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Pedro Adrián Zuluaga: “Yo hago parte de la estirpe de estos enamorados de la obra de Fernando Molano”

En el marco de la Feria del Libro del Eje Cafetero, bajo el slogan Paisaje, café y libro, el columnista Pedro Adrián Zuluaga habló sobre el trabajo del escritor Fernando Molano Vargas.

Elbert Coes
28 de septiembre de 2020 - 08:52 p. m.
"Me acerqué a la obra de Fernando Molano como se acercaron muchos otros lectores de esos años: buscando respuestas, buscando un cierto reflejo", afirma Pedro Adrián Zuluaga.
"Me acerqué a la obra de Fernando Molano como se acercaron muchos otros lectores de esos años: buscando respuestas, buscando un cierto reflejo", afirma Pedro Adrián Zuluaga.
Foto: Archivo Particular

Con este breve preámbulo abro una conversación en la que sin duda quedan aspectos pendientes respecto de la literatura gay, homoerótica y homosexual —en caso de que sean distintas— y por supuesto del prócer que motiva esta entrevista, uno de los más importantes en las últimas década de la literatura colombiana.

¿Cómo se acerca y qué lo lleva a iniciar un trabajo de investigación con Fernando Molano?

Me acerqué a Fernando Molano en los años noventa cuando solo se había publicado Un beso de Dick, la primera novela, que premió la Cámara de Comercio de Medellín en 1992, y el poemario Todas mis cosas en tu bolsillo, publicado por la Universidad de Antioquia en 1997. En ese momento no solamente vivía en Medellín, sino que estudiaba en la Universidad de Antioquia, donde dirigía la revista Héctor Abad Faciolince, una persona clave en esta divulgación, pues hizo parte del jurado que premió Un beso de Dick.

Creo que por varias razones que tienen que ver con el lugar donde estaba, con mi propia situación como persona homosexual. Me acerqué a la obra de Fernando Molano como se acercaron muchos otros lectores de esos años: buscando respuestas, buscando un cierto reflejo, y mi lectura inicial fue una lectura muy vinculada con mi propia vida, mi propio proceso de autoafirmación o de autodescubrimiento. Con los años vine a leer su segunda novela, póstuma, Vista desde una acera, que publicó en 2012 Seix Barral, que completa el sentido de la obra de Fernando Molano como una obra vinculada a su propia vida. Digamos que son tres libros donde uno puede leer una trayectoria vital. En esa trayectoria vital de Molano, muchos también leímos la nuestra. Eso creo que ha hecho que el encuentro con esta literatura, para algunas personas, haya sido un asunto tan impactante, así como importante y transformador.

¿Y cómo emprendí una investigación biográfica de Fernando Molano? Tuvo que ver esta última fase de la investigación de la obra, que es cuando Planeta adquiere los derechos y empieza a reeditar uno a uno sus libros con nuevos prólogos. Justo en 2019 yo había leído como jurado una tesis de maestría de literatura de la Universidad Javeriana. Y me volví a encontrar con la obra de Molano. Empecé a publicar textos en redes sociales y quizá por eso Juan David Correa, editor de Planeta, me encargó el prólogo para la reedición de Un beso de Dick. Después de esa reedición, que presentamos en la feria del libro, en un evento muy conmovedor, porque fue en una franja que se llamó Nuestras novelas de culto, lleno de jóvenes, sobre todo muy agradecidos con la obra de Fernando Molano.

Unos meses después en Planeta surgió la idea de cerrar este ciclo de reediciones con un libro biográfico, trabajo que acabo de terminar y que será publicado en noviembre —Planeta ya ha confirmado también la reedición de Todas mis cosas en tus bolsillos, prologado por Carolina Sanín, y recientemente de Vista desde una acera, con un nuevo prólogo de Catalina Holguín—. El libro es un acercamiento a la vida y a la obra de Fernando Molano, a su lugar dentro de la literatura colombiana, a su relación con Bogotá, con los espacios de la capital. A su paso de un joven inocente, que es lo que uno ve en Un beso de Dick, hacia ese joven vehemente, pero también desencantado, en el narrador de Vista desde una cera, siempre preocupado por dar un lugar al amor.

El propio Fernando Molano lo decía: el sentido de una vida se resuelve en el amor, y creo que en eso hay una gran militancia, una voz muy poderosa. Creo que es ahí donde él se inscribe y desde el lugar que le gustaría ser leído, como un escritor de historias de amor. Solamente que estas tienen la particularidad de ser historias de amor entre hombres. En el caso de Vista desde una cera, es una historia muy compleja porque no solamente trata el amor por otro hombre, sino también el amor contradictorio por su familia y un amor muy contradictorio por su país. Trata de un reconocimiento de su situación en el mundo, que es eso que uno ve en ese narrador prematuramente maduro, al que las circunstancias, la enfermedad, la marginalidad, lo llevan a ser muy consciente, a ese narrador de Vista desde una acera.

¿Qué elementos cree que hacen de la obra de Fernando Molano una obra de culto?

Una obra de culto es una obra que tiene un cierto tipo de circulación, que se lee sin distancia, con una íntima cercanía. En este caso, el caso de Fernando Molano, la obra circuló de una manera muy relacionada a la vida de sus lectores, a través de gestos como pasarse fotocopias, pasarse PDF, imprimir ediciones piratas, lo cual tiene que ver con dos cosas: que las ediciones siempre fueron insuficientes y el propio tema: el amor homoerótico.

Aunque ya en los noventa el país se estuviera abriendo a la comprensión y aceptación del homoerotismo —en todo caso quedaban y quedan aún rezagos de homofobia—, esto pudo haber influido en el destino de la obra, que se convirtió en lo que llamaríamos una obra huérfana, en el sentido de que el autor muere, no tuvo hijos, no le sobrevivió una pareja, lo cual deja la obra en manos de la familia. Y los patrimonios literarios familiares, cuando se mezclan con asuntos espinosos como la homosexualidad, el SIDA, la muerte por SIDA, resultan difíciles de tramitar.

Esta mezcla del amor entre hombres, y eso en manos de una familia no muy preparada para enfrentarse al tema, dio como resultado una obra que no se divulgó con toda la amplitud y el potencial que tenía. Además, con la circunstancia añadida de que en 1998 Fernando Molano deja una novela inédita, producto de un premio de Colcultura, de una Beca, que alcanza a entregar antes de morirse, y la obra permanece incógnita hasta que en la primera década de este siglo su amiga Ana Cox la encuentra en la biblioteca Luis Ángel Arango. Esto hace que por primera vez se edite Vista desde una acera.

Es una serie de circunstancias, de una vida marcada por la precariedad, pues finalmente él no logra organizar de una manera clara su legado. A Fernando Molano le preocupaba mucho su legado literario, pero estaba muy inseguro del valor de la obra que había escrito. Él, por ejemplo, ya muy consciente de que se iba a morir, entrega un manuscrito de los poemas a la biblioteca Luis Ángel Arango; entrega también el manuscrito de Vista desde una cera, claramente porque era un compromiso, pero en sí no logra organizar bien su propio legado. Según el hermano, Fernando encriptó el computador en el que estaba el archivo de Vista desde una cera con unas claves que nadie logró descifrar, en esta computadora a la que nadie pudo acceder.

Más que de la homosexual o gay, hablemos de la militancia sobre los marginados, sobre el amor.

Fernando Molano se resistía mucho, y lo dijo en algunos momentos; no quería ser leído como un escritor gay. No sé si recuerda que en Un beso de Dick el narrador está imaginando hacer una película. En unos diálogos con su tía, ella le sugiere que la película sea de amor entre dos hombres, a lo que él responde que esta sería vista como una historia de maricas. Él tenía mucha resistencia a ser atrapado en un gueto y quería darle un sentido universal al amor entre hombres, no como un asunto de algo que se tuviera que leer como una militancia. Lo que pasa es que mi lectura es muy distinta, y un autor no controla las lecturas que se hacen de su obra, pero es verdad que los primeros y más entusiastas lectores homosexuales sí la leímos desde una militancia, sí encontramos ahí unas respuesta a nuestra propia situación existencial.

Por otro lado, hay otro tipo de militancias. Primero, darle a una pareja la posibilidad de expresarse en los códigos culturales del erotismo, de pensar su relación en el marco del mito central de la sociedad y la cultura, que es el mito del amor romántico, una pequeña revolución. Es decir, darle a una pareja de hombres un vocabulario erótico y la posibilidad de la espera, la seducción y la ternura, ya es muy militante, porque hasta ahora el amor homosexual ha ocurrido en cierta medida un poco de espaldas a esos códigos. Ha sido vivido en la oscuridad, en el silencio, en la ausencia de signos, en las catacumbas, así que brindarle ese vocabulario erótico es poderosísimo como reivindicación de la posibilidad a ese amor.

Fernando Molano no tiene una militancia propiamente política, en términos de una identidad homosexual. Sí está cuestionando radicalmente a la sociedad en su conjunto, está cuestionando la homofobia y la erotofobia, la fobia al erotismo de toda la sociedad, y sobre todo a algunas de sus instituciones: la escuela, los partidos políticos, a los que el propio Fernando intentó acercarse, pero donde encontró que todos ellos estaban regidos por un miedo al cuerpo, y que siempre iban a vigilar el cuerpo, a controlarlo. Su obra, si se quiere, es un canto, una suerte de la inocencia del placer, y a que nuestra verdad más profunda como seres humanos no solamente es el amor, sino también el placer erótico, a encontrar en ese placer erótico una suerte de trascendencia.

Esto también aunado a su interés por contar las historias de los olvidados, de los que se mueren y de su propia clase social. No sabría si es una clase popular o una clase media, porque la clase social de Fernando es bastante porosa. Es una familia que tiene momentos de muchísima precariedad material, otros en que algún negocio sale bien y esto les da a veces cierta tranquilidad económica. Pero siempre desde una tremenda inestabilidad. En este caso contar una obra que se narra desde esa clase social, sin ninguna condescendencia con ello, porque aquí no hay un canto a las virtudes heroicas de la pobreza; desde esa situación hay sí una crítica de la moral de su propia clase social.

Creo que lo que finalmente hacía todo el tiempo Fernando Molano era una crítica a la moral. En un texto sobre una novela de Roberto Burgos Cantor escribió que toda revolución de orden social tenía que pasar primero por una revolución moral. Él se enfrenta a su propia clase social, no para llevar un canto de heroísmo sino para criticar su moral y al mismo tiempo para contar esas historias de los humillados y ofendidos, que es lo que ya como programa literario tiene muy claro en Un beso de Dick y que va reafirmar en Vista desde una acera. Fernando dice que cuando leyó el episodio Un beso de Dick en la novela de Charles Dickens, la historia que le interesó fue la del amigo que se moría esperando; dice que si él fuera Tolstoi, contaría la historia de Dick y no la de Oliver Twist.

Ahí se conjugan una serie de militancias muy poderosas que hacen de Fernando Molano no solamente un escritor gay. Hace parte de una tradición homoerótica, pero que rompe desde adentro. Porque lo que uno encuentra en esa tradición, que cuenta con novelas como la de Félix Ángel, Te quiero mucho, poquito, nada; o la de El fuego secreto de Fernando Vallejo, o las poesías de Barba Jacob y de Raúl Gómez Jattin, Molano lo transforma en el sentido de que esta era una literatura signada por una suerte de malditismo del amor homosexual, signado por la culpa. Uno lee por ejemplo los poemas de Bernardo Arias Trujillo y de Barba Jacob y en ellos se encuentra que están reaccionando a la tradición del amor por los muchachos visto como una suerte de tensión entre inocencia y caída, de mancillar la inocencia del joven.

Fernando Molano, en cambio, libera las potencias de lo erótico. Hay una escena muy particular en Un beso de Dick, en el momento en que Leonardo y Felipe hacen el amor, donde ponen como testigo a Dios de ese encuentro y son absueltos por Él. Este erotismo está muy cercano al modo en que entendía lo erótico un Octavio Paz en sus libros de ensayo o un Jorge Gaitán Durán, no como una caída ni como un acto de las tinieblas, sino como algo complejo que abarca a dos personas y que las conmueve profundamente, pero que las trasciende.

¿Qué mecanismos se pueden usar para que esta literatura llegue más a un público heterosexual?

Ya está llegando. Creo que las reediciones han tenido ese primer efecto: han universalizado la obra de Fernando Molano y han permitido que un público heterosexual se identifique con ella, vea ahí su propio espejo, su deseo, su erotismo. Eso inevitablemente va a pasar, está pasando. En ello también va a contribuir el futuro de la obra de Fernando Molano, que creo que es inmenso. La obra fue traducida al inglés en 2005 y ha habido al menos cuatro adaptaciones teatrales; tres de Un beso de Dick y una de un poema. Así que lo que se viene no son solo traducciones a otras lenguas, sino también a otros lenguajes. Es una obra en mora de ser adaptada, por ejemplo, al cine. Un beso de Dick tiene unos diálogos espléndidos. Fernando Molano estudió cine y como un hombre de finales del siglo XX, donde predominaba el lenguaje audiovisual, también quería hacer películas. El cine en una novela como Un beso de Dick es importante como estructurador de cierto modelo narrativo.

Usted se identifica con Fernando Molano en el tema del cine, ¿en qué otras áreas se siente afín a él?

Fernando era una especie de genio. Como uno de los escritores más importantes de Colombia en las últimas décadas, resulta esencial para entender la literatura regional bogotana, para entender su lenguaje, los espacios, la ciudad. Era una figura muy singular porque no solamente escribía, sino que dibujaba, pintaba al carboncillo, tenía habilidad con las manos, era mecánico, así que creo que fue un genio en muchos sentidos. No me gusta pensar que murió muy temprano porque creo que la trascendencia de una obra no depende de que un autor viva mucho, tampoco tiene sentido pensar en qué más pudo haber hecho si hubiera vivido más tiempo.

Andrés Caicedo, por ejemplo, creó durante diez años y dejó una marca permanente en la literatura colombiana. Fernando Molano escribió más o menos durante quince años, si tenemos en cuenta su primer cuento, La boca, premiado por Proartes en 1987. En esos quince años logró una obra sólida y que ha tocado profundamente a una generación, incluso a dos generaciones de lectores, que tienen mucho futuro. Es una obra que hace justicia poética a la precariedad de la vida del propio autor.

¿Qué perspectivas encuentra en Fernando Molano de la masturbación gay o del propio cuerpo como forma de autodescubrimiento?

En Vista desde una acera hay unos momentos magníficos en que el propio Fernando se describe a sí mismo como su propio objeto erótico. Cuando hablo de la luminosidad de su erotismo, no es solo un erotismo simple, sino que incluía las sombras, lo autodestructivo, lo tanático. Él era muy consciente de que en la sexualidad también están implicadas esas fuerzas, y sobre todo era muy sincero en revelar la naturaleza contradictoria de su propio deseo. Ya que me pregunta por masturbación, en Vista desde una cera hay un momento donde él habla, no precisamente en estos términos, sino desde el descubrimiento del deseo a través del deseo por su propio cuerpo, de tocarse y verse a sí mismo como el primero objeto erótico. Tiene que ver también con algo que se ha afirmado y se ha dicho mucho sobre el narcisismo gay, el mito de Narciso como parte de la naturaleza de la homosexualidad.

Es lo que podría decir al respecto, pero las respuestas están en la propia obra, especialmente en Vista desde una acera, donde hay toda una génesis del deseo, desde lo privado, desde el propio cuarto, del «cuarto de los niños» lo llama él, que es el lugar donde los niños juegan, digámoslo así, a descubrir su sexualidad. Él tiene una gran nostalgia de ese momento de descubrimiento y es como si toda su vida fuera un intento por recuperar ese momento inicial de asombro ante el placer y ante el propio cuerpo.

¿Cómo saber si la obra de Fernando Molano ha mejorado la empatía en las personas heterosexuales?

Eso no se puede medir estadísticamente. Se puede medir haciendo una sociología de la recepción. La obra de Fernando Molano tiene una dirección testimonial, sobre todo Vista desde una acera, que es una novela que narra una vida afectada por esa enfermedad que es el VIH, pero no solamente quedándose ahí, sino también yendo hacia atrás en su propia vida y la vida de su pareja. Es que cuando se habla de literatura testimonial, pareciera implicar algo despectivo, como una subliteratura, y eso hay que replantearlo. Lo que me encontré en la realización del ensayo biográfico sobre Fernando Molano fueron muchos testimonios de momentos, en lugares, en blogs, en canales de YouTube, de lo que les pasó leyendo la obra. La mayoría de esos testimonios han sido de lectores homosexuales. Habría que esperar que salgan los testimonios de lectores no homosexuales para ver en qué medida la obra de Molano ha favorecido la empatía y el autorreconocimiento, en el sentido de que ahí también se identifiquen las personas no homosexuales.

¿Por qué cree que se ha escrito más literatura homosexual desde la perspectiva del hombre que desde la mujer? ¿Por qué hay menos autoras escribiendo sobre esto?

Las voces femeninas han sido, si se quiere, marginalizadas. Eso también ha arrastrado a la literatura homoerótica lésbica, pero es algo que está efectivamente cambiando con la emergencia de unas voces muy fuertes, y el descubrimiento de voces que habían quedado en las sombras por esa tradición un poco masculina y, llamémosla, heteropatriarcal. Son procesos históricos. No solo de paciencia, sino que hay que buscar espacios de paridad y de equidad.

¿Por qué un escritor antioqueño decide estudiar a Fernando Molano en lugar de, por ejemplo, a un Fernando Vallejo?

Es una pregunta muy curiosa, porque finalmente la divulgación de la obra de Fernando Molano es inentendible sin la participación de Medellín, o sin la participación de personajes antioqueños. En Medellín se premió su primera novela, se editó Todas mis cosas en tus bolsillos. El primero montaje teatral de Un beso de Dick surgió también en la Universidad de Antioquia, interpretada por este grupo dirigido por José Fernando Velásquez. El montaje posterior de Un beso de Dick y el montaje posterior de un poema llamado Morir de amor también lo realizaron actores y dramaturgos antioqueños: Daniel Galeano, de Barranca Teatro, y Jorge Hugo Marín, de La Maldita Vanidad. Los editores de las segunda, tercera y cuarta edición de Un beso de Dick, de proyecto Editorial Babilonia, también son antioqueños: Santiago Tobón y Esteban Hincapié. David Jiménez, el gran amigo y maestro de Fernando Molano, quien fue finalmente el editor de Vista desde una acera, también es antioqueño. Verónica Londoño, la editora de Planeta que en su momento convence a la familia y logra que se aclaren los derechos y quien estuvo al frente de la edición de esta novela, también es antioqueña.

Resulta curioso cómo una obra bogotana ha sido tan protegida y cuidada por antioqueños, y sin duda yo hago parte de la estirpe de estos enamorados de la obra de Fernando Molano. A pesar de ser vista como una sociedad conservadora, el movimiento LGBTIQ+ de Colombia, las luchas por los derechos civiles de esa población, es inentendible sin lo que ha significado la participación antioqueña. Muchos pioneros del movimiento fueron de este departamento, incluida la Antioquia grande: Caldas, Risaralda, Quindío, pensando en León Zuleta, Fernando Vallejo, Bernardo Arias Trujillo, Jota Restrepo.

Hablemos de Hugo, el alter ego de Diego. Hablemos de Diego como la musa.

Es un personaje del que se sabe muy poco. Se sabe que lo más probable es que su nombre fuera Hugo Molina, porque así aparece en las listas de la universidad. Creo que es el gran ausente y el detonante de la obra de Fernando Molano. Hugo aparece al comienzo de Un beso de Dick como un niño que se muere, el niño entorno a cuya ausencia crece el amor de los protagonistas de la novela. A Diego está dedicado el poemario Todas mis cosas en tus bolsillos. Diego es indudablemente el Adrián de Vista desde una acera. La obra entera de Molano, como diría un amigo, Mario Henao, es el intento de restituir una ausencia, y eso la hace una obra marcada por el anhelo, del erotismo como plenitud; es un deseo de plenitud que nunca se llena, y Diego viene a representar en la obra de Molano esa unidad y esa plenitud.

Sabemos que Fernando Molano leyó a Kafka, a Dostoievski, a Proust, pero ¿de dónde cree que saca valor para expresar su amor y su homosexualidad? ¿Cuáles son las influencias literarias de su estructura?

Él mismo reconoció que su gran influencia, en el caso de Un beso de Dick, fue Salinger, autor de El guardián entre el centeno, que Molano leyó con el título de El cazador oculto. Incluso le dice a David Jiménez que la voz coloquial, cercana, adolescente, se terminó de redondear cuando leyó El guardián entre el centeno, y dice además que hay dos o tres frases en Un beso de Dick que son robadas de la novela de Salinger. En sus notas, David Jiménez hace una especie de genealogía cultural de lo que leyó Molano, muchas veces a instancias suyas como profesor: habla de Flaubert, de Tolstoi, Joyce, Camus, Sartre, Roth.

Diría que también leyó mucho la literatura infantil, y que además también la intentó escribir. Se ha descubierto recientemente que escribió una cartilla de comprensión de lectura, donde escribe pequeños cuentos muy cercanos a un público lector infantil y adolescente. No he encontrado mención por ejemplo de Manuel Puig, cosas como El beso de la mujer araña, pero uno siente en las novelas una incorporación de la cultura popular, de la música, el baile, estructurando el autorreconocimiento de los personajes.

¿Cómo ve la posibilidad de que se lleve una de estas novelas al cine?

Entiendo que, según el hermano, hubo una aproximación de un productor para adaptar Un beso de Dick, que no se logró porque el asunto de los derechos de autor permaneció durante mucho tiempo en una zona gris. Hay una historia de que a partir de una idea de Fernando Molano se produjo un cortometraje en la escuela de cine de la Universidad Nacional, en los tiempos en los que él estudiaba. En este momento hay dos documentales: uno es Todas las cosas y ninguna, de Miguel Gallego, sobre Fernando Molano a partir de dos lectores que ofrecen testimonio sobre su obra; y hay otro que está en producción, creo que se llama Mi amigo Fernando Molano, de Daniel Beltrán, egresado de Cine de la Universidad Central, que proyecta el punto de vista de Ana Cox, la amiga de Molano que encontró el manuscrito en la biblioteca Luis Ángel Arango.

Por Elbert Coes

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