Publicidad

Así habla el último 'disc jockey'

Alejandro Marín ha hecho una carrera vertiginosa en radio y hoy es una voz joven de autoridad en el país.

Mariángela Urbina Castilla
13 de septiembre de 2014 - 02:28 a. m.
Alejandro Marín, director de ‘La X’ y conductor de ‘El Último Disc Jockey’. /  ‘Cromos’
Alejandro Marín, director de ‘La X’ y conductor de ‘El Último Disc Jockey’. / ‘Cromos’

Al final del día, cuando todos los locutores hablan y hablan para competirle a La Luciérnaga, Alejandro Marín pone música. Su voz, poco rimbombante, nada engolada, les hace sentir a los oyentes que el tipo es el auténtico “bacán”. El amigo que sabe de buena música, habla poco y escucha. Escucha a través de trinos, porque no recibe llamadas. Curiosamente, uno siente que El Último Disc Jockey tiene mucha más interacción, acompaña más que cualquier otro programa.

Luego de haber pasado por todo —servir tintos, llevar desayunos, ser editor internacional de Julio Sánchez Cristo y Néstor Morales, conducir La Hora del Regreso y lanzar discos de artistas—, es el director de La X y uno de los curadores del Bogotá Music Market (Bom), un espacio para promover la música local. Sin embargo, allí tiene una audiencia que lo juzga porque en su programa nunca suena nada producido en Colombia.

A pesar de eso, nadie cuestiona la pasión desenfrenada de Marín por la música, su amor natural por los sonidos, su esencia: ser The Music Pimp.

¿Cómo ha visto el Bom?

Más grande que el año pasado, más prometedor para los artistas. Sólido en su propósito de afianzar el empredimiento musical colombiano.

¿Qué puede sacar un artista joven de este evento?

Lo que más puede sacar es su propia empresa. Aquí se concientiza al músico alrededor de la importancia de normalizar y profesionalizar el ejercicio de sus transacciones. Eso es algo que no se ha hecho nunca. El músico nunca se ha agremiado.

Usted dijo públicamente que no estaba muy contento con los grupos que tuvo que escuchar para el Bom. ¿Por qué?

A mí me tocaron 120 músicos. Tú siempre ves cuatro o cinco artistas grandes y esos son los mismos que son verdaderamente profesionales. El 50% de los artistas a los que califiqué llevan 30 años en el negocio de la música, y eso les da el peso suficiente que requiere el Bom. Los demás eran bastante aficionados. Con producciones supercaseras, con ideas muy etéreas sobre su música. Traté de encontrar un artista nuevo y joven. Pero no hallé nada sorprendente, increíble. Nada que yo dijera: tengo en mis manos algo poderoso. Ninguna estrella para el futuro.

Cuando ‘El último Disc Jockey’ tenía sólo seis meses, usted publicó una columna en su blog en la que decía sentirse muy triste porque no tenía los oyentes que esperaba. ¿Cómo está ahora esa situación?

Fíjate que le ha ido muy bien, a pesar de mi pesimismo frente a la idea. Teníamos una premisa supremamente básica: ofrecer música en una hora en la que todo el mundo está hablando. Y ese principio básico también era un factor de temor para mí. Como que no le creía mucho a la idea. Durante tanto tiempo nos hemos dedicado a despotricar de la radio musical y a darle todo el poder a la radio hablada que pensé que no tenía cómo competir. Pero terminé compitiendo de una manera poderosa. Tengo en muchas ocasiones cuatro veces la audiencia de un competidor. Esta es una señal de que estoy haciendo las cosas bien.

¿De dónde viene su interés por la música y por hablar de música?

Todo empieza con mis papás. Ellos eran coleccionistas musicales: de casetes, de acetatos, de vinilos. Mi papá era cantante, guitarrista. Desde muy niño lo vi rodeado de equipos de sonido, de audífonos. El amor por los medios de comunicación también me lo inculcó él: la lectura del periódico todos los domingos, sentarse a oír la Radio Nacional a las 9 de la mañana. Todo eso me formó como persona y como profesional.

¿Qué lo frustra del medio?

Me frustran la deshonestidad, la falta de iniciativa, la pereza de los programadores de radio, de los directores de emisora. La desconexión de los altos ejecutivos de las emisoras con el público. La necesidad de dinero sin importar la calidad de la canción o del contenido. La corporatización del arte. Sí, todos necesitamos un sueldo, pero a uno le tiene que gustar la música, el artista. No puede dejar que el dinero juegue un papel en la toma de decisiones, así sea muy importante. Uno tiene que saber qué pone y qué no, sin importar cuánto hay sobre la mesa. La plata no compra el amor.

 

mariangelauc@gmail.com

@mariangelauc

Por Mariángela Urbina Castilla

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar