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El largo viaje de “Black is beltza”

Un cómic que retrata la forma radical como el mundo cambió durante la segunda mitad del siglo XX a causa del rock, las revoluciones de izquierda, el sexo y las drogas.

Camilo Casallas
05 de septiembre de 2015 - 03:45 a. m.

Manex es un navarro con pasaporte español que se siente vasco y al que sus amigos le dicen que es francés para enfurecerlo. O quizás era al contrario. El caso es que Manex es parte de la Comparsa de Gigantes de Pamplona, un grupo de bailarines y artesanos encargados de mantener viva la tradición de construir y llevar a cuestas gigantes de tela y metal, símbolos de las fiestas de San Fermín. Cuando la comparsa viaja a Nueva York durante la década de 1960 para mostrar a los gigantes, se encuentra con que los muñecos más representativos del grupo —unos gigantes negros— no pueden desfilar por las calles de la capital del mundo a causa del racismo y la segregación. Manex se enfurece al ver que el único muñeco que baila al lado del Hudson es una representación del rey de España, decide separarse de la comparsa y viajar y viajar y viajar.

Este es el punto de partida de Black is beltza (en español, literalmente, “Negro es negro”), un cómic acelerado y bello del antiguo cantante de los grupos vascos Kortatu y Negu Gorriak, Fermín Muguruza. El cómic tuvo su lanzamiento en Colombia en la Feria del Libro de este año y es un tremendo documento de una época esquizofrénica. Los viajes de Manex lo llevarán de Cuba a México y de Canadá a Argelia, pasando por Estados Unidos, Francia y España.

La apuesta de Muguruza está en retratar a través de nuestro héroe, Manex, la forma radical en que el mundo cambió durante la segunda mitad del siglo XX a causa del rock, las revoluciones de izquierda, el sexo y las drogas. Todo esto lo hace a través de una trama policíaca apasionante y del encuentro con personajes como el Che, Velvet Underground, Andy Warhol, Jimmi Hendrix. Sin embargo, es claro que todos estos encuentros tienen su punto climático cuando Manex ingiere hongos con Juan Rulfo y todo se le revuelve: el desierto mexicano, mujeres negras desnudas, calacas que botan rayos multicolores por los ojos y una imagen de su padre muerto, vestido como Fidel Castro, con una cámara fotográfica al hombro.

El libro de Muguruza es, sobre todo, un texto sobre la inocencia, sobre transitar por un mundo que estaba modificando sus fronteras geográficas y en el que la globalización ya se veía venir. Sin embargo, lo transnacional de Black is beltza tiene que ver más con el intercambio de ideas y con la experimentación: los viajes de Manex son desprevenidos, peligrosos, y no comparten mucho con la clase turista de Delta Airlines. Una noche se puede emborrachar y amanecer en Tijuana, entre prostitutas y agentes del FBI; puede estar bailando en el Monterey Pop Festival y luego bailando con una guerrillera argelina, imaginando cómo luciría la Feria Mundial de Montreal si hubiera tenido lugar en la Unión Soviética.

Al final, Black is beltza habla sobre lo que une a un negro estadounidense y un vasco que critica a Franco. El mismo color de las páginas que conforman el cómic es una defensa del antirracismo: cada pequeño capítulo correspondiente a uno de los viajes de Manex lleva consigo un color distinto (azul, verde, café, naranja, rojo, aguamarina). Estos colores tiñen por igual los rostros de los ciudadanos del mundo, ya sea que provengan de Cuba o de Francia.

Por Camilo Casallas

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