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El corruptor de una monja

Tras casi treinta años de carrera en toda Europa, el polaco Pawel Pawlikowski por fin estrena una de sus películas en salas colombianas.

Juan Pablo Castiblanco Ricaurte
04 de agosto de 2014 - 05:49 p. m.
El corruptor de una monja

Ida es una película sin afanes. Seduce y se desenvuelve con tranquilidad, pero golpea contundentemente cuando debe hacerlo. Su director, Pawel Pawlikowski, se tomó el tiempo adecuado para contar la historia de Ida, una novicia que está a punto de tomar sus votos, y que debe conocer al único familiar que le queda, su tía Wanda, antes de internarse definitivamente. Este encuentro, ambientado en la Polonia de los años 60, desentierra oscuros rincones de la historia nacional, manchados por el Holocausto y la llegada de los regímenes socialistas. Detrás de la historia, surge un choque entre lo divino y lo mundano, entre lo espiritual y lo material, entre la austeridad y el materialismo, entre la fe en la justicia divina y la fe en la justicia humana.

En febrero de este año los asistentes al Festival de Cine de Cartagena de Indias tuvieron un abrebocas de la obra de este exestudiante de literatura y filosofía de Oxford y ganador de varios premios BAFTA (los Óscar ingleses). Pawlikowski fue uno de los invitados de honor al evento, hizo parte del jurado de la Competencia Oficial de Ficción y presentó una retrospectiva de su trabajo, que se destaca por sus documentales llenos de ironía, humor negro y pinceladas de ficción, y por largometrajes que tuvieron gran acogida en el Reino Unido como Last Resort (2000) o su filme más comercial, My Summer of Love (2004). Con Ida, este cineasta nacido en Varsovia en 1957 y que ha trabajado en Francia, Alemania e Inglaterra, se consagró como el autor de uno de los filmes más importantes del 2013.

El proceso para conseguir a la actriz principal de Ida fue complejo y lo llevó a buscarla en la calle, entre la gente común y corriente. ¿Qué estaba buscando en la persona que la interpretara?

Buscaba a alguien que tuviera quietud y concentración, que no fuera histriónico. Lo podía conseguir en una actriz profesional, pero no era lo mismo, quería eso naturalmente. Ida es muy inusual sicológicamente y por eso tenía que encontrar a alguien equivalente en la vida real. Busqué actrices durante meses, pero no la encontré. En la mayoría de mis películas me demoro mucho en el casting porque debo creer en esa persona. Agata Trzebuchowska, quien interpretó a Ida, tenía todo lo que yo necesitaba. Paradójicamente no era creyente en nada, pero era seria y enfocada, y no hablaba sin pensar. Acaba de terminar sus estudios en la Universidad de Varsovia, nunca había actuado antes y no le interesa. Por eso era perfecta.

Ida es la primera película que graba en su país natal, Polonia. ¿Qué hizo que buscara volver a casa?

La vida del cineasta es un viaje. Siento que necesitaba no solo volver a Polonia, sino a un periodo que está arraigado allá como los sesentas, porque son fascinantes y fue el periodo que viví de niño. Fue una época maravillosa en la historia polaca por una combinación de factores: hay muchos rastros de traumas históricos del estalinismo y el Holocausto, pero también está llena de vibraciones, nuevas esperanzas, nuevos estilos en arte, música o el amor. Intenté volver a un periodo que siempre ha estado instalado en mi cabeza porque amo su literatura, su teatro y el jazz. Es el retorno a una simpleza. No solo era una necesidad de hacer una historia en Polonia, con personajes familiares, sino regresar a un mundo más interesante, poderoso y expresivo. Extraño ese mundo, extraño ese sentido de pertenencia a la historia, que no obedecía a caprichos de los medios. También quería hacer una película con ese espíritu. Casi que hice una película anti-cine, sin los trucos que se usan en estos días para provocar emociones, muy simple en la superficie, que no le dice al espectador qué pensar, no le da información de forma banal, sino que tiene vida pura, casi meditativa.

¿Esa atmósfera íntima y delicada de la película fue algo que tenía en mente antes de comenzar el rodaje o lo fue encontrando mientras la hacía?

Ambas cosas. Cuando hago una película establezco un rumbo, sé qué quiero, pero el recorrido no es recto. El trabajo del director es descubrir la vida secreta del filme. Cuando buscas locaciones, defines la fotografía y conoces a los actores, reescribes y descubres. Eso no significa que sean accidentes, sino que la película estaba dentro de ti y la estás desenterrando de algún modo. Lo importante es no apegarse a lo literal, sino ser sensible al paisaje, a la imagen, al sonido o a un actor.

¿Cómo contribuyen sus estudios en filosofía y literatura en el cine?

Me olvidé de la literatura y la filosofía y por eso no interfieren. Mi cine no es un ejercicio intelectual. La literatura y la filosofía son buenas formas de ver el mundo, pero nunca he sido un académico, solo que no sabía qué hacer con mi vida cuando era joven y por eso estudié eso. El cine es una cosa completamente diferente, debes olvidar todas tus nociones intelectuales. Por supuesto es bueno haber leído, porque los libros abren tu percepción de la realidad.

¿Pero cree que el cine debe ser un medio narrativo?

No y tampoco lo es la literatura. Hay muchas formas de hacer cine. Me encanta Sans soleil de Chris Marker, que es un ensayo poético. Cada cineasta tiene su propio camino de llegar a algo, no importa si es a través de la literatura, la fotografía o el documental, lo que me interesa es lo que tenga por decir, su búsqueda no solo por verdad sino por forma. La narrativa solo es una manera de organizar una película, que me gusta siempre y cuando no funcione a través de artificios. El hecho de que en alguna parte de mi perfil u hoja de vida diga que estudié literatura es irrelevante porque también he estudiado fotografía y también fui músico alguna vez.

Una gran parte de su filmografía ha estado dedicada a la realización de documentales. ¿Cómo fue el salto a la ficción y qué elementos siente que aún conserva del documental?

Nunca he hecho documentales en sentido estricto. Cuando los veo noto que no solo se trataba de observar la vida, sino que eran un híbrido entre narración, ensayo y contemplación. Lo que aprendí de esas películas es a no preocuparme mucho por la literalidad del proyecto, sino tratar de moldear la película en el proceso. Con Ida reescribí mucho durante el rodaje, en los fines de semana o incluso me tomaba un receso en la mitad porque había algunas escenas que no me gustaban. Tienes que confiar en tus instintos a la hora de filmar, y no tratar al cine como literatura de segunda clase. Una película es un órgano vivo. No se trata de dividir entre realidad y ficción, eso no me ha interesado.

Ida será la primera película suya que se vea en Colombia. ¿Es la película que le hubiera gustado se convirtiera en su carta de presentación?

Es donde estoy ahora. Llevo haciendo películas por casi 30 años, y cuando comencé eran sobre dónde estaba mi cabeza en el momento. Hay algunos cineastas que se repiten a sí mismos, encuentran una fórmula y la usan una y otra vez. Otros no tienen mucho que decir, tratan una y otra cosa, tratan el estilo de otros. Soy un cineasta que vive y luego hace una película. Siempre estoy trabajando sobre lo que me interesa y me obsesiona y trato de encontrarle la forma más natural, verdadera, fiel y original. Que la forma se ajuste al contenido.

¿Cuál es el balance de su experiencia en el Ficci en Cartagena?

Cartagena me gustó muchísimo, es un lugar encantador y asombroso. El festival me gustó mucho, así como la gestión de su directora Mónica Wagenberg, que tiene una personalidad fuerte y unas políticas claras. Estuve muy feliz de haber sido jurado y poder premiar una película colombiana, Tierra en la lengua, que no era obvia, no era la típica película de festival, y también nos permitió a los jurados ver algo de Colombia a través de ella. Siempre estás buscando algo con una personalidad diferente, con un punto de vista y un ritmo original, algo que se sienta fresco. Ahora hay tantas películas, que una personalidad y un director diferente son algo caído del cielo. No consigues mucho de eso ahora.

Por Juan Pablo Castiblanco Ricaurte

 

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