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La inmortalidad en clave de fábula

Compuesta por Serguéi Prokófiev, esta puede ser una de las piezas más reconocibles en la música clásica. Una obra hecha para niños que llega al alma de todo tipo de público.

Santiago La Rotta
06 de enero de 2014 - 09:00 p. m.
 / Ilustración - Stella Basile
/ Ilustración - Stella Basile

Algunos lo recuerdan como un personaje de pocas palabras, incluso hosco. Una persona altiva, con porte de hombre de mundo, vestido a la moda y un trato algo arrogante. Un compositor entregado a su música y al ajedrez.

Más allá de sus modales distantes, Serguéi Prokófiev fue una fuerza creativa importante: un compositor que logró incrustarse en la inmortalidad de la música clásica y que, en un mundo lleno de erudición y seriedad, alcanzó su mayor reconocimiento (acaso su mayor éxito) con una fábula infantil.

Detrás de Pedro y el lobo estaba un músico versado y creativo, claro, pero ante todo había un niño, un creador encantado con el universo que proponen las historias infantiles y que, a mediados de 1930, asistía con cierta religiosidad al teatro de Natalia Satz, en Moscú.

Para 1936, Prokófiev se había convertido en amigo de Satz, quien le propuso que compusiera una pieza para su teatro infantil. La obra fue escrita completamente en unas pocas semanas, según recuerda Satz, y para finales de abril de ese año, Pedro y el lobo estaba lista para entrar en la historia.

Claro, este es un tránsito que no suele hacerse con facilidad. Una verdad apenas obvia que, en este caso, significó un estreno exitoso, pero no glorioso. La gloria vino luego de la muerte del compositor, en 1953, según recordó la primera esposa del compositor, Lina Prokófiev (quien, por cierto, también narró la fábula para una función de beneficencia en Nueva York en 1985).

¿Qué es eso de la gloria? En números puede resultar difícil cuantificarla (¿cuántas presentaciones de la Novena sinfonía de Beethoven se han realizado, por ejemplo?), pero la medida del éxito de la pieza de Prokófiev puede calcularse en otros términos. David Bowie (leyenda del rock) y Eleanor Roosevelt (esposa del expresidente norteamericano Franklin D. Roosevelt) se encargaron de narrar la historia escrita por el mismo Prokófiev acerca de cómo Pedro logra capturar al lobo, además de salvarle el pellejo al convencer a los cazadores del bosque de llevar al animal al zoológico.

Peter Ustinov, actor y ganador de dos premios Óscar, se hizo a un Grammy por su narración de Pedro y el lobo en una presentación bajo la conducción de Herbert von Karajan.

Aunque resulta difícil explicar con absoluta certeza el por qué la composición de Prokófiev resulta tan entrañable, por qué su melodía se convirtió en un referente casi obligado para audiencias de todas las edades y ubicaciones geográficas, una cosa es cierta: buena parte del genio del maestro ruso estuvo en la escogencia de los instrumentos y los tonos para cada personaje.

Claro, es una hipótesis que se hace con las cartas jugadas, con 80 años de presentaciones de Pedro y el lobo detrás, pero aún así es complicado imaginar a Pedro sin las cuerdas que lo identifican (casi juguetonas, pero en una línea decidida, acaso valiente) o al lobo sin los vientos que convocan una sensación de peligro y angustia. La unión entre la emoción que invoca el personaje y el instrumento que lo representa es una de las claves más evidentes de esta obra. Evidente, pero no por eso menos importante de lograr. Sin ser efectista, aun guardando la sutileza, la partitura de Prokófiev se entrega plena, logra su objetivo con comodidad sin sacrificar altura: cumple, pero lo hace con belleza.

“Lo más importante es encontrar un lenguaje común con los niños”, le dijo en su momento el compositor a Satz. Ese vínculo con su audiencia pasó por la redacción del texto, que en un principio fue comisionado a un poeta. Prokófiev no aprobó la rima ni las figuras del texto original y redactó uno más directo.

“Una hermosa mañana, Pedro abrió la reja del jardín y salió a la ancha y verde pradera”. La primera línea de una aventura que, evadiendo la política en una de los peores momentos de Rusia bajo Stalin, establece una empatía inmediata y duradera mediante el carisma de unos personajes que, más que creaciones de ficción, terminan por ser compañeros de vida.

La eternidad hecha fábula.

Enero 7, 7:00 p.m. Teatro Adolfo Mejía. www.primerafila.com

Por Santiago La Rotta

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