¿Iván Duque o Gustavo Petro?: dos modelos de país

Con los dos en la segunda vuelta, el cambio de rumbo para el país está asegurado. Cualquiera modificará profundamente varios aspectos de las políticas vigentes.

Nicolás Liendo*
31 de mayo de 2018 - 02:00 a. m.
Iván Duque y Gustavo Petro.  / Archivo El Espectador
Iván Duque y Gustavo Petro. / Archivo El Espectador

Dos visiones opuestas

Como lo anticiparon las encuestas, Iván Duque obtuvo el primer puesto en la primera vuelta presidencial, con el 39 % y una diferencia de 14 % frente al segundo, Gustavo Petro, quien alcanzó el 25 % de los votos y una escasa diferencia del 2 % con el tercero, Sergio Fajardo. Petro y Duque representan los extremos de la oferta ideológica en estas elecciones: Duque aglomera al conservatismo tradicional y la derecha uribista, mientras que Petro representa a la izquierda.

Duque apuesta por un modelo que aspira a un Estado pequeño y eficiente en materias económico-sociales, pero grande y omnipresente en temas de seguridad. Por su parte, Petro defiende un Estado omnipresente en la resolución de conflictos sociales y redistribución de la riqueza, y también un Estado con sólida presencia en el territorio, aunque está en duda cómo serían sus relaciones con las fuerzas de seguridad.

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Estos dos candidatos se diferencian radicalmente en sus posturas respecto de la implementación de los acuerdos de paz con las Farc, ya que Duque pretende revisarlos de manera sustantiva, aunque no es claro si se renegociarían o si los cambios serían unilaterales. Petro, por su parte, garantiza respetar lo pactado por Santos y la ahora exguerrilla.

En temas morales, Duque propone una visión tradicional de la familia, anclada en una visión religiosa. Esto ha sido reforzado por el apoyo que recibió de la exfiscal Viviane Morales y la mayoría de los partidos cristianos (Mira, Colombia Justa y Libres) e iglesias evangélicas. En la práctica esto significa, por ejemplo, que el candidato del Centro Democrático estaría de acuerdo en reconocer igualdad de derechos “patrimoniales y civiles” a las parejas del mismo sexo, pero no necesariamente en la posibilidad de contraer matrimonio. Petro, por su parte, tiene una concepción más amplia de la familia y acepta el matrimonio homosexual.

Los detractores de cada candidato tienen la peor concepción del otro. Los votantes de Petro sostienen que con Duque se volvería al “pasado uribista y a la guerra”, mientras que los seguidores de Duque afirman que Petro encarna “el riesgo de una Colombia castrochavista”. Ambos extremos acusan al otro de ser populista, personalista, de buscar revanchas y de amenazar las instituciones democráticas. Tanto las afirmaciones de Duque de buscar reducir las altas cortes a una sola, como el llamado de Petro a ocupar las plazas, no hacen más que legitimar las sospechas de sus detractores.

Este repaso pequeño y necesariamente incompleto quiere mostrar las diferencias en los caminos que el país puede tomar en las próximas elecciones. La “polarización” en la segunda vuelta está asegurada.

¿Se sumará Colombia a la ola de derecha?

Al mismo tiempo que las nuestras, Latinoamérica está a mitad de camino de otras seis elecciones presidenciales, otras legislativas y varias subnacionales de vital importancia. Si en 2009, 13 de los 18 gobiernos de la región tenían presidentes de izquierda, en los últimos años esta tendencia se ha revertido y actualmente más de la mitad son de derecha.

Pero aunque la ola de derecha en América Latina toma cada vez más fuerza, no ha logrado el mismo predominio que la ola de izquierda del siglo XX. De hecho, países como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua han reelegido a gobernantes de izquierda. Sin embargo, las elecciones en Colombia se diferencian de las de sus vecinos porque aseguran (en cualquier escenario) un cambio de rumbo y no la reelección de los partidos en el gobierno.

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Un futuro todavía incierto

La necesidad de una segunda vuelta muestra la creciente incapacidad de los líderes y los partidos para presentar propuestas convincentes y recibir respaldos mayoritarios, así como la fragmentación y volatilidad de las preferencias de los votantes.

Ahora, en Latinoamérica ya es común que el candidato que queda de segundo en primera vuelta acaba por triunfar en la segunda. Esto ocurrió en Perú con Pedro Pablo Kuczynski, en Argentina con Mauricio Macri, en Costa Rica, con Carlos Alvarado y, sin ir más lejos, en Colombia: recordemos que en las elecciones de 2014, Juan Manuel Santos perdió en primera vuelta con Óscar Iván Zuluaga y remontó en la segunda.

Una consecuencia inmediata de lo anterior es que el ganador no logra consensos políticos amplios, de manera que entra a gobernar con coaliciones inestables y en un país polarizado. Esto tiende a desencadenar un círculo vicioso, donde el clientelismo y la corrupción se usan para tratar de asegurar la “gobernabilidad” y ello, a su vez, agrava el desprestigio del sistema político.

Por eso, una de las tareas primordiales del próximo presidente de Colombia será ordenar los incentivos y las reglas de la competencia política. Una reforma político-electoral es imperiosa, tanto para garantizar que todos los que compitan confíen en los árbitros y organizadores de la elección, como para combatir la corrupción y el clientelismo.

Por otra parte, dados los resultados de las pasadas elecciones legislativas y la consecuente composición fragmentada del Congreso, Colombia mantendrá su tradición de presidencias “coalicionales”. El próximo presidente deberá negociar con las demás bancadas y conciliar sus proyectos.

La agenda del próximo gobierno será extensa. Por primera vez en mucho tiempo, el tema de la paz parece haber cedido un poco de protagonismo frente a otros asuntos, como la desigualdad, el emprendimiento, la educación, el medio ambiente, la salud, la corrupción y la infraestructura. Queda claro que en las elecciones del 17 de junio están en juego dos visiones que proponen remedios distintos a estos asuntos y que enfrentas dos modelos diferentes de país.

*Vicedecano de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda y analista de Razón Pública.

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Por Nicolás Liendo*

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