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La boda real: trasfondo político del matrimonio de la hija del Procurador

Se publica esta semana el libro ‘El último inquisidor’, un perfil biográfico sobre el procurador general de la Nación, escrito por el investigador Jorge Andrés Hernández. El trasfondo político del matrimonio de la hija de Alejandro Ordóñez Maldonado da una idea del poder de este “caballero de la Orden de la Legitimidad Proscrita”. Fragmento.

Especial para El Espectador
30 de marzo de 2014 - 02:00 a. m.
El matrimonio de la diseñadora de modas Nathalia Ordóñez Hernández con el productor ejecutivo de RCN Comerciales, Daniel Palis.  / Cromos
El matrimonio de la diseñadora de modas Nathalia Ordóñez Hernández con el productor ejecutivo de RCN Comerciales, Daniel Palis. / Cromos

Como lo registraron los más importantes medios de comunicación nacionales, fue el acontecimiento social del año. El 2 de febrero de 2013, festividad de la Purificación de la Santísima Virgen María, contrajo matrimonio la diseñadora de modas Nathalia Ordóñez Hernández con el productor ejecutivo de RCN Comerciales, Daniel Palis. Nathalia es hija del procurador general de la Nación, Alejandro Ordóñez. Daniel es hijo de Alfredo Palis Turbay, político y profesor cartagenero, quien fue destituido como procurador provincial de Cartagena de Indias en 2002 e inhabilitado por cinco años para cargos públicos por parte de la Procuraduría Delegada para la Moral Pública. ¿Es acaso una ironía del destino que esta boda haya unido la familia del procurador más poderoso de la historia nacional con la de un exprocurador local destituido por la dependencia de esa misma entidad que protege la moral pública? Una ironía del destino; en la tragedia clásica griega es el modo como los dioses se mofan de los mortales al generar acontecimientos inesperados y los cálculos humanos resultan equivocados de forma inverosímil. Sin embargo, la boda revela más de las acciones, estrategias e ideas de simples mortales, que de conspiraciones divinas.

No pocos calificaron el evento como una boda real, de aquellas anheladas con fervor por unas élites nacionales en un país que careció de monarcas y reyes en sentido formal. Para sublimar esa imperial fantasía secreta, una sociedad ávida de monarcas los fabrica y alimenta. El diario El Tiempo tituló el gran acontecimiento social como “sacramento y poder”. La revista Semana la denominó como “la fiesta de consagración de Alejandro Ordóñez (…) Fue lo más parecido que se ha dado a una coronación en Colombia”. Una página de católicos tradicionalistas hispánicos afín a Ordóñez registró también el hecho, con una reveladora imprecisión constitucional: “El pasado sábado 2 de febrero, fiesta de la Purificación de la B. V. María o Candelaria, D. Daniel Palis y Dña. Natalia Ordóñez Hernández, hija de D. Alejandro Ordóñez, Procurador General de la Nación de Colombia y número tres en la sucesión presidencial, contrajeron el sacramento del Matrimonio”. Aún más significativa es la nota dedicada a la boda por la página digital de los monarquistas hispánicos carlistas, la Comunión Tradicionalista, en cuyas filas milita Alejandro Ordóñez con el título de caballero de la Orden de la Legitimidad Proscrita (otorgado por “Su Alteza Real”, Don Sixto Enrique de Borbón, pretendiente legitimista al trono de España). Sus correligionarios mayestáticos, que reniegan de la Independencia de las Españas de ultramar, incluyen noticias sobre “actividades en la Nueva Granada” y comentan así el hecho: “En la ceremonia, que se celebró con arreglo al rito romano tradicional en la iglesia de San Agustín (de la época virreinal, como los ornamentos que utilizó el oficiante, el obispo Libardo Ramírez, presidente del Tribunal Eclesiástico de Colombia) y en el banquete posterior estuvieron presentes, además de las familias de los contrayentes (…) todas las más altas autoridades del país neogranadino, políticas, judiciales y militares”.

Todo fue cuidadosamente planeado para recrear la nostalgia borbónica por un pasado añorado (virreinal, neogranadino y medieval), pero con el concurso y la anuencia de las autoridades modernas y constitucionales de la República de Colombia. Allí estaban el presidente y el vicepresidente de la República, el comandante de las Fuerzas Militares, cuatro ministros del gabinete (Germán Vargas Lleras y Rafael Pardo entre ellos), los magistrados de la Corte Suprema en pleno, casi una decena de magistrados del Consejo de Estado y algunos de la Corte Constitucional, el fiscal Eduardo Montealegre, la contralora Sandra Morelli y el registrador Carlos Ariel Sánchez.

El expresidente Álvaro Uribe Vélez estaba entre los invitados, pero no asistió. Alejandro Ordóñez deploró su ausencia. Se rumora que Uribe se excusó para no encontrarse frente a frente con el presidente Juan Manuel Santos, de quien se había ya distanciado totalmente. En total hubo 700 invitados. “La crema y nata del poder criollo estaba allí rindiendo pleitesía”, relató el periodista de Semana. Queda aún por establecer si se trató de una forma de expresar la aprobación de las élites sociales al nuevo monarca o una muestra de temor por su creciente poder ilimitado. O ambas. Muchos de los asistentes son procesados actualmente por el procurador general de la Nación y otros tantos corren el peligro eventual de ser investigados. No fue una asistencia meramente simbólica para expresar aprobación y/o temor. Al final, de manera discreta, muchos de ellos entregaron sobres con cheques cuantiosos para contribuir financieramente a la boda, que costó unos 90 millones, “un gran precio para un matrimonio tan elegante y con tantos convidados”, escribió el periodista Daniel Coronell.

El padre del novio no fue el único asistente con prontuario. El amigo del alma (no en sentido metafísico) de Alejandro Ordóñez, Fernando Londoño, había sido destituido también de su cargo de ministro del Interior y de Justicia por la Procuraduría General de la Nación (en la época de Edgardo Maya Villazón), al hallarlo culpable de abuso de autoridad y de conflicto de intereses. Fue Fernando Londoño quien presentó ante las directivas del exclusivo club del Country la solicitud de Alejandro Ordóñez para llevar a cabo allí la boda. Otros distinguidos miembros de la alta sociedad (con pasado judicial) asistieron con sus mejores trajes. Como relató el periodista Daniel Coronell: “Ataviado con bufanda de seda negra sobre el esmoquin y de la mano de su esposa, la senadora Piedad Zuccardi, llegó el exsenador Juan José García Romero, condenado por peculado por apropiación de manera sucesiva. Es decir, por robar repetidamente recursos públicos. La justicia probó que el ahora invitado del procurador general —que vigila la moralidad— se hacía consignar en su cuenta auxilios parlamentarios o los hacía girar a una fundación de su mamá o sacaba el cheque a nombre de la empleada doméstica de la casa materna. El procurador justificó la presencia de esta oveja descarriada diciendo que Juan José García ya había pagado sus culpas y que su amistad es más bien con la senadora Zuccardi”. Alejandro Ordóñez pasó por alto que algunas sociedades conyugales efectivamente comparten, como dice la doctrina de la iglesia, los buenos y los malos tiempos, los altos y los bajos y, en este caso, las fechorías. A los 10 días de haber asistido a la boda real en comento, la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia dictó orden de captura contra Piedad Zuccardi. Las pruebas del más alto tribunal contra la senadora se resumen así: reuniones secretas con paramilitares para pactar arreglos en las elecciones, posible manipulación de testigos y una sociedad familiar con una integrante de una banda criminal en una mina de oro.

Como si fuera poco, y para que todo quedase en familia, el cuñado de Piedad Zuccardi y hermano de Juan José es Álvaro el Gordo García, quien también fue senador y condenado a 40 años de prisión por vínculos con paramilitares. La Corte Suprema lo consideró el autor intelectual de la masacre de 15 campesinos en Macayepo (Sucre). Sin embargo, la distinguida familia costeña García Romero-Zuccardi sabe también rodearse muy bien. Como reveló el portal digital La Silla Vacía, durante las fiestas de fin de año de 2012, un mes antes de la boda, la “baronesa” Piedad Zuccardi y su esposo Juan José García Romero organizaron en su casa de Bocagrande (Cartagena) un sancocho real, al que asistieron el presidente Juan Manuel Santos y el procurador Alejandro Ordóñez.

El escenario de la boda no podía ser otro que el Templo de San Agustín, una reliquia arquitectónica de la colonia hispánica. La boda de la hija de Alejandro Ordóñez, militante y antiguo seminarista de la organización católica tradicionalista Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, fundada por el obispo francés Marcel Lefebvre, tenía que celebrarse con una misa latina tradicional o tridentina. Se trata del rito practicado entre 1570 (Concilio de Trento, que rompe definitivamente con la Reforma luterana) y el Concilio Vaticano II (1970), impartida en latín y con rituales diferentes a los modernos. El sacerdote oficia de frente al altar y de espaldas al pueblo, porque se trata de un ritual en honor a Dios, no a los hombres, dicen los católicos tradicionalistas como Ordóñez. Pero, contrario a lo que podría pensarse, fue la novia quien pidió a su padre que la ceremonia religiosa se efectuara con apego al rito tridentino: “Ella comenzó a asistir a esta santa misa desde cuando estaba en el vientre de la madre. Por eso en los videos se puede observar que ella recita toda la misa y los cantos de memoria, porque los sabe y los disfruta”, comentó el procurador. Fue la segunda vez que un obispo católico celebró este tipo de liturgia en un templo colombiano (no lefebvrista) en los últimos 40 años. La primera había ocurrido hace unos tres años, cuando el cardenal Darío Castrillón, en una ceremonia similar, casó a otra hija de Ordóñez. Castrillón, cercano a Ordóñez, fue el responsable político del Vaticano bajo los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, en los diálogos con la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, la orden religiosa en que Ordóñez milita.

Las piezas musicales que acompañaron el anacrónico rito fueron escogidas cuidosamente por el padre de la novia, Alejandro Ordóñez, para lograr un espectáculo musical digno de “los ángeles”, como lo calificó el propio procurador. Pero la música no fue sólo elegida para la satisfacción de los ángeles (y los demonios) que surcaron ese día los aires del barrio colonial y santafereño de La Candelaria. El repertorio estuvo compuesto de aires musicales que acompañaron las bodas de emperadores y monarcas europeos en los últimos siglos: la Suite nº1 en fa mayor (Música Acuática) de Georg Friedrich Händel, Ave María de Franz Schubert, Gloria in Excelsis Deo de Johann Sebastian Bach, los cantos gregorianos Misa VIII de Angelis, Sanctus-Misa IX y el PaterNoster. Como plato fuerte de la noche, la Misa de Coronación de Wolfgang Amadeus Mozart. Esta última pieza, cuyo nombre original es Misa No. 15 in do mayor KV 317, tomó su nombre actual en la corte imperial vienesa a comienzos del siglo XIX y se convirtió en la música preferida para coronaciones reales e imperiales.

El sacerdote oficiante fue Libardo Ramírez, presidente del Tribunal Eclesiástico de Colombia, muy cercano a Alejandro Ordóñez, tanto desde el punto de vista personal como doctrinario. Ramírez sostiene también que “la Constitución no puede estar por encima de Dios”, al rechazar el matrimonio de homosexuales. Cuando la Corte Constitucional dictaminó que el Estado debía crear una cátedra para promover derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y, en especial, una orientación sobre los casos permitidos de aborto (la salud y la vida de la madre en riesgo, violación y malformación del feto), Ramírez planteó que “la Corte es dictatorial” y agregó: “Yo estoy pensando en escribir un artículo que se llame ‘Cátedra del asesinato’, porque dar una cátedra de educación sexual amplia, defendiendo los valores de las personas, es buena. Pero hacerla para mostrarles a las jovencitas que son violadas —y que pueden ser inventos de ellas— que pueden matar al feto, no me parece adecuado”.

La boda real fue una demostración de poder contundente y explícita. El escenario sagrado (festividad de la Purificación de la Santísima Virgen María, templo colonial virreinal, misa tradicional, música sacra e imperial, autoridad eclesiástica, ángeles y demonios con gustos musicales excelsos) sirvió de marco exquisito para expresar una idea muy propia de un lefebvrista católico como Alejandro Ordóñez: “Mi reino no es de este mundo”, como enseña Jesucristo. Sin embargo, la asistencia en pleno de los poderes terrenales, presididos por los Santos y secundados por otros non sanctos, revela que Alejandro Ordóñez no sólo conoce de los objetivos ulteriores del poder sagrado (la salvación de las almas de los mortales), como también de las estrategias paganas y mundanas que lo han convertido en uno de los hombres más poderosos de la nación.

Por Especial para El Espectador

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