La caída de Pinochet

René Saavedra (Gael García Bernal) fue el artífice la campaña del “no”. / Babilla Cine

Durante 27 días, en un tiempo de 15 minutos en el horario de la noche, se emitieron las campañas publicitarias del “no” y el “sí” que se debatían en el referéndum que tuvo que hacer el dictador chileno Augusto Pinochet en 1988 a causa de la presión internacional que sufría su gobierno. El plebiscito legitimaría a Chile hacia el extranjero, pero la oposición creía que todo estaba arreglado y que sólo un milagro, que sólo las fuerzas celestiales podrían cambiar el curso de la historia. Ese extraño caso de un dictador alentando un proceso democrático fue el punto de partida para que el director Pablo Larraín se interesara en contar ese pedazo de la historia subversiva, original, y así abordar el pasado de Chile a través de su lente.

René Saavedra, interpretado por Gael García Bernal, es un joven e intrépido publicista que lidera esta campaña al mismo tiempo que hace comerciales para hornos microondas y espaguetis. Su fórmula consiste en eliminar de la campaña del “no” denuncias, escenas pesadas y dolorosas, historias de censura, de desaparecidos y de muertos, para darle paso a unas imágenes más ligeras, más simpáticas, llenas de esperanza, con saltitos en el sol, con situaciones bucólicas acompañadas de canciones a manera de jingles, como si se tratara de un comercial de gaseosa. La consigna es no bombardear a la gente con miedo sino con alegría, con placer. Intervenir el concepto político con un lenguaje publicitario.

El director Pablo Larraín, realizador de dos poderosas películas enmarcadas en la era Pinochet (Tony Manero y Post Mortem), ya había dado indicios de tener una visión cinematográfica arriesgada y personal. Aunque No tiene una narrativa más tradicional, es una película que impacta por sus excelentes actuaciones, por un guión trabajado, por una historia extraordinaria y el uso de una cámara de video U-Matic de 1983 (que da la mitad de resolución que un iPhone), con la que logra acoplar perfectamente las imágenes de archivo de la época y las de la ficción con el mismo tono de antaño.

Alfredo Castro, quien encarna a Lucho Guzmán, el líder de la campaña del “sí”, se ha vuelto su actor fetiche porque ha protagonizado todos sus proyectos. “Alfredo es un actor extraordinario, dotado de un misterio y una fuerza interior incalculable. Es capaz de hacer cualquier cosa. Y además de ser un gran amigo, es un maestro que me ha enseñado mucho”, sentencia Larraín.

Este director nació en 1976 y sus años de temprana infancia los vivió durante la dictadura. Aunque sus memorias de ese tiempo son borrosas, “lo recuerdo violento, con un aire opaco, y al mismo tiempo como un lugar donde había mucho cinismo. Había muchas personas que preferían no hablar y que negaban la realidad, pero del otro lado había gente sufriendo, exiliada, torturada. La dictadura creaba personas poseídas como seres celestiales, que se sentían elegidas y creían que debían permanecer en el poder hasta morir. El país empezó a ser gobernado por personas entrenadas en administrar guerras, y eso oxidó todo”.

El gran reto de este director fue asumir esta película arbitraria, subjetiva, de ficción, y el intento de los espectadores de legitimar lo que ellos recordaban de esa época. Le dijeron todo lo negativo y lo positivo que se pueda decir de una película. Los comentarios y los cuestionamientos de la ficción frente a la historia vinieron del mundo cultural, del presidente de la República, de las amas de casa, de los estudiantes, etc. Todos tenían una opinión diferente. Pero antes que quejarse de este hecho, se reconforta con lo fascinante de esa consecuencia. “Es interesante cuando el cine logra eso”.