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"Ser buen padre debería ser un mandamiento"

Se estrena en el país la última película del argentino Daniel Burman, que se lanzó este año en Berlín. Es una mirada diferente a la relación padre e hijo.

Martha Ligia Parra
09 de agosto de 2016 - 02:00 a. m.
La película argentina "El rey del Once" se estrenó en Berlín este año.
La película argentina "El rey del Once" se estrenó en Berlín este año.

Dar sin esperar nada a cambio, ni siquiera las gracias. Y al hacerlo pensar en el otro, en sus necesidades, no sólo en uno mismo. Suena extraño, pero es posible. Así es el universo que construye Daniel Burman, uno de los directores más interesantes del cine argentino, en su último filme, El rey del Once. “No se trata de caridad. Esta es una sociedad en la que todo es intercambio y hay gente que no vive en esa lógica”, subraya el director.

Con 11 largometrajes y 20 años en el oficio, Burman sorprende con una historia sencilla y madura que habla sobre la paternidad de un modo diferente y en la que regresa a sus orígenes. Al mismo barrio de Buenos Aires que fue el centro de algunas de las películas en los inicios. Imposible no establecer una comparación con El abrazo partido (2013), donde un hijo busca su propia identidad a través del padre que ha estado ausente. Aquí es el hijo, Ariel, quien vive en el extranjero y regresa para reencontrarse con Usher, ese esquivo padre, de quien todos hablan, el que parece estar en todas partes y en todas las conversaciones. Una figura central en el barrio de judíos pobres cuya misión es ayudar y ayudar.

Como lo dice Ariel cuando recuerda su infancia: “Soy como mi viejo, a quien le gustan más los preparativos que los eventos”. Y mientras Ariel espera el encuentro con Usher, tanto la película como las acciones se concentran en el proceso, en vivir las situaciones que se presentan, en la vida que pasa. Porque esta es otra reflexión clave de la cinta: ¿cuál es la meta? ¿Llegar, conseguir algo o la vida misma?

La cámara se mueve con soltura en medio de la actividad de un barrio popular de mayoría judía. Y la historia va tomando fuerza al seguir los pasos de un protagonista que se siente extraño en el retorno. El maravilloso actor Alan Sabbagh, presente en cada plano, expresa a la perfección esa mezcla de incomodidad, frustración e identificación con aquello que le resulta lejano y cercano a la vez. Poco a poco se da cuenta de que la lógica de lo práctico y de moverse para conseguir algo no funciona en este universo. Y encuentra que es posible desprenderse, preocuparse por los demás, acercarse y entender la necesidad que se tiene de los otros. Y no es ficción: alguien como Usher, que fue toda una inspiración para el director, existe en la vida real y hace de él mismo en la película.

La relación padre e hijo ha sido una constante en la obra de Burman, una relación que para él es difícil de entender y de construir. “Ser buen padre debería ser un mandamiento y así todos los demás se darían más fácil”, decía en una entrevista. La historia de El rey del Once fluye con espontaneidad y conecta de modo emocional y sincero con el espectador. No es fácil ser padre, ni tampoco ser hijo.

Por Martha Ligia Parra

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