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Paola Díaz: “El cine comunitario también puede ser entretenido”

La codirectora del laboratorio Historias a kilómetros, habló para El Espectador sobre la serie documental “Somos historias”: un recorrido audiovisual por las luchas y resistencias culturales en siete municipios de Colombia, contado por las comunidades más afectadas por el conflicto social y armado.

Diana Camila Eslava
26 de abril de 2024 - 12:00 p. m.
Paola Díaz estudió Artes Visuales y una especialización en Políticas Públicas para la Igualdad en América Latina y el Caribe.
Paola Díaz estudió Artes Visuales y una especialización en Políticas Públicas para la Igualdad en América Latina y el Caribe.
Foto: Cortesía

¿De qué se trata el proyecto Historias en kilómetros?

Historias en kilómetros es un laboratorio de cine comunitario donde realizamos formación, producción y difusión de estos contenidos. Aunque se originó antes y se fortaleció durante el período de la Comisión de la Verdad, su importancia va más allá de esta colaboración. Incluso ahora que la Comisión ha concluido su labor, Historias en kilómetros sigue adelante, extendiendo su impacto y alcance.

¿Cómo surgió la idea de crear la serie documental “Somos Historias”?

A lo largo del mandato de la Comisión, desde Historias a kilómetros proporcionamos capacitación y un laboratorio de formación en cine a distintas comunidades que culminaron en la entrega de valiosos materiales audiovisuales. Tras la finalización del mandato de la Comisión, siete productoras se unieron con HEC para crear esta serie destinada a ser parte del legado de la Comisión.

¿De qué se trata y cómo establecieron la conexión con las comunidades y la Comisión de la Verdad?

Historias en kilómetros se sumó con otras organizaciones de la sociedad civil que querían aportar al proceso que lideraba la Comisión de la Verdad. Lanzamos convocatorias para identificar colectivos de comunicación popular y los capacitamos para convertirlos en productoras de cine comunitario. Estos colectivos entregaron cortometrajes a la Comisión como contribución a la reconciliación. Nuestro objetivo fue el de destacar iniciativas de resistencia pacífica en comunidades afectadas por el conflicto social y la violencia armada.

¿Cuál ha sido el camino que la condujo a ser la co-directora de este laboratorio?

Después de graduarme en Artes Visuales, me sumergí en el mundo documental. En ese camino trabajé en Colciencias, en el Ministerio de Agricultura y la Unidad de restitución de tierras. Mi experiencia me llevó a observar la desconfianza de las comunidades hacia los documentalistas y periodistas, quienes a menudo las revictimizaban sin ofrecer un acompañamiento adecuado. Junto a Nicolás Cuellar, surgió la idea de Historias en kilómetros. Nuestro enfoque era hacer del proceso documental una experiencia comunitaria, creyendo en su capacidad para promover la dignificación, reconciliación y sanación de estas poblaciones.

¿Qué mensaje brinda a las comunidades cuando asegura que este es un trabajo que realmente vale la pena?

Una frase que siempre comparto en el primer taller, y que la digo desde mi corazón, es que aquí somos cómplices. Somos cómplices de una lucha, de unos objetivos, de un amor por nuestro territorio. La idea es cultivar la complicidad. Es decir, hacer cine entre amigos, entre compañeros, como parte de un proyecto compartido y en equipo.

Hilar un documental puede llegar a ser un verdadero reto: una cosa es el plan y otra el resultado…

Totalmente. Siempre hay anécdotas divertidas al respecto. En Historias a Kilómetros, nuestro principal objetivo es que todos los contenidos contribuyan a la construcción de la paz y la dignidad. Siguiendo esta línea, estamos abiertos a cualquier propuesta de las comunidades y de las productoras sobre lo que desean crear.

¿A qué hace referencia el trabajo de construcción de paz?

Estos trabajos aportan enseñanzas valiosas sobre las comunidades. Desde mi experiencia, he observado que existe una percepción predefinida de lo que significa ser víctima. Se esperan ciertos relatos mecánicos sobre sus experiencias, especialmente en el caso de las mujeres. Sin embargo, al conocer estas comunidades, descubrimos otros relatos donde la víctima no se limita a la tragedia, sino que también muestra fortaleza, resistencia y determinación por dignificarse.

¿Qué le deja un sin sabor de este trabajo?

Aunque es inspirador hablar de cine comunitario y de todos nuestros objetivos, a menudo nos enfrentamos a la dura verdad de que no se puede hablar ni hacer cine si las necesidades básicas no están cubiertas. Ver comunidades que todavía sufren el impacto de diversos grupos armados y que fueron abandonadas hace décadas por el Estado es un recordatorio contundente de esta realidad.

¿Qué mensaje quiere dejar en la retina de los lectores?

Que el cine comunitario también puede ser entretenido; no tiene por qué ser aburrido. Es una fuente de satisfacción, placer y conocimiento donde todos tenemos algo que enseñar y algo que aprender.

¿Y a usted qué la motiva a seguir trabajando en estos proyectos?

El amor por ver el resultado de estos lazos solidarios es lo que me mueve. Colombia es un país muy dividido, pero yo creo que son más las cosas que nos unen y lo que podemos crear juntos. El cine comunitario es una forma de crear empatía.

Diana Camila Eslava

Por Diana Camila Eslava

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador. Con experiencia en comunicación y gestión cultural, así como en consultoría empresarial en transformación digital. @CamilaEslava_deslava@elespectador.com

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