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La Colombia de Daniel Ferreira

Uno de los autores de la literatura colombiana más destacados habló sobre su compromiso, su disciplina, su historia, su pueblo… su literatura. Sus palabras son una recomendación para esta #Filbo35Años.

María José Parra Cepeda
03 de mayo de 2023 - 12:00 a. m.
Daniel Ferreira se ha dedicado, a partir de sus libros, a hacer un recorrido por la historia de Colombia a través de sus personajes.
Daniel Ferreira se ha dedicado, a partir de sus libros, a hacer un recorrido por la historia de Colombia a través de sus personajes.
Foto: Cristian Garavito

“En un país con millones de desplazados, miles de muertos, miles de secuestrados, no hay forma de esclarecer el origen: cada hecho de violencia produjo otro”.

Daniel Ferreira sabe que escribir libros toma tiempo y que la vida de un escritor es solitaria. Dicen que es “mejor estar solo que mal acompañado”, aunque para Ferreira sea diferente. Para él, la soledad puede describirse en ocho palabras: “Una historia que le hará una perfecta compañía”. Por eso, Stanislaus Bhor, su seudónimo, es consciente de que debe escoger con cautela la historia en la que se sumergirá y tendrá que permanecer suspendido allí. Buscar de tiempo completo datos, hechos, relatos y recuerdos que no le pertenecen y que toma prestados para escribir.

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Está convencido de que “la literatura propone una nueva visión de algunos aspectos de la realidad”. Por eso, a través de las historias sobre personajes de ficción, que tienen distintos trabajos, creencias, visiones y opiniones -que algunas veces comparte y otras no, por supuesto- recrea hechos que han marcado la historia de violencia de Colombia, que en últimas, es la historia de su país.

Detrás del autor de la Pentalogía de Colombia hay un niño que recuerda con nostalgia los días que vivió en San Vicente de Chucurí y los días en los que su única preocupación era llegar tarde al colegio. Sin embargo, la guerra y la violencia, como dice entre tantas otras cosas Rodolfo Walsh, “ha salpicado las paredes y en las ventanas hay agujeros de balas”, y a Ferreira le es imposible hacerse el de la vista gorda e ignorar cómo el conflicto dejó estragos en la tierra que lo vio crecer hace 41 años y en otras regiones más que son hermanas en el dolor. Ante esto, es muy enfático y dice: “las historias no me pertenecen, pero no me son ajenas”.

¿Cómo era el San Vicente de Chucurí de esos primeros años de su vida? ¿Recuerda olores, imágenes, calles, etc.?

Era un pueblo de unos seis mil habitantes con una asimetría cubista, calles estrechas, pendientes de vértigo, andenes elevados, puentes colgantes, grandes casas con subterráneo, terraza y solar que lindaban con barrancos. Está rodeado de bosques, cerros y ríos en los que fui libre y feliz. Me criaron solo mujeres, que me transmitieron sus palabras, sus historias y su visión de la vida. He escrito sobre eso, pero con una perspectiva distinta: lejos del hogar. A veces sueño con una de esas casas en las que viví. Despierto con la sensación de que sigo allí y de que se me ha hecho tarde para ir al colegio y salgo a correr por los callejones para encontrar la puerta cerrada.

¿Cómo era el Daniel Ferreira de los 80? ¿Cómo es ahora?

Entonces era un niño un poco montaraz. Ahora ya traspasé el umbral a la zona de tránsito de la madurez creativa (eso espero).

¿Cómo llegó a la escritura? ¿Hubo alguien que lo inspiró?

Empecé a escribir para no ser leído: escritura privada, de diario. Primero asuntos cotidianos, notas, observaciones. Unos años después publiqué un cuento en un periódico y la gente que lo leía en el pueblo se enteró y empezó a tratarme como escritor. Encontré amigos que eran buenos lectores y las lecturas hicieron lo demás. Escribí durante 10 años hasta que fue publicado mi primer libro en México. Y ahora trato de escribir 500 palabras diarias. A veces son un poco más, a veces son un poco menos.

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¿Tiene libros que le recuerden su infancia? ¿Alguno es su preferido?

Recuerdo dos en particular: Los misterios de la India, de Emilio Salgari, y La llamada de lo salvaje, de Jack London. No he vuelto a leerlos, para que no dejen de gustarme.

En su casa no había libros, pero sí almanaques, ¿sigue en pie ser editor de alguno? ¿Por qué?

Los almanaques y los cuentos de calleja, que eran unos minicuentos en hojas amarillas encuadernados al caballete (grapados), los compraba mi mamá en Almacén El Tía del centro de Bucaramanga y los llevaba a casa con algunas revistas como Selecciones. Esas publicaciones ya solo tienen para mí un sentido sentimental. Pero no he renunciado al sueño de editar.

Entre tantos libros que ha leído, ¿nos podría recomendar tres?

Aprovecho para recomendar cuatro autores santandereanos: La otra raya del tigre, de Pedro Gómez Valderrama que es una novela que transcurre en Santander en la época de la quina. La cárcel, de Jesús Zárate que obtuvo el Premio Planeta. Catalina, de Elisa Mújica finalista del premio Esso y recientemente reeditada en Alfaguara. Aviones que se estrellan contra todo, de John Fredy Galindo quien acaba de ganar el premio Cote Lamus de poesía.

¿Por qué usa un pseudónimo? ¿Cuándo decide usarlo?

He usado como seudónimo un nick de internet que ya no tiene utilidad, porque está asociado a mi nombre. Era indispensable en los albores de internet para mantener desligados los datos personales de las actividades en la web. Hoy todos entregamos los datos gratis en redes sociales y cuando el sistema nos requiera no habrá piedra sobre piedra.

¿Por qué la guerra y violencia? ¿Por qué seguir escribiendo sobre ello?

En un país con millones de desplazados, miles de muertos, miles de secuestrados, no hay forma de esclarecer el origen: cada hecho de violencia produjo otro. El Estado colombiano, según el informe “¡Basta Ya!”, fue el principal actor de violaciones a los derechos humanos en el siglo XX. De modo que la violencia ha sido también una acción política, y parecería que fue política de Estado durante algunos gobiernos, como los de Ospina Pérez, Urdaneta, Valencia, Turbay, Barco y Uribe, pero con la violencia no se cambia un país. Solo en el siglo XXI se han dado pasos significativos para alcanzar la paz, y el Gobierno actual ha dado un paso importante hacia la “paz total” con las organizaciones armadas que faltan. Sobre la segunda cuestión, no veo cómo se puede escribir sobre Colombia sin dar cuenta de lo que ha sido la vida aquí.

¿Por qué cree que los jóvenes sienten la violencia y la guerra tan lejana y ajena? ¿Qué se puede hacer para que se acerquen y conozcan sobre este tema?

Sí, a quienes colaboraron con los actores armados y financiaron la guerra les cuesta reconocer su participación y han desconocido el conflicto y han saboteado el acuerdo de paz, ¿por qué gente joven desinformada habría de reconocer el conflicto? Pero desconozco lo que creen los jóvenes al respecto. De ser como planteas, lo sería por falta de información. Hoy contamos con una gran literatura y libros de no ficción, informes de memoria y de verdad, documentales, películas, testimonios. Hay muchas herramientas para informarse mejor.

Ha sido escritor desde muy joven. Desde su experiencia, ¿qué consejo les daría a quienes quieren empezar ese camino?

Si escribes todos los días, durante 20 años, tus escritos mejorarán.

¿Nota algún cambio, como escritor, entre el primer y último libro publicado?

La balada de los bandoleros baladíes tuvo un exceso adjetival y una gran velocidad narrativa, un libro de juventud. Recuerdos del río volador es un libro de madurez, con un lenguaje armonioso y con una velocidad adecuada a lo que se narra: la memoria de un desaparecido.

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¿Cómo se escribe una “Pentalogía de la violencia”? ¿Cómo fue este proceso?

No hay fórmula. Pensé que cinco era un buen número para tener un panorama de Colombia en un siglo. Cada novela tuvo retos impuestos por los personajes y los temas. Pensé que tardaría menos, pero eso nadie te lo puede advertir.

¿Qué sigue después de la “Pentalogía”?

Todo se me va pareciendo a Carta breve para un largo adiós, de Peter Handke: la mente nunca para. Pero las novelas ocupan un tiempo largo de la vida. Por eso hay que elegir cuál va a ser la historia que hará perfecta compañía en la vida del novelista, que es muy solitaria.

En el tema específico de la guerra en Colombia, ¿tiene un primer libro que lo inspiró para hablar sobre esa dolorosa realidad de tantas décadas?

Me inspira la que se ha enfrentado a la adversidad y a la injusticia, como Manuela Beltrán, quien dejó de existir hace poco, tras “otra denuncia estremecedora”.

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Por María José Parra Cepeda

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