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Reseña: El árbol rojo, una historia bien contada

Gustavo Castaño y Santiago Garcés Moncada, especial para El Espectador
19 de abril de 2022 - 10:13 p. m.
Con el personaje Esperanza se muestra la integración entre protagonista y director en la película El árbol rojo.
Con el personaje Esperanza se muestra la integración entre protagonista y director en la película El árbol rojo.
Foto: Cortesía El árbol rojo

Joan Gómez es un tipo terco, un tipo agradablemente terco. A base de persistencia este director bogotano fue construyendo su primer proyecto cinematográfico, lo cimentó en espacios que, en versiones anteriores, abría el Festival de Cine de Cartagena en su apartado ”Cine en construcción”; por eso se le veía como en su casa cuando en la reciente versión del FICCI estrenó para Colombia su ópera prima “El árbol rojo”.

Fue sorprendente ver que, a pesar de que en el teatro Adolfo Mejía se fuera el fluido eléctrico en la mitad de la proyección, nadie se movió de la silla y el público permaneció impasible esperando a que volviera la electricidad para continuar con la película; pasaron así más de 20 minutos de espera ante los 94 que dura la narración de esta historia, y tanto espectadores como crítica especializada no se quisieron perder el punto final del desarrollo de esta trama. Lo que agarra al espectador es la historia, que está linealmente bien contada; por eso, el hecho de que algunos de los personajes principales sean representados por actores naturales, con o sin ninguna experiencia en el séptimo arte, se hace irrelevante ante la calidad del resultado que se nos muestra en la pantalla grande.

Hay cosas que son fundamentales en el tratamiento de esta historia: Una gaita que les da vida propia a los protagonistas, una niña (Shaday Velásquez) que arrastra con su actuación la atención del público hasta el final, un hombre (Eliécer) que cambia su soledad abruptamente ante la presencia de una media hermana que desconocía y que llega para cambiarle la vida, un joven boxeador frustrado (Jhoyner Salgado) que estremece a todos con sus diálogos sacados de un guion bien estructurado.

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Esta película es de veras demasiado sencilla, pero logra cosas dentro del cine colombiano que otras no pueden, y es que esta historia nos muestra cómo su idea principal para ser contada necesita de una larga carretera que nos lleva desde el trópico hasta Bogotá, viaje que el director no solo aprovecha para mostrar paisajes, sino que deja el momento detenido como queriendo aclarar que esos paisajes y la carretera misma hacen parte de sus personajes. Pueblos y panorámicas abordan al trío de trashumantes que buscan reencontrarse con la madre de la niña en la urbe bogotana; el director nos crea y nos recrea con la mirada de su cámara, enfocada en detalles mínimos, el final no calculado por ningún espectador.

Este proyecto es sencillo, pero no pretencioso; el aplauso efusivo con todo el público de pie equivaldría sin duda alguna al premio Catalina de Oro, que antes se entregaba a la mejor película colombiana del momento, pero que ahora se vuelve más simbólico, máxime, como se dijo, cuando es un proyecto que ha crecido dentro del mismo festival.


Entrevista al director, Joan Gómez

“Víctor Gaviria, desde sus historias y su trabajo como director se hace referente para mí”

Joan Gómez

Hablando con Joan Gómez, director de la película " El árbol rojo”, pudimos enterarnos del trasfondo desarrollado a lo largo de su producción cinematográfica y de las múltiples luchas que se libraron para poder llegar al punto de presentar su trabajo en la pantalla grande de algunos de los festivales de mayor renombre en el mundo, dando como resultado la siguiente entrevista en torno a su ópera prima y al cine en general:

¿Cuál es el origen de esta historia?

Esta película toma como ejes principales dos fuentes temáticas que al mezclarse han dado origen a la trama desarrollada a lo largo de cada escena. El primero de estos ejes tiene que ver con un tema que he venido trabajando desde diferentes espacios en mi carrera profesional: la relación entre padres e hijos como un reflejo de las relaciones filiales y disfuncionales en la familia, aspectos que son para mí algo interesante de analizar como parte de los conflictos humanos; por otro lado pude encontrar inspiración en el universo de la gaita y del Caribe colombiano, los cuales desde chico me han interesado demasiado. Al principio quise hacer un documental con la vieja generación de los gaiteros de San Jacinto, pero tristemente varios de ellos ya han fallecido. De hecho, el nombre del personaje Eliécer en la película es dado en homenaje al maestro gaitero Eliécer Meléndez Leones, que falleció en el año 2010. Con esa intención de registro audiovisual viajamos a San Jacinto y comenzamos a investigarlos durante un tiempo, pero aunque el documental finalmente nunca se realizó, todo lo que aprendimos allí nos sirvió de materia prima para la creación de la trama de la película, la cual de alguna manera rescata la tradición gaitera que en primera instancia quería plasmar en el documental. Y es que resulta muy interesante cómo la gaita se concibe como un instrumento de tradición oral que no se escribe sino que se enseña de generación en generación, dando paso en la mayoría de los casos a que esta transmisión cultural se dé de padres a hijos, lo cual va muy acorde a la primera línea de la película sobre esas relaciones entre familiares y sobre esa intención de contar un conflicto entre ellos, alimentado por ese universo musical que se va vertiendo en la película para nutrir las otras fuentes.

¿Por qué motivo se ha incluido un elemento deportivo en la película?

Durante mucho tiempo fui deportista de alto rendimiento. Antes de dedicarme al cine de lleno practicaba constantemente el triatlón a la par que estudiaba. Pienso que por eso hay en mí un gusto por el deporte y al querer introducir ese gusto en la película se nos abrió el panorama de pensar en los deportes más representativos de la región Caribe, encontrándolos principalmente en el fútbol, el béisbol y el boxeo. Al final nos decidimos por este último para metaforizar la realidad caribeña de esos jóvenes que buscan salir adelante con el boxeo, abriéndose camino a “trompadas”, como dicen ellos, y reflejando una dualidad entre la violencia de este deporte y la inocencia e ingenuidad del personaje Toño, un muchacho lleno de esa energía de la inmadurez, que busca un mejor futuro construido a golpes. Por eso es que depositamos en este personaje ese sueño de ser boxeador. Más allá de eso, Toño tiene como misión acompañar la historia sin eclipsar la relación entre Eliécer y su media hermana, Esperanza; por eso es que su finalidad nunca fue pensada para acompañar a los demás personajes hasta el último tramo de la grabación; fuimos desarrollándolo sin darle un papel que pudiera desvirtuar ese hilo conductor y esa intención que teníamos. Esto resultó ser para nosotros una búsqueda exigente, que fue construyéndose en el camino hasta dar con la manera más limpia en que pudiéramos emplear al personaje de Toño para cumplir con su función y lograr sacarlo de foco en el momento que, a nuestro juicio, fue el más pertinente. Esto nos permitió hacerlo salir de escena de una forma bien lograda, evitando así que llegara al final donde su presencia hubiera hecho ruido y quizás hubiera entorpecido la belleza de los hechos sucedidos entre Eliécer y la pequeña Esperanza.

¿Cómo fue para ustedes el hecho de trabajar tanto con actores profesionales como no actores o actores naturales en esta película?

Siento que estábamos abiertos desde el comienzo a la posibilidad de que llegaran a converger a nuestro proyecto todos estos universos que conforman la amalgama del mundo de la actuación, desde un actor de oficio a nivel de teatro a un actor reconocido o un “no actor” que fuese a representar parte de la película desde su actuar particular. Ya en el trabajo nos dimos cuenta de que a Eliécer no lo encontrábamos por más que lo buscáramos entre los candidatos “no actores” que se presentaron para el papel. Esto debido a que en la caracterización del personaje había ciertas sutilezas y ciertos aspectos muy finos de actuación que exigían un nivel técnico, lo que nos llevó a considerar dejar el papel de este personaje en manos de un actor profesional, dándonos la oportunidad de recibir lo bueno de las tres vertientes o líneas de trabajo de la actuación así como las dificultades que esto representa a la hora de grabar. El actor profesional personificó a Eliécer, el actor que no había hecho cine pero tenía experiencia en el teatro hizo el papel de Toño y la pequeña que hizo el papel de Esperanza no tenía ninguna experiencia; esto no nos abrumó debido a nuestro conocimiento de antemano de que los niños normalmente no se preparan para ser actores, dependía de nosotros brindarle esa preparación. Lo mismo sucede con los otros personajes que no son actores y que interpretaron algún papel en la película como por ejemplo los músicos y otros integrantes, algunos con algo de experiencia teatral y otros con toda la disposición para aprender. Así fuimos negociando cada parte y desarrollándola a su manera, lo que nos exigió definir un lenguaje común para poder entendernos a la hora de grabar, pues normalmente con los actores profesionales se usa un lenguaje muy técnico y queríamos que todos pudiéramos comunicarnos entre nosotros. Lo cual nos llevó a pensar el cine y la forma en que lo desarrollamos en esta película, llegando a trabajar de una manera muy clara, donde gracias a los entrenadores de los actores pudimos unificar un lenguaje para todos.

¿Qué tal ha sido la acogida de la película en los festivales de cine del mundo donde ha tenido la oportunidad de ser invitado?

Este camino inicialmente fue bastante complicado ya que la película tiene una estructura clásica, lo cual en algunos casos se convirtió en una dificultad para ser aceptada por varios festivales que se ceñían bajo ciertos estatutos demasiado específicos. Pero desde una visión global puedo decir que esta experiencia ha sido maravillosa, a pesar de que tuvimos un momento de incertidumbre cuando comenzamos a enviarla a los festivales, debido a que en medio del proceso comenzó la pandemia y muchos de estos migraron a lo online o se cancelaron temporalmente. Eso fue algo muy frustrante para nosotros pero seguimos con la meta de lograr hacer el estreno en algún festival tipo A, con bastante prestigio y renombre en el cine del mundo y lo logramos; por eso ahora nos sentimos muy contentos de haber arrancado hace algunos meses en este recorrido que emprendió la película con nuestra participación en el Tallinn Black Nigths Film Festival en Estonia en su sección de óperas primas. Esta oportunidad nos hizo pensar que todo camino destinado a nosotros nos llega a su debido tiempo: “lo que es pa’ uno es pa’ uno y no puede ser de otro”. Así pasó con este festival que nos llegó en un momento donde ya la pandemia había mermado un poco sus estragos haciendo de la presencialidad algo posible en un festival perfecto para nosotros, dado que al presentar en cuatro espacios distintos un total de 20 películas por sala durante todo el festival, este obtuvo una gran magnitud como evento, perfecta para acceder a una difusión amplia que nos dio a conocer y que se potenció por el amor que el festival demostró por las películas.

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También pudimos llegar a la India con nuestra participación en el Festival Internacional de Cine de la India, Goa, siendo seleccionados para participar en su sección World Panorama, donde recibimos buenas críticas y nos sorprendimos de que la parte sensible de la película pudiera ser tan acogida por una cultura tan lejana en distancia y costumbres de la nuestra. Cartagena era un lugar idóneo para estrenar la película en Colombia y en Latinoamérica. Era como volver a casa, ya que esta película se da en un contexto del Caribe y poder presentarla en un lugar tan importante para nosotros como lo es el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias fue algo mágico. Allí tuvimos gran acogida. Gracias a Felipe Aljure y al comité organizador pudimos lograr tener un lugar en la programación oficial del festival realizado en el mes de marzo hace apenas unas semanas; de ahí partimos para el Festival de Cine de Toulouse con el actor que personificó a Toño, logrando cautivar desde su hermosa reflexión hablada al público y a la crítica, que junto a la calidad de la película nos hizo merecedores de dos premios, motivándonos así a seguir en esta gira que viene teniendo la película en diferentes festivales. En la agenda inmediata tenemos un viaje a Estados Unidos con Carlos Vergara, el actor de Eliécer, para participar en tres festivales: el primero es el Festival Internacional de Cine de Seattle, donde estamos compitiendo en la categoría Iberoamericana; luego iremos al Chicago Latino Film Festival, y para terminar asistiremos al Festival de Cine Colombiano de New York. Aún estamos conversando con distintas entidades para continuar nuestro itinerario teniendo para septiembre una propuesta tentativa para llevar la película a Argentina.

Para terminar, cuéntenos ¿de qué director de cine colombiano ha nutrido su carrera en el cine?

Aunque guardo bastante distancia en la temática y la forma de narrar que tiene Víctor Gaviria, puedo decir que lo admiro demasiado, principalmente por su sello actoral y su forma de contar las cosas. Si hay un director admirable, con una carrera sólida a pesar de que sus películas se demoran mucho tiempo en realizarse, es Víctor Gaviria, quien desde sus historias y su trabajo como director se hace referente para mí. También me gustaría resaltar que en la nueva generación de directores colombianos podemos encontrar gente muy talentosa y visionaria como por ejemplo Iván Gaona, uno de los muchos directores que a mi parecer son muy talentosos y que uno va viendo cómo construyen paso a paso este nuevo momento de la cinematografía colombiana.

Por Gustavo Castaño y Santiago Garcés Moncada, especial para El Espectador

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