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El Lennon humano

En 2010 el escritor, melómano y fan incondicional de los Beatles publicó la biografía novelada de John Lennon. En ella busca rescatar al hombre y alejarse del mito.

María Paulina Baena
31 de enero de 2014 - 09:10 p. m.
El autor francés David Foenkinos (1974) ha publicado también ‘La delicadeza’ (2010). / Cortesía Santillana
El autor francés David Foenkinos (1974) ha publicado también ‘La delicadeza’ (2010). / Cortesía Santillana
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A Lennon lo persiguió el número 9. Nació el 9 de octubre de 1940, en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Se crió en Liverpool, que tiene nueve letras —feliz coincidencia, pero al fin y al cabo nueve—. Su hijo Sean apareció 35 años después, otro 9 de octubre. Conoció a Yoko Ono, un 9 de noviembre en una galería de arte. Y murió el 8 de diciembre de 1980 en Nueva York, cuando ya era 9 en Inglaterra. Una y otra vez y para siempre el 9. Lo único que rompió con la superstición fueron los tiros que recibió de su verdugo y fan Mark David Chapman. No fueron nueve, fueron cinco.

El libro Lennon, de David Foenkinos, cuenta la vida de este músico desde pequeños detalles. Todos sabemos quién fue el beatle, pero no tenemos ni idea del hombre de carne y hueso. Todos sabemos de sus múltiples roces con Paul McCartney por sus composiciones, pero desconocemos que eran producto de su inseguridad. Sabemos de su romance con Yoko Ono, esa japonesa excéntrica y fea —porque era fea y así lo decía él—, pero no tenemos ni idea de que justamente eso hizo que se enamoraran.

Por eso, Foenkinos se dedicó a “buscar su voz, su fraseo, su humor. Necesité sentir a Lennon muy de cerca”. Hizo todo lo posible por meterse en su piel, en su fibra, en sus miedos. La única diferencia, dice, es que no probó las drogas en el recorrido.

De hecho fueron las drogas las que dispararon a Lennon a la cima del éxito y también las que lo hicieron caer en la desgracia. No en vano Rubber Soul es el álbum de la marihuana y Revolver, el de los ácidos. Sus canciones eran autobiográficas y el reflejo de una vida que se movía entre la felicidad y el dolor. Empezó con las anfetaminas en Hamburgo, para resistir las jornadas de los bares. Siguió la marihuana, que probó con Bob Dylan. Después, la heroína, con Yoko.

Él lo quería así. No era normal. Aborrecía la normalidad. Dice en el libro: “Conmigo todo tomaba proporciones grotescas”. Supo desde el principio que sería diferente al resto. Entonces tenía que estar dispuesto a pagar su precio. Las drogas, en últimas, le permitieron morir y renacer muchas veces. Lennon nunca quiso una vida cualquiera.

Pero el Lennon de las drogas es uno. Hay un Lennon solitario. Un Lennon familiar. Un Lennon confundido. Como telón de fondo está la guerra, de ahí que haya sido bautizado como John Winston Lennon en honor a Churchill, homenaje que fue descarriado porque fue un niño “débil, cobarde, y terriblemente miedoso”.

Sus padres lo abandonaron. Tuvo una madre escurridiza, Julia, que se refugiaba en el amor de cualquier hombre porque se sentía encartada con el de su hijo y, de paso, el de su primer esposo. Se separó de Alfred, el padre de John, cuando éste era “Johnito”. A los cinco años, en un episodio patético, fue obligado a decidir con quién se quería quedar y eligió a su padre, del que años más tarde no supo nada. Sólo que, en un impulso de celos, de ver a su hijo triunfando, sacó un disco que se llamó That’s my Life. Justo en ese entonces Lennon cantaba In My Life, del álbum Rubber Soul. El disco del padre fracasó, como todo lo que hizo en su vida que fue fallido.

De modo que su mamá vivió con un tal Dykins y más tarde murió atropellada por un policía. Alfred fue un marinero ausente que quizás iba al océano para ahogar, literalmente, sus penas. Para hundirlas hasta el fondo. Como si en el mar, lejos, pudiera escapar de sí mismo. Lennon se dio cuenta de la realidad del hombre que admiraba y lo desmitificó, le dejó de hablar, lo odió.

Así que fue un niño que vivió una suerte de felicidad entrecomillada. Mantuvo un amor irreal por su familia. Especialmente por sus padres, porque vivió con Mimi, su tía materna, y con George, su tío político. Fue ese mismo desamor de sus padres el que extrapoló a su hijo Julian, que tuvo con Cynthia, su primera esposa. Un bebé para nada esperado. En plena época de drogas, sexo descontrolado y fama, mucha fama.

Tanta fama tenía que dio por perdida a una hermana. Ingrid Pedersen fue la vergüenza de su madre con otro hombre. Por eso se la llevaron lejos. Ella supo que Lennon la buscaba, pero no quería herir los sentimientos de su madre adoptiva. Quiso conocer a su hermano, pero ya era tarde: lo habían asesinado.

La fama lo golpeó tan duro que hasta se creyó Dios. Soñaba que dejaba de ser mundano y se convertía en un ser trascendental. Se decía, en ese entonces, que los Beatles tenían poderes curativos. Los minusválidos se sentaban en las primeras filas para ver los conciertos, en un comienzo, y luego para sanar. Incluso se dijo que eran más populares que Jesucristo. Eso no era música, era una religión.

Vino Yoko, que se convirtió en un sí definitivo. Según el libro, era un mundo, no una mujer. Es más, “era la mujer más hombre del mundo” y tenía un humor mordaz. En 1972 se fueron a Nueva York porque en Inglaterra parecían animales de zoológico. Foenkinos asegura que la vida de Lennon lo apasiona. “Su infancia, sus grietas. Cómo construirse a pesar de tal falta de amor. Y, por supuesto, estaba fascinado por su historia con Yoko. Una fusión total, absoluta. Ellos eran una sola persona”.

Más allá de que los Beatles hayan nacido en un baño de colegio y se llamaran The Quarry Men, fueron la manera perfecta de Lennon de enfrentar la soledad a los 16 años. Más allá de la beatlemanía desenfrenada estaban solos, rodeados de mucha gente. Más allá del Lennon estrella había una dosis de sufrimiento que le permitió ser un genio. Estaba entre los vericuetos del ego. Y en ese derroche de ego se fue en picada contra su vida. Le cantaba a la paz, pero buscaba la suya propia. Transformó ese dolor en ira y la ira en creación. Quería anestesiar el dolor para siempre a través de la música.

A la larga, la vida de Lennon tenía un final cantado. Un final que no era como el de cualquier otro artista de rock. Una vida que era de todos y de nadie.

 

 

paulinabaena@gmail.com

@mapatilla

Por María Paulina Baena

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