La resurrección del fuete caribeño

El maestro nacido en San Marcos, Sucre, estuvo algunos años concentrado en su familia y retornó a la música con el álbum ‘Le canta a San Jacinto’.

J.C.P.B.
16 de noviembre de 2012 - 10:12 p. m.
El maestro Piña al lado del acordeonero Rodrigo Rodríguez.  / El Tiempo
El maestro Piña al lado del acordeonero Rodrigo Rodríguez. / El Tiempo

Juan Piña es una estrella vallenata brillando en el universo de la cumbia y en el hemisferio del porro. Desde los doce años comenzó a preparar su voz para ofrecerles distintas oportunidades de difusión a las manifestaciones del Caribe. Acompañaba a la orquesta de su padre, llamado también Juan Piña, en sus eternas correrías por las fiestas tradicionales de Sucre y Córdoba, y mientras aprendía los secretos de la convivencia musical, adquiría el valor para pararse en frente del público y atraer su atención con una voz afinada, con una actitud dispuesta y, lo más importante, con postura de artista.

Con la agrupación Juan Piña y Sus Muchachos se estableció hasta que se hizo responsable de su propio nombre y recibió la convocatoria de varios colectivos reconocidos dentro del folclor vallenato para que aportara su potencia como corista o ayudara al dueño del escenario con alguna segunda voz. Juan Piña desempeñó este trabajo con profesionalismo y con la convicción de hacer lo mejor para el grupo.

Pasó lo lógico. Muchas miradas volteaban a ver al corista y no al cantante principal. Por eso tuvo la oportunidad de ser el comandante de su propia tribu sonora. Sin embargo, a pesar de haberse iniciado como figura del vallenato, uno de los ritmos colombianos de mayor impulso tanto local como mundialmente, Juan Piña logró un real posicionamiento como intérprete de cumbias y porros dentro de la Orquesta de los Hermanos Martelo.

En esta agrupación encontró su verdadero nido y tomó fuerzas para asociarse con su hermano, el clarinetista Carlos Piña, y fundar la orquesta La Revelación, tal vez su proyecto más contundente y con el que obtuvo los que hasta el pasado jueves habían sido sus mayores reconocimientos. Juan Piña, por cuestiones de azar y sin proponérselo, se marginó de la saturación de figuras vallenatas, cuando el ritmo comenzaba a extender su emporio en el interior del país y hacía lo posible por mostrarse como la cara más sonriente del folclor colombiano.

Dentro de su trabajo exploratorio encontró a Alejandro Rodríguez, un compositor ya veterano, en la pobreza absoluta pero con unos temas representativos del tipo de canción sabanera. Golero desconfiado, La canillona y El machín, son algunos ejemplos de creaciones que entraron a reforzar su amplio repertorio caribeño, en el que se destaca su interpretación de El emigrante latino, del maestro Antonio del Vilar, todo un himno para los colombianos radicados en el exterior.

Después trabajos discográficos de difusión nacional, como El fuete, con Juancho Rois (1977); El azote vallenato, con Ismael Rudas (1978); Vuelve el fuete , con Josualdo Bolaños (1982), y Con el tiempo a mi favor, con Orangel Pangue Maestre (1995), Juan Piña tomó la decisión de disolver La Relevación y se concentró con su familia en Barranquilla. Estuvo algunos años alejado de las presentaciones y del estrés de los conciertos y durante la última temporada se dedicó a la producción de su disco Le canta a San Jacinto, con el que obtuvo el Grammy Latino en la categoría que premia al mejor álbum de cumbia o vallenato.

Con este reconocimiento internacional, Piña garantiza su regreso y se prepara para seguir difundiendo el folclor caribeño. Ya hacía falta el sabor a Piña.

Por J.C.P.B.

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