El Magazín Cultural

La hija de Celia Cruz

Con un “oye mi socio, no esperes que yo te lleve esa sopita en botella”, nació hace 25 años en Cali, la hija de Celia Cruz.

Katherine Loaiza / Elespectador.com
16 de julio de 2008 - 02:35 a. m.

El teatro tiene todo lo necesario para que Broadway o el Radio City Music Hall se licuen de la envidia: capacidad para un número indeterminado de asistentes, sistema de sonido perfeccionado que envía la onda adecuada para que no rebote, fondo cambiante con cada protesta, protección para las lluvias y excelente ventilación: las desteñidas letras de lo que fue la ‘Organización Electoral, Registraduría Distrital del Estado Civil’, unos cuantos grafitis que invitan a la renuncia de altos mandos del gobierno y la carrera séptima en todo su esplendor dominguero, abren sus puertas cada semana para que Alba Nur, la ‘hija de Celia Cruz’, le cante a la capital.

Con el traje de esta presentación en particular, que es por si mismo una fiesta, ha conseguido un fan: no alcanza el medio metro de estatura; quisiera repetir los alegres movimientos de la artista, pero sus zapatos talla dos no se lo permiten. Ella, en retorno de ese amor inocente, le pide un beso, él le regala una sonrisa y con eso llena la canasta de este domingo, “si yo canto y un niño de dos añitos me entiende, es porque está sintiendo ese mensaje que yo le estoy transmitiendo y para mi es una bendición”. El chico se ha enamorado de los zapatos negros con figuras doradas, de la falda azul de delicadísima textura, la blusa amarilla, el abrigo café con botones vistosos, que hacen la combinación perfecta para las candongas de oro y la pañoleta de flores variadas, sosteniendo a manera de turbante el misterioso cabello de mujer de tierra caliente.

Alba Nur Ambuila nació hace más de cincuenta años en Guachené, Cauca, cantando villancicos en diciembre y música de fiesta en partidos de fútbol. Soñaba con irse a vivir a México, ponerse un vestido de luces con un sombrero de mariachi para cantar baladas y rancheras. Pero en lugar del norteño país, resultó viviendo en Cali y cantando ‘Sopita en botella’. Terminada esa primera canción, alguien la bautizó como la hija adoptiva de Celia Cruz, lanzándola a una fama momentánea que ella recuerda, con un casi imperceptible rencor, como “explotación de una disquera”. Y siguió el camino de la salsa.

Fiel a su vocación, canta de lunes a domingo. Entre semana su voz truena en el Parque Santander y para variar, el día de descanso inunda la carrera séptima. Esos escenarios los encontró después de llegar a Bogotá –gracias a un reality show de cantantes- y quedarse sin trabajo con una hija adolescente a su cargo. Pidió equipos prestados y empezó a cantar por monedas hasta ahorrar lo suficiente para comprar lo propio. Desde ese momento, además de ser la estrella, se convirtió en la jefe de logística, la ingeniera de sonido y la manager de Alba Nur, “no me suelte la pista mientras no le dé la orden; la gente de atrás me da un pasito hacia adelante porque sino los agentes de Policía no me dejan cantar”. La hija de Celia ahora es una orgullosa miembro del invisible club de los “Artistas Urbanos de la Séptima”.

Cuando llega la hora del espectáculo, Alba Nur enciende un cigarrillo y aspira gigantescas bocanadas de humo como la más delicada de las divas; eso la calma. Toma el micrófono, mira con complicidad a su pequeña dj y sale al escenario, donde el siempre cambiante público la espera con ansias. 

Mientras ella demuestra con gracia su ascendencia negra y con ello esquiva el cable del micrófono que insiste en enredarse en sus pies, todo un arsenal de ayudantes se encargan de las labores técnicas: la hija adolescente, amante al reggaetón, pasa con la canasta pidiendo el debido pago por el show recibido; un hombre tímido pero eficaz, vende los mejores temas de “Celia Cruz en la voz de Alba Nur”; por lo pronto el bailarín de zapatos rojos con movimientos arrítmicos sólo se preocupa por invitar al tímido público a unirse a la fiesta. "Mira muchacho, tienes los cables cambiaos, tienes el cerebro tostao, tú lo que estás es tururato". 

Por Katherine Loaiza / Elespectador.com

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