El Plan, cuna de la dinastía Zuleta

La historia de El Plan, el lugar que vio nacer a las leyendas vallenatas: Poncho y Emiliano Zuleta, quienes serán los homenajeados en el próximo Festival de la Leyenda Vallenata.

José Atuesta Mindiola
25 de abril de 2016 - 05:22 p. m.
Familiares de la vieja Sara, El Plan, 17 de junio de 1981. Fidelia Muegues (yerna), Hijas: Matilde, Maria, Santa y Rafaela.  Emilianito Zuleta Díaz (nieto), Julio Muegues (yerno), Hijos: Emiliano, Andrés, Toño y Mario Camilo.
Familiares de la vieja Sara, El Plan, 17 de junio de 1981. Fidelia Muegues (yerna), Hijas: Matilde, Maria, Santa y Rafaela. Emilianito Zuleta Díaz (nieto), Julio Muegues (yerno), Hijos: Emiliano, Andrés, Toño y Mario Camilo.

 Cuando aquella mañana del 19 de agosto de 1799, Juan Montaño y los hermanos Pedro Antonio, Luis y Miguel Muegues salieron de La Jagua del Pilar (del hato ganadero de Bartolo Ustariz) y después de dos horas de atravesar llanuras y bordear la serranía, llegaron a unas hermosas sabanas, divisaron la singular geometría de los cerros y las variedades de fauna y flora, no dudaron en pensar que era el punto ideal para la agricultura y procedieron a hacer una enramada para acampar. La llamaron la ‘Choza del Plan´. Por muchos años fue un sitio casi solitario, las dificultades del camino era una de las barreras para los pocos campesinos que conocían de su existencia. A finales del siglo XIX ya en El Plan habitaban varias familias, entre ellas Francisco Baquero y Santa Salas, los padres de Sara María, la matrona de dos colosos juglares del vallenato, Emiliano Zuleta y Toño Salas.

Sara María, conocida después como la Vieja Sara, nace en la Jagua del Pilar el 9 de agosto de 1892. No tuvo oportunidad de ir a la escuela, pero desde la infancia desarrolla habilidades para los oficios campestres. Antes de cumplir 20 años tuvo un romance con Cristóbal Zuleta y nace Emiliano Zuleta (1912). El amor conyugal fue pasajero, y se va con su hijo buscando la protección de sus padres, que ya vivían en El Plan; en ese lugar apacible espera con prudencia sanar las heridas de su corazón y encuentra el hombre de su vida, Rafael Araujo, con quien tuvo a Rafaela del Rosario, Santa, Andrés, Encarnación, Toño, Matilde, María, Carlos Jeremías y Mario. De estos nueve hijos de su segundo matrimonio, el único que se firmó Araujo fue Encarnación. Los demás se firmaron Salas. Pero, caso curioso fue el de Emiliano, que era Zuleta Baquero. Un día le pregunté por esto, y me respondió: “como yo siempre he sido verseador, es más sonoro, Zuleta Baquero que Zuleta Salas”.

De los diez hijos de la Vieja Sara, sobreviven Matilde que vive en La Jagua del Pilar, y María y Carlos Jeremías, en El Plan. María también verseaba, y juró en homenaje a su madre no volver a cantar; cuenta que cuando su hermano Toño Salas estaba en alguna parranda y sus amigos pedían que la llamara para cantar, su hermano enviaba un mensajero y como señuelo el sombrero, y ella decía- “mamá Sara me voy, mi hermanito Toño me manda a buscar”-.

Carlos Jeremías, aún tiene la virtud de contar anécdotas y tararear versos que enaltecen la historia de su pueblo, apacible lugar que todavía es una fiesta de pájaros cantores que al amanecer fluye por el aroma y los colores vegetales. Todavía el rugido rayado del jaguar rondando los potreros y despierta el instinto cazador de los campesinos. Todavía en la memoria del paisaje permanece el sombrero de Simón colgado de las ramas un peralejo; en la noche el viento sonoro repite el eco de dos voces que llaman a la Vieja Sara y la sonrisa se siente en las sabanas cuando Matilde camina.

La Vieja Sara era una mujer humilde, trabajadora, dadivosa, claridosa de palabra y de carácter fuerte; hereda de su mamá y su hermana Edmunda la vocación religiosa, iba a todas misas de las fiestas patronales de pueblos cercanos: A la Jagua para la Virgen del Pilar, Villanueva para Santo Tomás, Urumita para La Virgen de Chichinquirá, Manaure para la Virgen del Carmen, El Molino para la Virgen del Rosario, San Diego para La Virgen del Perpetuo Socorro, Los Tupes para San Rafael, La Paz para San Francisco y Valledupar para Santo Ecce Homo. Aquí en El Plan lideraba la fiesta del Corpus Cristi donde participaba cantando versos, y también organizaba caseta para los carnavales como negocio para ayudarse en la crianza de hijos y sobrinos. La casa de la Vieja Sara, y en especial por la presencia de sus hijos, Emiliano Zuleta y Toño Salas, se convierte en la posada generosa de todos los visitantes. La fama de sus hijos en la música, sus cualidades de anfitriona y su talento para improvisar versos hicieron de El Plan un pueblo atractivo para las parrandas; Rafael Escalona, Poncho Cotes y Andrés Becerra fueron unos, de los tantos visitantes puntuales y eran considerados miembros de la cofradía.

Muchos recuerdan sus versos memorables en las parrandas con sus hijos, como este que improvisó antes la sorpresa por la llegada de Escalona a El Plan, cuando se había corrido la noticia de su muerte en Valledupar:

“Ya llegó el ausente al puerto/
y tierra firme pisó/
ya veo que resucitó/
el que nombraban por muerto”.

Cuando leí por primera estos versos en un artículo de Consuelo Araujo Noguera, publicado en el Magazín Dominical de El espectador (27 de junio de 1976), no pude menos que sentir asombro y desde entonces tengo la certeza de que el talento en el verso y la piquería de Emiliano Zuleta y Toño Salas era herencia maternal. Ella reclamaba que la fuerza de la dinastía era de parte de los Salas, porque su hermano Francisco ‘Panco’ Salas era acordeonero, y Emiliano aprendió a tocar en un acordeón de su tío.

Emiliano tuvo la fortuna de prolongar su raigambre musical con sus hijos, Emilianito y Poncho, dos reyes de la estirpe del vallenato tradicional, que permanecen en el Olimpo de la cultura vallenata. “El Mono” Fragoso, lo sintetiza estos versos:

Poncho y Emiliano son/
dos reyes vallenatos /
uno es rey del acordeón/
y el otro, rey en el canto.

También es preciso mencionar a otros de sus hijos: a Fabio por su inclinación a la composición, y a los ya fallecidos, Mario en el acordeón y Héctor, excelente acordeonero y compositor: ‘El Difunto Trovador’, como lo bautizó el compositor Juan Segundo Lagos.

La obra musical del Viejo Emiliano es reconocida por su melódica poesía y por su maestría en la piquería y el canto raizal vallenato. De inteligencia natural. A pesar de ser iletrado cultivó los diferentes estilos métricos de la canción vallenata: hizo décimas, cuartetas, redondillas y cuartetos. Sus versos siguen en la memoria del viento y en los acordeoneros de varias generaciones. La canción ‘La Gota Fría’ solaza como una lección de dignidad y valor para afrontar las dificultades:

Me lleva él o me lo llevo yo /
pa´ que se acabe la vaina /
pero Morales a mí no me lleva/
porque no me da la gana.

Emiliano y Carmen Díaz vivieron varios años en El Plan, sus hijos fueron testigos de las capacidades musicales de su padre y las memorables parrandas. De la vieja Sara, otro verso famoso -que conserva en sus archivos la profesora Marielsy Zequeira Negrete-, fue el que cantó en 1974, con motivo de la visita del gobernador de la Guajira:

Estoy vieja y quiero cantar/
les canto de corazón/
le pido al gobernador/
una planta para El Plan.

No alcanzó a ver realizada su petición, porque la muerte la sorprendió el 17 de junio de 1975. El Padre Armando Becerra ofició en El Plan, la misa del funeral, y juró como el Simón Salas no volver a ese lugar; pero sólo pudo cumplir la promesa hasta el 23 de marzo de 1984, cuando en el sepelio de Andrés Salas Araujo, hijo de la vieja Sara, al finalizar la eucaristía, dijo: “ahora si voy a cumplir mi palabra, no regreso más a El Plan, mis dos grandes amigos ya no están, sus espíritus han roto las fronteras del tiempo y permanecen en la eternidad”.

Por José Atuesta Mindiola

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