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La noche que duró cinco décadas

El vuelo Panam 101 atravesó el Atlántico entero el viernes 7 de febrero de 1964 para llevar, desde el londinense Heathrow hasta el John F. Kenned y de Nueva York, a ellos cuatro: Paul, John, Ringo y George. Sólo los cuatro. Siempre los cuatro.

Andrés Páramo Izquierdo
09 de febrero de 2014 - 02:00 a. m.

De principio a fin: esa tempestad indomable que dio en llamarse Los Beatles se había labrado su propio camino para estar en un Boeing 707 a la altura de las circunstancias del momento: su nombre lo habían construido a fuerza de tocar noche tras noche sin parar. Los bares. Los burdeles. Los teatros. De su natal Liverpool, apoderándose y haciendo suya la música pop, habían salido para reconquistar (ya no a punta de la imposición violenta de los hechos y las palabras) la América perdida siglos antes por los conquistadores europeos.

“Díganles a los chicos que hay una gran multitud esperándolos”, anunció el piloto antes de aterrizar. Así, con poco más de 20 años de edad cada uno, encontraron a 5.000 almas en la entrada del aeropuerto: “¡Los amamos, por favor quédense!”, podía leerse en algunas de las expresivas pancartas de bienvenida. La gritería ininteligible e histérica que oyeron ese día, apenas pisaron tierra y saludaron a sus fanáticos, tuvieron que llevarla a cuestas durante mucho tiempo hasta que, cansados, decidieron dejar de dar giras por el mundo.

Pero ese día todo era diferente. Los Beatles tenían, además de una música original y única (que variaría con el tiempo, evolucionando según el gusto de cada uno), una personalidad explosiva que catapultó todas las impresiones prefabricadas que ya tenían de ellos los ciudadanos estadounidenses. La rueda de prensa fue, para ellos, un chiste tras otro. Una pregunta respondida a medias, otra con mordacidad, sin dejarse intimidar por las referencias a lo largo que era su pelo en el momento o a las comparaciones con Elvis Presley. Nada los podía parar ya. Eran una unidad carismática, consistente, que hacía una música cercana al rock and roll, pero con estilo propio, distanciada de los referentes más emblemáticos de la época. La barra, ahora, la pondrían ellos.

Dos días después tendrían su debut en el show de variedades de Ed Sullivan, poniendo de rodillas a más de 70 millones de espectadores. Casi la mitad de la población viva de los Estados Unidos. El alcance nacional que habían obtenido en Inglaterra, con sólo media hora de un concierto ahogado entre los gritos de los 750 asistentes, se había sobreexpuesto a nivel mundial para convertirse en un fenómeno de culto que hoy, cincuenta años después, sigue intacto, pese a que uno de ellos haya sido abierto a tiros en una calle de Nueva York y el otro muriera víctima de un cáncer fatal que se lo comió vivo.

Y después de esa noche fría que hoy se conmemora en las cadenas de televisión a través de homenajes, vino todo. Apenas dos meses después, en abril de ese mismo año, los demás artistas tuvieron que morder el polvo cuando vieron que Los Beatles ocuparon los cinco primeros sencillos en las listas Billboard: Can't buy me love, Twist and shout, She loves you, I want to hold your hand, Please please me. Imparables. Una máquina.

La evolución musical, el encuentro con las drogas, las controversias por lo grueso de sus frases e incluso sus discos, ya en la cima de lo concebible, se forjaron o se hicieron públicos algunos años después. Pero esa noche fue la clave. La puerta que abrió al mundo una alternativa que terminó imponiéndose como regla. Y luego la invasión desde Inglaterra. Y los grupos que vinieron después, influidos a las claras por los “fabulosos cuatro” de Liverpool. Una noche que, sin duda, cambió la historia cultural de América y le dio un vuelco a la cultura popular mundial de la década de 1960.

—¿Podrían cantar algo, por favor? —preguntó un periodista el 7 de febrero de 1964.

—¡No! —respondieron Los Beatles al unísono.

—Hay algunas dudas de que ustedes puedan cantar —replicó.

—No, necesitamos que nos paguen primero —remató John Lennon.

Menos mal lo hicieron.

 

 

aparamo@elespectador.com

Por Andrés Páramo Izquierdo

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