que es perfectamente posible que de una novela de Mendoza pueda salir una buena película.

7.

Mendoza estuvo recientemente en el evento/contenido de El Tiempo e IDARTES “El cine y yo”. Allí habló de 5 películas fundamentales que marcaron su vida. Los primeros quince minutos del video tienen problemas de sonido, pero igual se alcanza a entender. Mendoza mencionó dos Coppola, un Fincher, un Gus Van Sant y un Polanski. Y resulta cuando menos curioso que el Polanski que haya mencionado en esa charla haya sido El inquilino y no Chinatown, película de la que bebe claramente Los iniciados. Los iniciados básicamente se propone volver a hacer Chinatown: esto es, una película de cine negro usando el agua como principal motor de la corrupción política y del dominio de los poderosos. Y a pesar de que mm habla de los iniciados como una obra distópico, las alusiones a Chinatown son claras, especialmente en lo concerniente a la denuncia de la corrupción política y al agua como elemento central de todo el argumento. También está Augusto Pombo, el personaje de Jorge Cao ausente en los libros y escrito ex professo para la película. Cao interpreta a Augusto Pombo, una especie de Noah Cross: el patriarca maligno. Y lo hace bastante bien. Le sale una especie de John Huston caribeño con un poco de Logan Roy. Y aunque la película tiene varios problemas, podría decirse que todas las escenas relacionadas con Pombo/Cao están bien. Casi todas. Aunque Cao está impecable, las escenas con su hijo, sobretodo la del “Rey loco” solo funcionan cuando la cámara está sobre el actor veterano. El otro muchacho no tiene mucho que hacer. Parece que no estuviera ahí. Parece que poco antes de decir acción le hubieran dicho que Lady Masacre es un trans y que por ende él besó un trans minutos antes. Pareciera que estuviera pensando en eso y por eso no reacciona ni interactúa convincentemente con Cao. Aun así, hay notables aciertos visuales en la presentación del personaje y destreza en rodar a ese villano poderoso y maligno. Felipe Orozco resulta eficaz y muy acertado al tener claro el género en el que está narrando. Pareciera que su preocupación, más que innovar a nivel argumental, tiene que ver con ejercitarse en el género y durante el proceso crear dos o tres escenas icónicas para ese registro concreto. Algo similar sucedía en sus películas previas: los diálogos fallaban y habían problemas en el argumento, pero las imágenes de género estaban a la altura de las películas que las inspiraban. Y es tan así que el propio Orozco identifica una generación de cineastas llamados “de la ley de cine”; cineastas que hacen cine de género.

Al personaje de Cao, cuando se le ve de espaldas aproximándose a Frank Molina para su dialogo en la terraza, está rodeado con una elegancia que ilustra muy bien el poderó del personaje. Desafortunadamente venimos del “momento grabadora” y vamos para el momento “entonces no fue el alcande”, estamos entre dos momentos tétricos y por eso nos cuesta disfrutar el oro, que efectivamente lo hay en esta película. Las alusiones al Kurts de Brando también son claras y resultan eficaces. El final tipo The Dark Knight con esa época forzada de violin acelerado, no me parece que funcione para lo más mínimo, pero se les valora el intento.

Es curioso que Mendoza tenga conexión con dos títulos de Polanski El inquilino y Chinatown. Un tercer título de Polanski ayuda a explicar lo que podría y sería deseable que pasara con Mendoza. La novela puerta es una película basada en El Club Dumas de Arturo Pérez Reverte: un autor bestselleroso español, ex periodista, muy similar a Mendoza en varios aspectos de mera industria editorial. El adaptador es otro gran director español: Enrique Urbizu, maestro del cine negro español contemporáneo. Y entre la afilada adaptación de Urbizu y compañía con la elegante dirección de Polanski, ese mismo estilo de dirección que Sorogoyen toma como modelo, lograron hacer una muy buena película partiendo de un material popular. Posiblemente un cineasta colombiano que esté a la altura de Urbizu, podría escribir un buen guion aun partiendo de materiales de Mendoza.

Y en ese mismo minuto quince, muy sobre el final, se reveló que Mendoza no solo había estudiado con Campo elias, también estudio con Briggite Baptiste, pero mucho antes, en el colegio, incluso la conoció cuando todavía se llamaba Luis Guillermo. Y aunque no sé qué tan legal o ilegal o políticamente correcto sea mencionar el nombre antiguo de un trans, sí sé que leería con mucho interés una obra en la que Mendoza glose sus años con Briggite. Así como demostró gran habilidad y poderío narrativo para hacer la mejor parte de Satanás a partir de sus experiencias con Campo Elías, podría hacer algo similar con Briggite, sin necesidad de que tenga lugar una masacre, desde luego. A Mendoza se le da bien ese tipo de narración y es bastante probable que ya haya pensado en eso. Lo pensó, pero las dudas no lo dejan ejecutar el proyecto. ¿Es necesario esperar a que Briggitte cometa una masacre? ¿Es una masacre el soporte que permite garantizar el éxito de una anécdota bien narrada? ¿Si el personaje no cometió una masacre, aunque sea trans y brillante, no merece que se escriba sobre ella? Mendoza pasa horas pensando en eso y por eso no invierte tanto en los diálogos. Comprensible.

8.

Cuando se hace una película a partir de una obra literaria, el autor de la obra original puede ponerse en contra o a la defensiva, como sucedió con Anne Rice y Entrevista con el vampiro. Suele suceder que el autor se queja de la adaptación, se distancie o responda con cinismo diciendo que solo lo hizo por el dinero. También está el modelo del autor que se involucra en la producción, figura como productor ejecutivo e incluso asiste a algunas sesiones de rodaje, tanto así que lo actores están más pendientes de obtener la aprobación del autor que la del director. Y eso se vio en varias declaraciones y entrevistas. Están presentes los actores y las actrices y aunque Juan Felipe Orozco puede o no estar ausente así como los dos guionistas, da igual porque para eso está allí la figura tutelar de Mario Mendoza. Es un fenómeno que también experimentó Paul Auster cuando hizo Smoke y Frank Miller cuando hicieron Sin City: los actores quieren conocer al personaje y para esto se saltan la versión adaptada que compusieron los guionistas y que está tratando de componer el director; van directamente a la fuente primaria que es el demiurgo, el creador del personaje. En ese sentido, el autor del libro dirige tras bambalinas porque evidentemente los actores van a usar los consejos y la información que les dé, le van a pedir aprobación para cada decisión que tomen y en la medida en la que cuenten con su visto bueno, tendrá lugar un proceso de co-dirección. Mendoza co-dirige Los iniciados y en esa medida la responsabilidad de los diálogos deficientes sería suya. No se puede culpar a los adaptadores que, como lo dice Jorge Cao en varias declaraciones “respetan el universo original de Mendoza”. De hecho puede que Los iniciados sirva como ejemplo de adaptación fiel: trasladaron con fidelidad a la pantalla incluso lo malo. Mendoza ha declarado que le dio total libertad al guionista este y aunque este pudo usar esa libertad para escribir mejores diálogos, diálogos que respeten a los personajes, prefirió no hacer uso de esa libertad. Prefirió ser fiel y escribir malos diálogos, réplicas con las mismas carencias del original literario.

* Deivis Cortés Pulido es realizador y analista audiovisual, magíster en Escrituras Creativas, extra con parlamento en Con Ánimo de Ofender (serie web) y es crítico de cine en El Espectador.

Por Deivis Cortés * / Especial para El Espectador

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Dionisio(cvtsc)09 de agosto de 2023 - 04:53 p. m.
Qué ladrillo Sr Cortés. No soy mendocista, apenas un lector de EE y no entiendo cómo el editor del Magazine hace pasar una diatriba como crítica de una película. Le sobra 80% del texto y 100% de las risas grabadas. Al final, cual libro de Mendoza, nada del otro mundo.
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