Se advertía que la vocación del Festival era la preservación de las músicas tradicionales y no la presentación de artistas de moda.
La advertencia se hace con buen sentido: hemos visto reggetoneros en el Festival de Bullerengue de Maríalabaja, en Bolívar, o vallenatos nueva ola en el Festival Nacional de Gaitas de Ovejas, Sucre, para citar dos ejemplos, que además de irrespetar a los músicos tradicionales, con pagas a estas “estrellas” que superan los 30 millones, mientras los artistas que son el sentir del festival, sufren para conseguir un transporte o gastos de alimentación.
Lo visto la noche de inauguración en el Petronio fue la popularidad de músicos reconocidos al servicio de la tradición. Jimmy Saa o Markitos Micolta pusieron a bailar al público con propuestas modernas que reivindican la tradición, dejaron a un lado sus éxitos de moda (o su vanidad), y cantaron a la tradición, comunicaron la necesidad de unir al Pacífico y sus músicas.
Presentaciones sobrias que no superaron los 30 minutos, hace pensar que desde la organización hubo una especie de diálogo para dejar claro que la estrella de la noche era la tradición. Cuando Markitos Micolta entonó Mi Buenaventura, minutos antes del cierre, ya el público comentaba la calidad de la organización, sin protagonismos, ni estrellas que deslucieran el sentido del Petronio.
Las generosas danzas que bailaron en un amplio corredor al frente de la tarima, complementaron lo que sucedía en el escenario principal. Al cierre, el Grupo Buscajá puso el tono propicio: currulaos, alabaos, voces ancestrales y los inconfundibles sonidos de la marimba de chonta, cununos y bombos recordaron a todos que la raíz se mueve y crece en cada uno de los asistentes.