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El cine israelí desde su historia

Profesor de cine de la Universidad de Tel Aviv, habla de la relación entre la historia y las películas que se presentan esta semana en Bogotá.

Adriana Marín Urrego
03 de diciembre de 2012 - 09:40 p. m.
Escena de ‘The Matchmaker’, película que se presenta dentro del marco del Festival de Cine Israelí.  / ll Israeli Films
Escena de ‘The Matchmaker’, película que se presenta dentro del marco del Festival de Cine Israelí. / ll Israeli Films

Cuando se le pregunta por la relación que tiene el cine israelí con la historia del país, Pablo Utín, profesor de cine en la Universidad de Tel Aviv, en Israel, habla de cuatro períodos distintos que van desde los años cincuenta hasta el 2000. La historia de un país como Israel está mediada por eventos desafortunados y trágicos, como el hecho de no tener un territorio fijo sobre el cual crear un Estado y la persecución judía por parte de los nazis. “La historia del cine israelí comienza un poco antes de la declaración, cuando había colonias judías en la zona de lo que antes se llamaba Palestina y estaba bajo el imperio británico”, cuenta Utín. Se hacían, sobre todo, películas de propaganda, con muy poco presupuesto, que contaban la historia de la migración y de la independencia, que hablaban de ejércitos y de tanques, que hablaban de un país que apenas iba a comenzar.

Luego entró dinero y el país —que ya lo era— pudo estabilizarse económicamente. Comenzó entonces lo que Utín llama “la época de oro del cine israelí”. La gente, entonces, ya sin la preocupación por la supervivencia, tuvo cabeza para interesarse en el arte. Como la televisión llegó tarde, casi a principios de los años 70, el cine se había convertido en la diversión por excelencia. Se hicieron muchas comedias que empezaron a ser comerciales y a las que tenía acceso todo tipo de audiencia. Hubo también un cambio en la clase de películas que se presentaban, pues ya no hablaban sobre guerra ni sobre temas públicos, sino que eran producciones pacíficas que trataban, desde la comedia, situaciones personales.

En los ochenta se volvió a hablar de guerra, pero ya en otras condiciones, distintas a las de los años cincuenta. Los artistas sintieron la necesidad de denunciar, por medio del cine, el peso del conflicto que estaban viviendo. El bombardeo de problemáticas limítrofes, políticas, religiosas y étnicas los llevaba a hablar de ellas, pues era lo que conocían. En medio de ese proceso intelectual salió una nueva ley del gobierno que pretendía apoyar económicamente las películas de autor. Los directores vieron entonces favorecida su inclinación de denuncia, las películas comerciales pasaron a la televisión y, lentamente, fueron desapareciendo.

Mientras que los artistas se “desahogaban” contando sus historias sobre la guerra, el público general no quería ver películas sobre un tema con el que convivían a diario. La gente empezó a pedir otro tipo de cine, que los hiciera pensar en otras cosas y que los alejara de las imágenes que veían recurrentemente en las calles. Fue en parte por esto que, para los años noventa, el cine israelí ampliaba sus horizontes y ya se podía encontrar en él un poco de todo. El tema que más predominaba, sin embargo, era el drama familiar. Se hablaba de lo personal, de lo privado y de la posibilidad de disfrutar de la vida alejándose de la guerra.

De esta época son las películas que se están presentando esta semana dentro del Festival de Cine Israelí. De ellas, Utín recomienda Noodle (2007), de Ayelet Menahemi, que, según dice, es una cinta que muestra la parte más sentimental de Israel: un drama familiar que cuenta la historia de un niño, hijo de una de las trabajadoras ilegales que llegan desde China. Su madre desaparece y una joven israelí tiene que hacerse cargo de él.

Una película inconclusa (2010), de Yael Hersonki, y The matchmaker, de Avi Nesher, son otras dos cintas de las que habla el profesor. Ambas tocan el tema del Holocausto desde perspectivas distintas. La primera es un documental que parte de una película que estaban filmando los nazis. Es una cinta fuerte que muestra cómo funcionaba el Holocausto mismo: no narra ni el antes ni el después, narra el mientras tanto. El después lo trata la cinta de Nesher, The matchmaker, al contar las vidas de los sobrevivientes durante los años 60. Estas personas intentan rearmar su vida y, junto con las nuevas generaciones, buscan conectarse con sus raíces mediadas por el miedo. La película, no obstante, es una historia de amor.

Este tipo de cintas siguen impactando al público israelí porque, aún hoy, la gente relaciona cualquier acontecimiento político social o cultural con el Holocausto. Es un trauma que no sólo prevalece sino que sigue creciendo dentro de la sociedad.

El Holocausto es un ejemplo de cómo los elementos históricos han influenciado el arte —en este caso el cine— de Israel. Esto, en parte, es lo que se busca resaltar con el festival. Allí se exhiben películas de directores recientes que siguen hablando del pasado y que evidencian cómo los temas pesados y difíciles pueden tratarse desde la sensibilidad para lograr un impacto: “Hicieron una selección de películas de calidad, que tuvieron éxito aquí con el público y que no son tan exigentes”.

Mayor información: Cinemanía.

Por Adriana Marín Urrego

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