El Magazín Cultural

Las Travesías de Adriana Rosas

Las aguas bañan los pies de una mujer que observa en silencio el mar. Un mar de olas blancas, en una isla verde, donde una barquera —uno de los tantos personajes que componen Travesías (2018)— sostiene su arpón. Ella, al igual que Adriana Rosas, prefiere el mar por encima de la tierra, frase consignada en el título de uno de los poemas que forma parte de su nuevo libro.

César Mora Moreau
21 de mayo de 2018 - 08:45 p. m.
Portada del libro "Travesías", de la escritora bogotana Adriana Rosas / Cortesía
Portada del libro "Travesías", de la escritora bogotana Adriana Rosas / Cortesía

Las palmeras saben de mí

Ellas me han escuchado

Guardan mis secretos

Sostienen mi hamaca.

El mar adolorido, Adriana Rosas.

Cambiante como el mar, Rosas ha dejado de lado sus cabellos castaños que le llegaban a los hombros y ahora luce un corte mohicano que le otorga un aire rebelde como su alma de aventurera. Los viajes corren por sus venas y sus travesías la han llevado del cine a la literatura, de vuelta al mar y luego a la tierra.

Ya en su libro anterior, Brújula de los deseos (2016), Rosas hablaba de sus viajes. En Travesías la escritora sigue en esta línea, pero viaja más profundo, hacia el interior de su alma.

¿Cómo nació Travesías?

Surgió de forma espontánea, no fue algo premeditado. Varios poemas nacieron de mis idas a cine y al ver películas que me impactaban profundamente.

A veces, si iba acompañada a cine, no comentaba mis impresiones sobre la película sino que escribía el poema y después sí hablaba. Con Zama,de Lucrecia Martel, ni siquiera quise leer críticas sobre la película porque primero quería escribir el poema.

La parte de literatura también nació así. Algunas historias me conmovían pero no quería escribir un ensayo o un texto académico, sino un poema. Otros, los escribí durante los viajes y los tenía guardados en mis libretas.

Sobre Travesías, el poeta y actor Carlos Satizábal escribió que se trataba de un “canto al amor, a la rebeldía y a la experiencia vital de habitar poéticamente este mar, esta tierra”. Las palabras de Satizábal se ajustan muy bien a la experiencia de leer el libro, un poema en sí mismo en el que historias como Desperdigados Vittorio Emanuele son una prueba de la poderosa voz de Rosas, capaz de rememorar en los lectores aquellos lugares del pasado que ya no están y han dejado una profunda huella en nosotros.

¿Qué otras influencias reconoce en su poemario?

Travesías. Atravesar. Ir de un lado al otro. Estar en contacto con los otros, conmigo misma.

Después de impreso el libro, buscando en internet, encontré: Travesías, Alfredo Molano. Y me acordé del magnífico programa de televisión, que me llevaba por lugares rurales, a lo bello de la gente del campo en Colombia, a través de la luz maravillosa de Molano.

Nunca he olvidado una emisión en que él hablaba con una mujer del Pacífico que expresaba su alegría por vivir en ese lugar, tenía toda la comida que necesitaba al cultivarla detrás de su casa, y pescaba en el río que tenía enfrente.

Entonces, me di cuenta que inconscientemente había escogido ese título en honor a Molano y lo que me transmitió se ve reflejado de cierta manera en este libro de poesía.

Hablar, también, y con dolor, del cambio que se ha dado en el Pacífico, invadido por una violencia que entró por el Urabá y fue bajando. Manifiesto en el poema X500, película de Juan Andrés Arango. La belleza de sus gentes trastocada por una violencia impuesta, para luego contagiarlos.

En varios poemas se habla de la injusticia social, de los pesares que produce, de sus consecuencias, de las muertes que conlleva, como en La tierra y la sombra, de César Acevedo.

Creo que Molano fue uno de los detonantes en mí para crear conciencia, sentir a los otros, recorrer Colombia, apreciar los sabores dulces de la vida en el campo, y hasta llegar a añorarla. Sus travesías en mí, después vinieron acompañadas con la lectura de sus libros de crónicas y sus columnas en El Espectador.

Más tarde, descubrí que a través del cine también podía recorrer, y ahora especialmente con los jóvenes cineastas,  que artísticamente nos muestran el interior de las personas, la violencia en el campo que los ha destrozado, les ha quitado el camino escogido, y a la fuerza los ha  llevado a tomar otras travesías. Entre ellos están, además de los mencionados: William Vega, con La sirga; Ángela Osorio y Santiago Lozano, con La siembra.

Varias de las películas que dieron origen a los poemas, tienen esa carga de indagar por la equidad, la búsqueda interna de los seres humanos, al menos, de intentar encontrar el equilibrio interno, el equilibrio emocional. Trasladarse, salir e intentar encontrar en otro lugar, con otras personas lo perdido, lo que se procura alcanzar.

Ir en pos de una libertad ya sea política, como en Taxi, del cineasta iraní, Jafar Panahi. En una equidad como mujer en Turquía en Mustang, de la directora Deniz Gamze Ergüven. En la libertad interna, de la protagonista deAna, mon amour, del cineasta rumano Calin Peter Netzer.

Cada quien está en una travesía para encontrarse, para intentar probar diferentes caminos, ya sea el de su familia conflictiva como en Solo el fin del mundo, del canadiense Xavier Dolan. U otro camino al de las drogas y el alcohol que nos ofrece Thomas Vinterberg en Submarino.

¿Cómo se conecta Travesías con su libro anterior, también de viajes, Brújula de los deseos?

Hay una continuidad porque en algunos viajes escribía crónicas, entonces tomaba notas y en otras ocasiones no quería estar tan racional, pensando que el viaje tenía que ser para escribir. Pero durante los recorridos me iban saliendo poemas, esa sería la conexión que veo.

Ciudad de Panamá es un lugar que menciono en ambos libros y que tiene un gran significado para mí. De hecho, me pasó que cuando entré a la ciudad por primera vez me sentía emocionada por regresar, pero lo curioso es que yo nunca había estado antes”.

Y es que sus escritos conservan esa naturaleza nómada de la escritora. Además de retratar en ellos sus viajes y búsquedas personales, los cuentos, crónicas y artículos de la autora han aparecido en países como Colombia, Italia, Dinamarca, México.

¿Esa idea de escribir poemas a partir de películas fue algo natural o hubo un autor que la inspiró?

Fue algo natural. Al principio tenían un orden por fechas, pero luego cambió en la edición del libro.

La parte de poemas sobre el mar nació cuando estaba en Providencia leyendo El reino del caimito de Derek Walcott. Leer esos poemas en una hamaca frente al mar, me deslumbró.

¿Además de Molano y Walcott, qué otros autores o libros han influido en su formación como escritora?

En poesía admiro mucho y leo a Wislawa Zsymborska, su poética es sencilla, honesta, toca el alma, nos revela lo que somos como humanos en transición.  De Dylan Thomas me gusta cómo sabe mostrarnos en supuestas contradicciones que no lo son. Su poesía para mí son trazos sueltos que dejan al lector el juego, el completar. Lo no todo dado.

En mi formación como escritora ha habido varios, pero realmente, las que me han revelado parte de mis interioridades y formas de escritura alternativas han sido escritoras, como: Virginia Woolf, Albalucía Ángel, Marguerite Duras, Diamela Eltit, Elena Poniatowska, Angeles Mastretta.

¿Qué hay de la violencia que conlleva al desplazamiento forzado, un elemento que está presente en su literatura?

Este tipo de violencia en el país es algo que está muy marcado. Me ha conmocionado y me desconcierta que masivamente en Colombia se conozca muy poco sobre estos problemas. Muchos no saben que hay más de ocho millones de desplazados en los últimos años, no conocen el porcentaje de desaparecidos, y sus dolores. La situación del país es un círculo vicioso de violencia.

Ha habido una movida artística para dar a conocer todo estas problemáticas. Pero, siento que hay un desconocimiento que acarrea una insensibilidad. Preferiría que fuera en este orden, y no lo contrario, que de igual forma lo podría ser.

 ¿Cuál es su opinión sobre la participación de la mujeres en la literatura?

Las mujeres siempre han escrito. Ahora bien, qué tanto se las ha invisibilizado, olvidado, segregado…, es otro punto. Hay culturas que ya han superado estos puntos o han avanzado bastante en el camino para lograr una equidad. En Colombia todavía nos falta mirar con los mismos ojos una obra literaria ya sea que esté escrita por un hombre o mujer, publicarlas en la misma medida, estudiarlas, escribir sobre sus obras, reseñarlas, publicitarlas.

Colombia sí tiene escritoras, como lo demuestra el catálogo de colombiatieneescritoras.com. Y todavía están en proceso de añadirse muchas más”.

¿En su opinión cómo se define la buena literatura? o ¿Para usted qué es la buena literatura?

La buena o mala literatura tiene mucho de subjetividad, de mercadeo, de ‘si vende o no’, de lo que nos es impuesto como bueno o no, de la cultura que ha vuelto casi dioses a algunos escritores y a otros los ha puesto con cachos. Comparto lo de Roland Barthes, que lo importante es el goce del texto. Saltarnos la cultura, liberarnos de sus closets, corsés, y realmente rozar, tocar, leer una obra porque nos produce un goce que puede ser diferente para cada lector.

En mi opinión no existe buena o mala literatura, todo es relativo. Todo depende de la historia personal de cada lector, de su bagaje literario, de lecturas o escrituras. Lo que para mí podría ser terrible, para otra persona ha sido el libro de su vida. Permitirnos la libertad de escoger qué leer y cómo disfrutarlo es lo importante para mí.

Tal vez a James Joyce nunca le hubieran publicado por primera vez Ulises en Colombia. La hubieran considerado mala literatura, nada convencional, fragmentaria, experimental. Sin embargo, en París sí lo hicieron, supieron valorarla, y después en el mundo entero.

Otro tema recurrente en sus crónicas y poemas en el mar ¿qué representa para usted?

Para mí, el mar significa libertad, tranquilidad. Pero también están los cambios que tiene el mar. Entonces en algunos poemas se ve un mar tranquilo, que si lo enfurecen es capaz de hacer estragos.

Y puede ser un mar muy bello como el de Providencia o un mar muy sucio como el que está cerca de Barranquilla, todo porque nosotros lo hemos ido dañando con la contaminación.

Siento el mar como de las cosas más mágicas que hay, es como mirar al horizonte y no tener ningún punto de referencia, es como un estado de meditación. Bañarse en él, nadar, es habitar en otro mundo. Es otra gravedad. El cuerpo pesa menos. Se mueve diferente. Los pensamientos fluyen con una cierta liviandad. La relatividad entra en juego y somos más etéreos”.

Adriana Rosas es una escritora que no le teme a arriesgarse a estilos nuevos. Su cuento inédito Zumbidos es una prueba de ello. Actualmente está escribiendo una novela, y entre risas confiesa que no le gusta hablar de sus historias mientras está trabajando en ellas, como los pintores que mantenían en secreto sus obras de arte hasta que no estuvieran terminadas.

“Lo único que puedo decirte es que en ella abordo un tema que me gusta mucho, con una carga emotiva alta y que estoy escribiendo como realmente quiero. En un momento llegó a preocuparme cómo estaba escrita, pero es muy chévere porque esa es la forma en la que ha ido saliendo. Es una novela que se ha ido escribiendo motivada por búsquedas. Pienso que las búsquedas siempre me han habitado. Son mi motor para muchos proyectos. El descubrir. El maravillarme por lo que pueda ir encontrando.

Travesías, proyecto ganador del Portafolio de Estímulos para el Desarrollo Artístico y Cultural en el Distrito de Barranquilla, fue lanzado en la versión número 31 de la Feria Internacional del Libro de Bogotá y será presentado en La Cueva de Barranquilla el 10 de mayo.

 

 

Por César Mora Moreau

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